miércoles, 2 de diciembre de 2015

SER GALGO EN ESPAÑA


El caso de Daniel González describe muy bien la situación de los galgos en España. Hace unos ochos años, en un peaje de la carretera de Burgos, recogió a una galga abandonada, famélica: “estaba hecha un saco de huesos y con lo que parecía un tiro en la pierna, seccionando el telón de Aquiles. Más adelante encontramos varios perdigones bajo su piel”, dice González. La bautizó como Audrey y trató de adoptarla, pero llevaba un chip: “Ahí se indicaba que pertenecía a un cazador navarro que no mostró ningún interés ni sorpresa al saber que habían hallado a su perra”, explica González. Audrey fue trasladada a la perrera, que no facilitó su adopción, hasta que, tras mucha insistencia y algún rifirrafe con la institución (y también de pagar un pequeño soborno: una caja de bombones), Daniel consiguió llevarse a Audrey a casa. Hará unos cinco años la historia se repitió en Toledo. Daniel se encontró a otra perra, también famélica y abandonada, a la que bautizó como Lost. La mala suerte (y la ineptitud) hizo que tras una negligencia veterinaria (le dejaron unas gasas dentro de la pata después de una operación y no se dieron cuenta hasta después de abrirla ocho veces más) a Lost le tuvieran que amputar una pierna. “Lo bueno de los animales”, cuenta González, “es que no les cuesta tanto salir adelante, no le dan tanto a la cabeza y se adaptan a la nueva situación”. Ahora Daniel se pasea por Madrid con su galga de tres patas que, aunque coja, ha sobrevivido felizmente al abandono. 


En España se abandonan muchos galgos y no todos los casos acaban bien. “Los galgos son encontrados severamente golpeados, quemados vivos, rociados con ácido, tirados en pozos, atados en cuevas y abandonados hasta morir, colgados o torturados de otras formas”, según denuncia la carta remitida por el Intergrupo por el Bienestar Animal del Parlamento Europeo en 2011 al entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que además recuerda que desde 2010 el artículo 337 del Código Penal condena la crueldad contra los animales. Carta que, por cierto, no obtuvo respuesta. En los últimos tiempos el Partido Animalista Pacma y otras asociaciones vienen protestando contra el abandono o la liquidación de los galgos al final de la temporada de caza. El 10,4% de los animales abandonados y recogidos en protectoras en España, fueron consecuencia del fin de la temporada de caza, según los resultados del Estudio sobre Abandono de Animales 2010 que realizó la Fundación Affinity. La cifra aumenta en comunidades como Extremadura donde alcanza el 30,4% o Castilla La Mancha donde llega al 21%.Se recogen más de 15.000 galgos al año, aunque los animalistas estiman que se abandonan unos 60.000. 


Estos animales se utilizan en la caza en campo abierto, una modalidad en la que los galgos (suelen correr por parejas), sin ayuda de su dueño, caza a la pieza (sobre todo liebres) tras una persecución; aunque también se utiliza en las monterías de caza mayor. En la caza en campo abierto los cazadores avanzan en fila (llamada mano), caminando en silencio hasta que salta la liebre y comienza una frenética huida. Entonces el soltador deja libres a los galgos y comienza la persecución. Cada año se celebra un Campeonato de España que acaba a mediados de Febrero, el último celebrado en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres.
Hay 180.000 galgueros en España que cuidan de unos 500.000 lebreles, según la Federación Española de Galgos. Según la organización, que se dedica al fomento de la caza con galgo, los casos de maltrato son, por tanto, una minoría. “La Federación”, explican en un comunicado, “ha realizado un estudio donde se demuestra que el galgo es la raza de perros que más atención en tiempo real recibe de sus propietarios, acercándose a cuatro horas diarias el tiempo que de forma exclusiva se dedica a los galgos, tiempo de juegos, paseos, alimentación, limpieza, entrenamiento, veterinario y caza. El resto del día la relación es similar a la de cualquier perro de compañía o de caza, según los casos”. Argumentan, también, que la caza de la liebre con galgos preserva otras especies protegidas que habitan en el mismo ecosistema que la liebre, como son diversas rapaces, la avutarda o el sisón, entre otras. La Federación muestra su rechazo total y condena al maltrato y abandono de galgos. 


Otros se oponen frontalmente a que continúe esta práctica. “La caza con galgo es una actividad cinegética que utiliza el animal como arma. En otros tipos de caza, el perro hace labores de ayuda, trayendo el animal cazado, por ejemplo, pero en esta, el galgo es el propio arma, la escopeta, y los galgueros van desarmados”, explica Cristina García Rodero, presidenta de la asociación Galgos sin Fronteras. “Es una modalidad que, aunque no existe una ley común europea, está prohibida de una forma u otra en todos los países de la UE”, apunta. Desde esta asociación y otras piden la abolición de esta modalidad de caza. Explican que reciben constantemente un goteo de correos notificando la aparición de galgos abandonados, pero que al final de la temporada se observa un pico acusado. “Lo peor del problema de los galgos es que acaba con ellos su inteligencia. Se supone que cuando persiguen a la liebre en los campeonatos tienen que hacer los mismos quiebros que ella, girar en los mismos puntos, seguir el mismo camino. Cuando el galgo se da cuenta de que recortando en diagonal a la trayectoria de la liebre gana terreno, se pierde la gracia y se le considera un ‘galgo sucio”, indica García Rodero. 


Se recogen más de 15.000 galgos al año, aunque los animalistas estiman que se abandonan unos 60.000

Muchos galgos son después abandonados o, peor aún, colgados, como muchas veces se ve en imágenes macabras que llegan hasta informativos internacionales. Cuando se ahorca un galgo con las patas traseras tocando el suelo, se dice que se le pone “a tocar el piano”, pues sus patas delanteras quedan en la posición de los pianistas. Esto es algo así como una terrible tradición muy española. “Suelen decir que un galgo no vale ni un cartucho, así que utilizan una cuerda para colgarlos”, explica la presidenta de Galgos sin Fronteras. "Últimamente también los queman para evitar dejar cualquier tipo de pista”. La cosa no es nueva: en 1991, el Irish Racing Board, un organismo que regula las exportaciones de perros de carreras desde Irlanda, prohibió la exportación de estos animales a España para evitar que acaben pudriéndose colgados de un árbol, cosa que, desde luego, no debe dar muy buena imagen de España en el exterior. 

                               

Afortunadamente los galgos cada vez son más apreciados como animales de compañía, tal vez debido al esfuerzo realizado en diferentes campañas para fomentar su adopción, y muchos de los que sobreviven y son recogidos en refugios acaban siendo adoptados en España o en el extranjero, como en el caso de Daniel González y las perras Audrey y Lost.



Escrito por Sergio C. Fanjul en El País