lunes, 19 de octubre de 2015

UN POCO DE HISTORIA: PERROS BOMBA RUSOS EN LA II GUERRA MUNDIAL


En 1942, los rusos entrenaron canes para que se arrastrasen debajo de los carros de combate y los hiciesen explotar
Finales de 1942 en Stalingrado. En un páramo helado aparentemente desierto, rompen la tranquilidad varios Panzers alemanes que dirigen sus orugas con estruendo hacia las posiciones enemigas. Repentinamente, y aunque no hay enemigos en los alrededores, un perro aparece delante de la columna de carros de combate portando un extraño objeto en su espalda. El observador del vehículo que va en cabeza no le da mayor importancia, pues no es más que un animal de compañía muy probablemente extraviado. Sin embargo, el can se exalta sin previo aviso y se mete a toda prisa bajo el armazón del tanque. Instantes después, los soldados de la «Wehrmacht» se quedan boquiabiertos al observar como el vehículo explota envuelto en una pequeña llamarada. Ha sido otra víctima de una nueva arma soviética, los perros–bomba de Stalin.
Aunque la situación anteriormente explicada es ficticia, la Historia sí nos dice que hubo no pocos momentos en los que los «Panzer Kommandant» de los carros de combate alemanes tuvieron que enfrentarse cara a cara con unos extraños enemigos de cuatro patas. Éstos se correspondían con unos canes que, cargados con un chaleco de tela lleno hasta los topes de trinitrotolueno (TNT), habían sido entrenados para arrastrarse bajo los Panzer enemigos haciendo así estallar la carga explosiva que portaban. Dichos asesinos eran conocidos por los soldados soviéticos como perros-mina o perros-bomba y, por los alemanes, como «panzerabwehrhunde» (perros antitanque). Unos animales que acudían a una misión kamikaze movidos únicamente por el entrenamiento y sin saber cuál sería su cruel destino.
Esta historia es una de múltiples que se pueden leer en «Las 100 mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial», la nueva reedición de la famosa obra del historiador y periodista Jesús Hernández. Este libro, concretamente, fue con el que se dio a conocer en el ámbito editorial en 2003.



Perros: los animales para todo
El origen de los perros-bomba data de 1924, año en que los soviéticos aprobaron el uso de canes en el campo de batalla. Aunque por entonces sus objetivos eran bien distintos a los que finalmente tendrían. Concretamente, estos iban desde descubrir a combatientes perdidos en la nieve, hasta hallar minas enterradas en el suelo por el olor del explosivo que albergaban en su interior. También se barajó la posibilidad de que los «mejores amigos del hombre» transportaran en medio de la contienda mensajes entre diferentes unidades, aunque es un objetivo que se acabó abandonando debido a los múltiples inconvenientes que lastraba tras de sí (entre ellos, que el animal regresara junto a sus dueños o que fuese capturado por el enemigo).
A sabiendas del potencial de los perros, algunos años después los soviéticos se plantearon utilizar una serie de experimentos relacionados con el adiestramiento canino para lograr que estos animales transportaran una correa de bombas hasta la parte inferior de un Panzer alemán –la zona de un carro en la que el blindaje era menor-. Una objetivo que no era sencillo pero que, de funcionar, les permitiría dar el siguiente paso y plantearse cómo hacer estallar los susodichos explosivos.


«Condicionando» a los perros-bomba
Para tratar que estos canes llevasen a cabo esta curiosa tarea, los soviéticos se basaron en los estudios realizados por Iván Pávlov y Edward Thorndike, creadores respectivamente de las teorías del condicionamiento clásico y del condicionamiento instrumental. La primera es la que afirma que, mediante entrenamiento, un estímulo puede llevar a una reacción concreta y determinada. Esta se asocia con respuestas automáticas y fisiológicas del cuerpo (oler la comida lleva a salivar) que pueden ser modificadas. Por su parte, la segunda es la que considera que es necesario afianzar la conducta que se pretende enseñar mediante un refuerzo positivo –un «premio»- cuando el animal hace bien su tarea.
Con estas premisas se inició el entrenamiento. «Se hacía pasar hambre a los perros y, tras varios días, se les daba de comer debajo de un carro de combate con el motor arrancado», determina el historiador y periodista Jesús Hernández. Esto, en principio, lograría que los canes salivasen al ver los carros de combate -pues lo asociarían con la hora de comer-. Sin embargo, los soviéticos buscaban que los animales fuesen corriendo hacia los Panzer, por lo que todavía tenían que dar un paso más.
«Aunque inicialmente arrancan con las teorías de Pávlov y el condicionamiento clásico (se asocia el ruido del motor y los tanques a la comida) en realidad tienen más que ver con condicionamiento instrumental. Si analizamos el entrenamiento, vemos que se busca una acción tras la posible reacción automática de salivación al escuchar el sonido del tanque. Es otro tipo de aprendizaje en el que intervienen algo más que respuestas emocionales, interviene el sistema musculo esquelético que responde a una señal enviada desde el sistema nervioso para realizar una acción (buscar el tanque para encontrar la comida debajo de él)», explican, en declaraciones a ABC, Jaime Vidal y Elisa Hinojosa, de «Mas que Guau», una empresa dedicada al entrenamiento y la educación canina.
El sistema con el que se adiestraron los canes era válido, pues es similar al que se lleva a cabo en la actualidad. «A día de hoy, en el entrenamiento de perros utilizamos con frecuencia ambos procesos de aprendizaje. El condicionamiento clásico lo utilizamos para crearbases emocionales correctas que permitan asociar el entrenamiento con calma, seguridad, alegría etc. Es una herramienta perfecta para crear un vínculo entre el entrenador y el perro y aumenta la predisposición del perro para aprender, entrenar y trabajar. Sobre esa base trabajamos el cambio de conducta para una consecuencia agradable (condicionamiento instrumental). Enseñamos acciones a cambio de premios», completan los expertos.


Un can portador de minas
Habiendo conseguido que los perros viajaran hasta el carro de combate enemigo, los soviéticos idearon su primer plan: cargar al can con una mochila llena de TNT que pudiera desprenderse bajo el carro de combate mediante un ingenioso mecanismo. La idea era que el animal mordiera una cuerda o una anilla que llevaba atada al cuello–la cual liberaría los explosivos- y regresara junto a sus amos, quienes activarían la carga de forma remota. La tarea era dificultosa, pero los adiestradores de animales sabían que, de tener éxito, podrían ahorrarse horas y horas de trabajo y multitud de billetes en la creación de extensos campos de minas que, en muchos casos, apenas causaban rasguños en los vehículos enemigos.
Por muy increíble que pueda parecer, los expertos afirman que esta es una idea que podía llevarse a cabo, aunque requería de horas y horas de intenso entrenamiento. «Era factible. En la práctica, el perro aprende una acción y la repite porque tiene una consecuencia agradable (comer, en este caso). Cuando el perro comprende la acción que hace aparecer el premio, gradualmente podemos entregar el premio más lejos del lugar de la acción. La anilla es una palanca que acciona la aparición de comida. Si la entrega se realiza cada vez más separada de la acción (en tiempo y distancia) el perro acaba aprendiendo: “voy hasta allá, tiro de la anilla y vuelvo corriendo hasta aquí que es donde aparece la comida.», destacan Vidal e Hinojosa.


De la misma opinión es Esteban Navas, adiestrador canino de la empresa «WoWdog!», aunque con reticencias: «Hubiese sido posible que el perro hubiese tirado de la cuerda y huyera en situación de entrenamiento. Pero es importante diferenciar entre una situación de entrenamiento, donde todos las factores llevan a que el ejercicio se produzca, y situación de acción final de guerra, donde los gritos y diferentes ruidos asustarían al animal».

Medidas desesperadas y kamikazes contra «Barbarroja»
No obstante, el entrenamiento no surtió el efecto que se pretendía, pues los animales no siempre mordían la cuerda o la anilla que dejaba caer los explosivos. Hacía falta más tiempo, y este era un bien que empezó a escasear el 22 de junio de 1941, año en que los alemanes iniciaron la «Operación Barbarroja». Es decir, la invasión de la Unión Soviética.
En aquellos años, el ejército nazi destacaba sobre del resto por razones como su amplia experiencia en combate, su determinación o su perfecta organización. Sin embargo, si había algo que lo hacía casi invencible eran sus fuerzas mecanizadas. Y es que, sus carros de combate sembraban el terror gracias a la llamada «Blitzkrieg» o «Guerra relámpago» (una táctica que consistía en hacer grandes avances con vehículos blindados sobre el enemigo arrebatándole así ingentes extensiones de terreno en poco tiempo).
A pesar de lo sencillo que puede parecer a día de hoy detener esta forma de hacer la guerra, lo cierto es que los soviéticos no andaban sobrados de armas con las que abatir carros. Por ello, se las veían y se las deseaban para lograr detener a los Panzer con sus poco útiles granadas de mano, sus no muy efectivos fusiles anti-tanque PTRS-41, y sus escasos cañones.


A su vez, tampoco ayudaba el que los nazis hubieran capturado una gigantesca extensión de territorio ruso junto con una buena parte de sus ingenios para eliminar blindados. Por ello, el alto mando soviético cambió de estrategia y decidió que era mucho más sencillo adiestrar a los animales para que se limitaran a introducirse en la parte inferior de los carros de combate. Era entonces cuando se activaría una carga explosiva que detonara al instante, acabando también con su vida.
«Este experimento soviético fue modificado en otoño de 1941, cuando –en las afueras de Moscú- se empezó a entrenar a los perros para que fueran una mina contra carro guiada y sacrificaran sus vidas durante la misión», explica el historiador norteamericano Steven J. Zaloga en su obra «The Red Army of the Great Patriotic War 1941-45».
«Se decidió que se les atarían explosivos en el lomo. Una vez en el frente, se les soltaba cerca de los blindados alemanes; los perros se lanzaban rápidamente a buscar su comida bajo el vehículo pero, en este caso, se accionaba una palanca conectada a un explosivo al impactar contra la parte inferior del vehículo para provocar una detonación», explica Hernández.


¿Efectivos?
Lo cierto es que, como bien señala Hernández en su obra, estos perros suicidas llamaron soberanamente la atención de los alemanes, quienes se llevaron algún susto que otro al encontrarse con ellos. Precisamente uno de los primeros que tuvo el «honor» de toparse con estas extrañas armas fue el coronel Hans von Luck, un reconocido as de los Panzer con una ingente cantidad de enemigos abatidos a sus espaldas. Hasta un héroe alemán de tales dimensiones se quedó asombrado ante la ocurrencia.
«Una vez, cuando íbamos a abandonar un pueblo, un perro empezó a correr hacia nosotros. Meneaba su cola y gemía. Cuando intentamos capturarle, se arrastró debajo de un vehículo blindado. Al cabo de unos segundos oímos un “bang” y, después, una severa explosión. El vehículo se dañó, pero por suerte la bomba no causó un incendio. Corrimos hacia el animal muerto y descubrimos que tenía una carga explosiva enganchada que se activaba con un detonador con un pasador. Cuando el perro se arrastró debajo del vehículo, el detonador chocó contra la parte inferior y se activó desencadenando una explosión. El perro había sido entrenado para coger comida debajo de los vehículos blindados», explica el as de los carros de combate en sus memorias (tituladas «Panzer Commander»).
Con todo, los canes dejaron de ser efectivos en cuanto perdieron el elemento sorpresa. «Esta táctica sólo fue útil al principio, cuando los alemanes pensaban que eran perros de las unidades sanitarias y no sospechaban de la trampa. Más tarde, cuando se comprobó que iban cargados de explosivos, acribillaban a la mayoría de los perros que se les acercaban antes de que pudieran llegar a su objetivo», añade el historiador y periodista español. Hans von Luck era de la misma opinión o, al menos, eso es lo que afirma en su libro: «Desafortunadamente, en cuanto descubrimos la treta tuvimos que disparar a todos los perros que encontramos».
A su vez, el entrenamiento de estos animales tampoco era efectivo en su totalidad, pues en muchos casos confundían los carros de combate y se metían bajo los blindados del ejército soviético. Imaginarse las caras de los adiestradores «disfrutando» en primera persona de la voladura en pedazos de uno de sus propios vehículos es, cuanto menos, curioso. No faltaban tampoco los casos en los que, simplemente, los animales se asustaban debido al ruido de la contienda y volvían buscando el cariño de sus amos, algo que propinaba más de un sobresalto a los propios rusos.


Sea como fuere, lo cierto es que estos perros-bomba fueron utilizados en múltiples combates (algunas veces buscando más el «susto» del enemigo que la eficacia real). Una de sus participaciones más destacadas, según las fuentes soviéticas citadas por Zaloga, fue la batalla de Kursk (una de las contiendas de toda la Segunda Guerra Mundial en las que participaron un mayor número de carros de combate). «Los soviéticos dijeron que, en esta batalla, 16 perros destruyeron 12 tanques. Sin embargo, las fuentes alemanas afirman que no eran muy eficaces», completa el estadounidense.
Eficientes o no a la hora de destruir Panzers, lo cierto es que los perros-bomba destrozaban los nervios de los alemanes, quienes se veían obligados a acertar con sus armas a estos veloces animales dotados con grandes reflejos. En muchas ocasiones, este factor psicológico bastaba para desconcertarles. «Aunque la efectividad de los “perros bomba” era modesta, sí que tuvo como consecuencia: minar aún más la moral de las tropas alemanas, que debían permanecer en constante alerta. Los soldados soviéticos eran conscientes de la importancia que tenían estos actos», añade Hernández.

¿Por qué falló la técnica?
Pero ¿por qué falló la cruel táctica de los perros-bomba? Navas, de «WoWdog!», lo atribuye al miedo que generan al animal los diferentes ruidos de la contienda. «Aparte de ser un adiestramiento técnico, ya que el perro tiene que introducirse debajo de un objeto muy grande y con mucho ruido, es bastante difícil -por no decir imposible- por las emociones de los perros. Se ha demostrado científicamente que los perros tienen las mismas emociones que las personas», explica el experto.
Así pues, aunque el entrenamiento fuera efectivo, los adiestradores tendrían severos problemas para que los animales cumpliesen su función en medio de las balas. «La duda en este adiestramiento está cuando el perro se encuentra en una situación de guerra con disparos, gritos, personas muertas... en la cual sus emociones se ponen al límite. Emociones como el miedo y el estrés. Los soviéticos utilizaban la motivación de la comida para que el perro hiciese este trabajo, pero en una situación de guerra y con el miedo y estrés anteriormente escritos, el perro no tiene la motivación de la comida», explica el experto.
Por lo tanto, y en palabras de Navas, en medio de la contienda el perro entendería el estímulo de la comida como algo secundario, terciario o que, simplemente no existiría. «No se puede descartar, porque hemos visto adiestramiento realmente asombrosos durante años, pero es altamente improbable y dificultoso, no tanto en situaciones de entrenamiento con condiciones normales alrededor, pero si en situación real de guerra», completa.
Con todo, este adiestrador no se olvida de señalar que no hay que subestimar a los canes y que, en muchas ocasiones, todo depende de aquel que se halla con ellos. «El límite del perro es el límite nuestro como entrenadores, cuanto mejor entrenadores seamos, ellos serán mejores alumnos», afirma.
Por su parte, Vidal e Hinojosa lo atribuyen a un fallo en el entrenamiento. «Quizás lo que falló es el perfeccionamiento de la segunda fase de la enseñanza y su entrenamiento. La primera parte es perfecta. Cosas como el ruido de los motores o los tanques podrían asustar a los perros, pero a través del condicionamiento clásico se sustituye esa emoción, por una respuesta emocional de alegría, la respuesta fisiológica de salivación (¡Que bien, llega la comida!», explican a ABC los responsables de «Más que Guau». Sin embargo, la segunda fase (afianzar en el animal la idea de que debe meterse bajo el carro para obtenerla) es la que flaqueó.


Articulo publicado en ABC