jueves, 27 de agosto de 2015

EL PACTO


Os presento este precioso relato en el que Yago nos cuenta como pudo suceder el acercamiento entre lobos y hombres.

Ashira se encontraba cada día más fatigada. Ya no era tan joven como antaño y el último parto le había robado muchas fuerzas. La caza le parecía cada día una tarea más ardua y sentía el peso de la responsabilidad de sacar adelante a sus cinco cachorros. Hasta hacía unos años había vivido con tranquilidad su función de nodriza de la manada, cuidando de los cachorros de Sharka, la hembra reproductora.
Tras la muerte de esta a consecuencia de las heridas sufridas en una cacería, su función en el grupo había cambiado, y ella misma se había convertida en la nueva reproductora, elegida por Teor, el lobo reproductor. Por alguna razón que no acertaba a comprender, Teor había declinado las zalamerías de las grandes hembras cazadoras, y había elegido para perpetuar su linaje a aquella loba pequeña, joven y alegre, que mediante cabriolas y exagerados comportamientos de sumisión, apaciguaba los conflictos y se encargaba de enseñar a los cachorros los ritos del juego, la caza y el cortejo.
Hacía tiempo que Ashira observaba desde la distancia aquel nuevo asentamiento de bípedos, que de forma incomprensible habían abandonado las migraciones continuas para establecerse en un meandro. Habían transformado el paisaje, llenando de cereales lo que antes era pradera, y construyendo cercados en los que confinaban a las cabras. En los alrededores de su poblado abandonaban restos de alimentos y deshechos, cuyo olor llegaba a la manada. La tentación era muy fuerte, pero los bípedos, a pesar de ser lentos y torpes, siempre habían demostrado ser rivales peligrosos. No obstante sus batidas ya no eran tan frecuentes, y en los últimos años solían permanecer junto a sus guaridas erigidas sobre la madre tierra.


Ashira comprendió que no podría sacar a sus hijos adelante mediante la caza, y empezó a observar día tras día como los bípedos acumulaban restos comestibles en las inmediaciones de su poblado. La mayor parte eran huesos, pero no estaban desprovistos de toda la carne. Además abandonaban vísceras, frutas, verduras y cereales.
Ashira le hizo saber a Teor su intención de aproximarse al poblado puesto que los bípedos no reclamaban esas sobras. A Teor no le gustó la idea, pero no se opuso. Ashira se acercó con miedo, y descubrió los restos de un cordero. Cuando estaba apunto de partir una pierna por la cadera vio a un humano mirándola. Nunca había visto a un bípedo tan cerca. Echó las orejas hacia atrás y levantó los belfos, haciendo ver que no quería pelear pero que lo haría si la obligaban. El humano la contempló y regresó al interior de su poblado sin molestarla.


Volvió a los tres días, y cuando estaba buscando entre la basura de los humanos, olió al gran felino. Su rastro venía del cercado en el que estaban las cabras, y dio la alarma para alertar a su manada. Los humanos también la oyeron, descubrieron al felino y lo expulsaron. El humano que la había visto el primer día la contempló desde la distancia, y aunque Ashira no conocía su lenguaje, le pareció que su gesto era alegre y amistoso. Al día siguiente volvió y encontró más huesos y vísceras, que cogió ante la atenta mirada del humano, que la contemplaba tranquilo y sin hacer ningún ademán de importunarla.

Así pasaron los meses, y Ashira siguió alimentando a su prole de lo recibido por el hombre, al que alertaba de la presencia de otras alimañas que pudieran robar lo que ambos disfrutaban en equilibrio. Y un día se miraron y sellaron un pacto:
–Por ti abandonaré la estepa, dejaré de migrar en busca de la caza, no te amenazaré ni a ti ni a tus hijos, no mataré tu ganado, vigilaré tu aldea, serás mi protector. Dejaré de ser lobo– dijo Ashira
–No te faltará comida, ni calor si tienes a bien acercarte más, no vestiré tus pieles ni comeré tu carne, no te amenazaré ni a ti ni a tus hijos, serás mi olfato y mis oídos, y mis ojos en la noche. Te llamaré perro– dijo el hombre.


Y 14.000 años más tarde los descendientes de Ashira siguen siendo nuestros hermanos.


Articulo extraído de La Culpa Non é Do Can