No recuerdo el nombre de cada uno de ellos, qué más da: Lala,
Tizón, Chaplin, Lucero... Tampoco puedo recordar cada una de sus dramáticas historias, son tantas: la galga que fue recogida en el monte con una fractura abierta en una de sus patas; el pastor alemán que apareció con su hermano en una bolsa de plástico debajo de un coche; el chucho que colgaba aún vivo de un árbol; el que fue abandonado en una carretera y no fue asistido por el conductor que le atropelló; ése cuya familia se llevó todo en la mudanza pero lo dejó a él; la que ha vivido años atada y maltratada; la ciega que deambulaba desnutrida; la que sobrevivió con sus cachorros a la agresión con fuego en un vertedero donde buscaba alimento; la que traía las patas gangrenadas de un cepo; el que su humano dejó olvidado en una gasolinera; la que vagaba sola y desorientada por la ciudad. Los refugiados.
Sí recuerdo el poso de dolor en sus ojos, su mirada cargada de preguntas y de infinito amor, así haya sido vilmente traicionado, el movimiento más o menos tímido, más o menos alegre de sus colas, su paso majestuoso o campechano, siempre digno. O quizá lo que recuerdo es una pata aquí y otra allá, un morro que no pertenecía a esas orejas, un lomo que no correspondía a esa frente despejada, unas barbas que no agraciaban esa cara, porque en mi memoria hay un tierno desorden de miembros y facciones, de gestos y ladridos que componen el puzzle final de todos los perros que nos acompañaron en el VIII Festival Canino organizado por El Refugio el pasado día 10 en El Espinar.
Coincidiendo con la Campaña contra el Abandono que esta asociación lanza cada año por estas fatídicas fechas para nuestros amigos del alma, al festival podían presentarse perros de todo tipo de razas, tendencias, colores, morfologías, mestizajes y circunstancias personales, hubieran o no pasado por su Centro de Adopción. Había premios para tres categorías: "El más guapo", "El más original" y "Como dos gotas de agua", una modalidad que apreciaba el significativo parecido que cunde entre un perro y su humano. Todo ello, por supuesto, no era sino una excusa lúdica y enternecedora para abundar en la tarea de concienciación social que, inmunes al desaliento que provoca nuestra interminable crueldad, realizan a diario las personas que se encargan en El Refugio de rescatar perros y darles cobijo, proporcionarles asistencia veterinaria, alimentarlos, protegerlos, mimarlos, impulsar su adopción y hacer un posterior seguimiento, buscar apoyos entre nombres conocidos y anónimos, promover leyes contra el maltrato animal, organizar conferencias de prensa, conseguir publicidad en los medios de comunicación. Al frente de todo ello está Nacho Paunero, un hombre tan delgado que asombra pueda albergar ese espíritu y esa energía enormes. Yo creo que es un galgo. Y quizá por eso le acompaña Soraya, una bellísima galga de tres patas: la cuarta se la arrebató su pasado inhumano.
España es el país de la Comunidad Europea donde se producen más abandonos de animales. Sólo en los meses de julio y agosto de 2003, 35.000 perros y gatos fueron abandonados, más de 5.000 en la Comunidad de Madrid (la mayoría morirán atropellados o exterminados en perreras municipales); 1 de cada 3 de los cachorros regalados en Navidad son abandonados a lo largo del año; cerca de 300.000, entre perros y gatos, será el total de esa lista de la España negra. En la presentación a la prensa del Festival Canino de El Espinar, que se realizó días antes en el Centro Cultural de la Villa y a la que fuimos invitados Eduardo Haro Tecglen, Lucía Etxebarría, Silvia Masó y yo misma, tuvo una especial relevancia la presencia del defensor del menor en la Comunidad de Madrid, Pedro Núñez Morgades. Acostumbrado a la terrible indefensión de los niños ante el abuso, el abandono y el maltrato, el propio defensor del Menor, sin embargo, no volvió la vista ante la indefensión de los animales. Por el contrario, hizo hincapié en la gran importancia que tiene educar a los niños en ese respeto y en lo positivo para su desarrollo de responsabilizarse de un animal adoptado, algo que sólo hace un 3% de las familias españolas que adquieren un animal. Y allí estaban Hermión, Fiona y Gladys, tres perras refugiadas, para demostrar su belleza, su encanto, su saber estar, para pedir, respetuosa y dulcemente, un hogar.
Escrito por Ruth Toledano en El País