martes, 19 de mayo de 2015

NUESTRA VIDA CON RAMBO (Historia de una afición)



Parece que fué ayer cuando compramos a nuestro primer cocker. Era un día triste, de esos que todo te ha salido mal y no ves claro tu futuro. Entonces, mientras paseábamos, vimos (María, mi mujer, y yo) una tienda de animales que no estaba el día de antes. Y cuando nos acercamos a mirar el escaparate allí estaba él. Parecía que nos había estado esperando todo el tiempo. No nos pudimos resistir y rápidamente, llenos de nerviosismo apalabramos la compra, porque no llevábamos un duro, del mejor compañero que nunca podríamos imaginar.
Esa noche no pudimos pegar ojo pensando en la nueva responsabilidad que nos esperaba al  día siguiente. La verdad es que todo fue más sencillo de lo que esperábamos, él nos lo puso muy fácil. Como era pequeñito y cachas le pusimos Rambo, un nombre que nos marcaría para toda la vida.
Nos hubieran podido vender cualquier perro bajito y con orejas caídas, porque entonces no sabíamos de la raza como ahora, pero tuvimos suerte. Rambo resulto ser un gran perro. Su nombre oficial era “Corralet Fingal”, y entonces fue cuando nos enteramos de que ”Corralet” era uno de los criadores más importantes del momento. Tenia un pedigrí lleno de Lochranzas, Helenwood y Corcovan, algo que entonces nos sonaba a chino, pero que con el tiempo ha adquirido todo su valor. A partir de entonces fue cuando empezamos a saber algo de la raza de nuestro perro; compras algún libro, comparas con los que ves por la calle, y poco a poco, sin darte cuenta, nos fuimos enamorando de la raza.
Después llegó Laura, nuestra hija, y Daniel y Pablo; o Pablo y Daniel (siempre me cuesta a quien poner primero) nuestros mellizos, y Rambo siguió a nuestro lado, noble y fiel, dándonos todo, sin reprocharnos
nunca el cariño que ahora tenia que compartir.
Cuando oigo hablar de cockers nerviosos, ”locos” y que muerden no puedo dejar de pensar en “Rambo”, que fue todo paciencia y dulzura.

Y, sin darnos apenas cuenta, Rambo se fue haciendo mayor, hizo sus pinitos en algún concurso canino, con buenos resultados, y fue padre unas cuantas veces.


Y así fue, coincidiendo con la Internacional de Madrid de aquel año, que se celebraba en Villalba, nuestra ciudad, donde cruzamos nuestras primeras palabras con Antonio y Alicia, de los Ombues, y donde pudimos contemplar a Goldy, a La Pepona y a Amigo, cuando decidimos ahondar un poquito mas en el mundo del cocker y adquirir una perrita para saber lo que era tener una camada en casa.
La perrita  se llamó (y se llama) Cibeles, de color dorado, y tanto nos gustó que a los seis meses se incorporó a la familia una ruanita: Chulapa
Chulapa nos acompañó escasamente veinte días, falleciendo a causa de una enfermedad congénita, por lo que días después, gracias a la generosidad de su criador, entraba en casa Chulapa II. Como para nosotros una mancha de mora no se quita con otra y como no iba a sustituir en nuestros corazones a la cachorrita muerta, esta se convirtió en Chulapita (por su corta edad cuando nos dejo) y la recién llegada seria simplemente Chulapa.
Rambo, ya con diez años, aceptó bien a las recién llegadas. A pesar de su edad y de algún achaque, estaba la mar de guapo y hecho un chaval, no aparentaba para nada la edad que tenia.
Cuando llego el momento de que Cibeles fuera madre, nos planteamos el tema del afijo. Claro que queríamos afijo (*) pero ¿cuál? Siempre habíamos pensado que el mejor homenaje a Rambo era que todos los perros nacidos en casa llevasen su nombre, así que estaba claro seria “De Fingal “. Y  teníamos tan claro que nos le iban a conceder que no teníamos pensada otra alternativa. Nos gustaban los nombres castizos, pero todos los que se nos ocurrían estaban cogidos, así  que pensamos en países o lugares de cuentos de hadas o de leyenda. Al final el que se nos concedió, con nuestra consiguiente desilusion, fue Nuncajamas. No nos gustó mucho.
Cibeles fue madre, una experiencia inolvidable la primera camada, y luego, al año siguiente lo fue Chulapa, aunque por entonces, una cachorrita hija de Cibeles se las había ingeniado para, contra todo pronostico, quedarse en casa. Fue Pepa, Pepita, Maripepa o Mª José, porque con todos esos nombres la llamamos, dependiendo de la ocasión.


Cuando Rambo iba a cumplir doce años, su salud empezó a caer en picado. No tenia nada grave, pero eran un montón de cosillas que le daban una imagen de perro enfermo. Había perdido el pelo y había adelgazado mucho, a pesar de no haber perdido el apetito nunca, se había vuelto torpe y cuando tropezaba con algo o había alguna pequeña irregularidad en el terreno perdía el equilibrio. Era muy triste para nosotros ver a nuestro amigo de toda la vida en esta situación, con lo guapo y joven que había estado siempre. Habíamos hablado varias veces con el veterinario sobre el tema, si era egoísta mantenerle en ese estado y siempre 
conveníamos en lo mismo: mientras el perro no tenga dolores, mientras lleve una vida digna, es decir pueda moverse, alimentarse y retener sus necesidades, no seria necesario tomar ninguna decisión.

Pero ese día tristemente tenia que llegar y llegó. Rambo un día ya no pudo sostenerse en pie y entre nuestros brazos se durmió para siempre.
Nunca habrá otro como él. Aparte de haber sido un gran perro sobre todo fue un grandisimo amigo y compañero. Muy cariñoso, aunque de puro macho, no le gustaban los mimos propios de perros falderos. Fue él quien nos metió el gusanillo en el cuerpo. De haber sido él de otra manera ahora no tendríamos otros cockers, o tal vez ningún otro perro como ha pasado a otros. Pero su carácter nos cautivó. Me gustaría que por lo menos algún cachorrillo de los que salen de nuestra casa haga por la raza lo mismo que hizo nuestro Rambo y sea capaz de crear tanta afición como él creó en esta casa.
Ahora que ha pasado algún tiempo pienso en el pequeño homenaje que queríamos rendirle poniendo su nombre como afijo, cosa que no pudo ser, y veo que después de todo, en cierto modo, lo hemos conseguido porque estoy seguro de que nunca, NUNCAJAMAS volveremos a tener un amigo como nuestro incondicional Rambo.




Antonio Rieiro
Nuncajamas 

(*) Para los no iniciados, tendria que explicar que el afijo es como un apellido que te concede el organismo competente y que llevan todos los perros (o cualquier animal) que nacen en tu casa y eso permite reconocer la procedencia del animal. En nuestro caso tenemos a Zarzuela de Nuncajamas, Macarena de Nuncajamas, etc...