Todos hemos escuchado, leído y hasta pronunciado alguna vez la frase: ¨El perro es el mejor amigo del hombre¨, pero muy pocos conocen el origen de esas palabras. No se trata de un refrán anónimo ni producto de la sabiduría popular, sino del extracto de un discurso emocionalmente pronunciado por el abogado norteamericano Jeorge Graham Vest.
Esta es la historia:
Corría el verano de 1870 en los Estados Unidos. En el condado de Warrensburg, Missouri, Old Drum (Viejo Tambor) era un foxhound muy conocido en el lugar por sus manifiestas habilidades en la caza de zorros que, por esos tiempos, solían darse opíparos banquetes en los gallineros de los vecinos del lugar.
Charles Burden, su dueño, lo amaba entrañablemente. Se sentía orgulloso de
él y, cuando tomaba copas con sus amigos, no hacía otra cosa que hablar de las
hazañas de su compañero de cuatro patas, que pacientemente lo aguardaba a las
puertas del saloon.
Una mañana se desató la tragedia. Old Drum apareció muerto de un certero
disparo en la cabeza. Lo encontraron junto a un alambrado de la finca del
acaudalado Leónidas Hornsby, vecino de Burden. Este último, tras llorar
amargamente mientras abrazaba el cuerpo inerme de su compañero, no dudó. Las
evidencias indicaban claramente que Hornsby había asesinado al viejo Drum.
Burden, en su dolor, decidió que las cosas no podían quedar así y llevó el
caso al tribunal de justicia de Warrensburg. Allí, luego de reírse de él por
pretender que alguien fuese juzgado por la muerte de un perro, le indicaron que
lo máximo de la demanda no podía superar los 150 dólares.
La causa finalizó y el afligido dueño de Old Drum resultó derrotado.
Sin embargo, decidió no bajar los brazos. Apeló hasta que el caso llegó a
la Corte del Estado en la que se dispuso que fuese el tribunal del juez Foster
Wright el que administrara justicia de forma inapelable.
Hornsby, el acusado, fue representado por dos luminarias del momento:
Francis Cockrell, futuro senador de los Estados Unidos por Missouri, y Thomas
Critteden, que llegaría a ser gobernador del Estado.
Como patrocinante de Burden y Viejo Drum actuó el coronel Wells Blodgett,
que rápidamente se dio cuenta de que actuaría en desventaja.
Por pura casualidad, el militar se enteró de que en Warrensburg se
encontraba George Graham Vest, un famoso abogado asesor presidencial. Ni corto
ni perezoso, Blodgett le suplicó que lo ayudara. El letrado, que mas adelante
ocuparía una banca en el Capitolio durante 24 años, aceptó por su amor a los
perros.
El juez Wright, que estaba dispuesto a aplicar la fría letra de la ley para
acabar con el caso ese mismo día, nunca pensó que asistiría a una lucha sin
cuartel en la que se acuñaría la que después sería una frase famosa.
Critteden y Cockrell se dirigieron al jurado. Su pilar argumental giró en
torno del valor monetario de la pérdida de Burden, que consideraron ridícula.
Eso era lo que George G. Vest esperaba.
Tras meditar unos instantes, se puso lentamente de pie y, mientras caminaba
de un extremo al otro de la sala, dejó de lado el resarcimiento económico y
habló de lo único que le interesaba: un perro había sido muerto salvajemente.
De su alegato, con el que ganó el juicio, sólo se conserva el fragmento que
transcribimos textualmente:
Señores del jurado, el mejor amigo que tiene un
hombre en el mundo puede volverse contra él. Su hijo o hija, a los que ha
criado con amoroso cuidado, pueden ser desagradecidos. Aquellos que están más
cerca nuestro y que nos son más queridos, aquellos a los que les confiamos
nuestra felicidad y nuestro buen nombre, pueden traicionarnos.
El dinero que un hombre ahorra puede perderse. La
reputación puede ser sacrificada en un momento de acción impensada. La gente
que está dispuesta a caer de rodillas para honrarnos cuando el éxito nos
sonríe, puede ser la primera en tirar la piedra de la maldad cuando el fracaso
nubla nuestras cabezas. El único amigo absoluto y desinteresado que puede tener
un hombre en este mundo egoísta, el que nunca es desagradecido o traicionero,
es su perro. Con esto estoy diciendo que el perro es el mejor amigo del
hombre.
¿Por qué sres. del jurado?. Porque el perro de un
hombre está a su lado en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la
enfermedad. El dormirá en la fría tierra, donde sopla el viento y la nieve se
arremolina implacable, sólo para poder estar al lado de su dueño. Besará la
mano que no puede ofrecerle comida, cuidará las heridas y penas que el
encuentro con la rudeza del mundo le ocasione. Guardará el sueño de su pobre
señor como si fuera un príncipe. Cuando todos los demás nos abandonan, él
permanece. Cuando la riqueza desaparece y la reputación se hace añicos, él es
tan constante en su amor como el sol en su viaje por el cielo.
Si el destino lleva a su señor a ser un proscrito en el mundo, sin amigos y sin hogar, el perro no pide otro
privilegio que el de acompañarlo para defenderlo del peligro y pelear contra
sus enemigos. Y cuando el último de todos los actos llega, y la muerte se lleva
a su amo, no importa si todos los amigos siguen su camino. Allí, junto a su
tumba, encontraréis al noble perro, la cabeza entre las patas, los ojos
tristes, pero abiertos en alerta vigilancia, fiel y leal aún en la muerte.
Leónidas Hornsby no sólo debió pagar el doble de lo demandado sino que fue
a dar con sus huesos a la cárcel.
Artículo publicado en Diario La Nación (Argentina) -año 2000-