El pasado 4 de julio de 2013, nos dejaba James A. Farrell, más conocido como Jim Buck. Probablemente a la mayoría su nombre les resulte completamente desconocido, pero él fue el hombre que hizo de pasear perros una profesión.
Jim nació el 28 de noviembre de 1931 en Manhattan. Hijo de una familia acomodada del Upper East Side que había amasado una gran fortuna gracias al acero y al transporte marítimo, su futuro se dibujaba gestionando las empresas familiares. Pero Jim, poco amante de las convenciones, decidió que él mismo quería trazar su propio futuro; ni la universidad ni las empresas familiares entraban dentro de sus planes.
Jim nació el 28 de noviembre de 1931 en Manhattan. Hijo de una familia acomodada del Upper East Side que había amasado una gran fortuna gracias al acero y al transporte marítimo, su futuro se dibujaba gestionando las empresas familiares. Pero Jim, poco amante de las convenciones, decidió que él mismo quería trazar su propio futuro; ni la universidad ni las empresas familiares entraban dentro de sus planes.
Tras pasar una temporada de su vida gris y anodina vendiendo electrodomésticos puerta a puerta, una idea fue tomando forma en su cabeza. Jim tenía un gran danés al que debía sacar a pasear a diario, así que pensó en aprovechar la ocasión para sacar también al perro del vecino y sacarse una propina.
En poco tiempo Jim había fundado su propia empresa, la Jim Buck’s School for Dogs, que regentó durante 40 años de su vida. En esta escuela se formaban los futuros paseadores de perros de la ciudad de Nueva York y funcionaba también como lugar para educar a los propios perros. Jim llegó a contar con 24 asistentes que paseaban diariamente más de 150 perros al día.
Los aprendices de paseadores debían enfrentarse a Oliver “el terrible”, un perro capaz de saber que el aspirante estaba en su día de prueba. El simpático de Oliver se metía en la primera cabina telefónica que encontraba por la calle y permanecía tozudo en su interior. El paseador debía hacer uso de su paciencia y su capacidad de disuasión hasta conseguir hacerlo salir.
Jim era definido por la gente de la época como un hombre alto y elegante, todo un dandi, capaz de pasear gran cantidad de perros al mismo tiempo pese a su delgada constitución. Sus clientes eran gente refinada, en su mayoría del Upper East Side, provenientes del mundo del arte, la política, las finanzas y la industria cuyos nombres él nunca quiso revelar puesto que se debía al secreto profesional.
Su peculiar profesión lo llevó a aparecer en programas televisivos como el “David Letterman Show” o en publicaciones como “The New Yorker”, “Life” o “The New York Times”.
Hace algo más de una década que la escuela de Jim dejó de existir, pero su legado permanece: los paseadores de perros han dejado de ser una rareza para pasar a formar parte del paisaje urbano de nuestras ciudades.
Publicado en Perricaressen