Si bien nada es posible para los seres vivos de este planeta sin una
infinita variedad de vínculos, algunas realidades están excesivamente
separadas. Por ejemplo: entre una oveja y un lobo media, por desgracia,
el abismo de que la primera es propiedad privada - algo que solo tiene
relación con lo humano - mientras que el cánido salvaje es de todos - de
todos los humanos y de toda la Natura.
Cuando se mata a un lobo, en realidad cuando se mata a cualquier animal en el ejercicio de la caza, tantas veces ilegal, se está privatizando algo. Como resulta bien sabido todavía es demasiado común y poderosa esa concepción, en realidad consecuente con el periodo histórico que nos toca vivir. El derecho de pocos a prevalece, casi sin pausas, sobre el de todos. Cuando, paradójicamente, existen leyes europeas que protegen al cánido. Sin olvidar que resulta especialmente sencillo y poco costoso reparar el daño económico que sufren los ganaderos. Sin embargo estamos constatando que han vuelto a resultar irreconciliables las posturas a favor o contra del animal más alejado de las conveniencias establecidas. Como los perseguidores de lobos están amparados por su mayor influencia social, en lo que cabe incluir, por supuesto, el demoledor derecho a defender sus propiedades, creo oportuno que podamos reflexionar sobre unos pocos aspectos de lo que acompaña, desde nuestra perspectiva de defensores de la vida salvaje, ese BASTA YA DE MATAR LOBOS que ha convocado incluso una manifestación en las calles de Madrid.
Volvamos a empezar aunque han pasado 40 años desde que parecía claro
que no se debe exterminar a los lobos de provincias enteras.
La vivacidad se sustenta también en leyendas como la del lobo. El que una parte de nuestros ganaderos consideren una suerte de estigma al cánido salvaje obviamente ha puesto las cosas muy difíciles al cánido. Pero no menos a todos los amantes de vivencias naturales. Derrotados tantas veces por la recalcitrante y desfasada idea de que no somos también lo que nos rodea. De que, como mínimo, deben estar igualados el derecho a matar y el de que algo siga vivo para ser contemplado y admirado.
La vivacidad se sustenta también en leyendas como la del lobo. El que una parte de nuestros ganaderos consideren una suerte de estigma al cánido salvaje obviamente ha puesto las cosas muy difíciles al cánido. Pero no menos a todos los amantes de vivencias naturales. Derrotados tantas veces por la recalcitrante y desfasada idea de que no somos también lo que nos rodea. De que, como mínimo, deben estar igualados el derecho a matar y el de que algo siga vivo para ser contemplado y admirado.
Conviene recordar el lobo ocupa una posición destacada en todo lo relacionado con la conservación de nuestra Natura. Tanto es así que el origen de casi todo lo que ahora entendemos como cultura ecológica tiene una íntima relación con la protección a especies amenazadas de extinción. Con el lobo entre las primeras que merecieron los esfuerzos conservacionistas. Quiero esto decir que el hoy entreverado panorama de lo ambiental - donde se hermanan desde la oposición a la energía nuclear, hasta la planificación territorial, la salud del aire o el reciclado - están emparentados con el respeto a lo poco que no está lisiado en este mundo. Parte, pues, de la historia del pensamiento más innovador de los últimos siglos.
Defendemos el lobo porque es un
certificado de autenticidad que demuestra que un determinado entorno es
apasionante porque está completo. Escuchar simplemente el aullido de un
lobo nos confirma que esos perdederos no están perdidos. Todos los que
amamos a la Natura somos, de alguna forma, parte de la manada. O lo que
viene a ser lo mismo: donde quedan lobos podemos encontrar para nosotros
precisamente lo mismo que ellos representan:
Verdadera belleza en libertad. Acaso el más íntimo anhelo de los seres humanos.
Verdadera belleza en libertad. Acaso el más íntimo anhelo de los seres humanos.
Publicado en El Mundo