viernes, 28 de octubre de 2016

PROTEGER AL LOBO PROTEGIENDO LA NATURALEZA


«Hay que proteger al ganado de los lobos y manejarlo de forma coherente con la presencia de depredadores. Y hay que asumir que el lobo no hace daño cuando caza una presa natural, por más que ésta pueda ser un trofeo cinegético», explica Luis Frechilla. Para este biólogo y consultor ecoturístico en DABOECIA Arte y Naturaleza «la mejor garantía que podemos tener para nuestra propia conservación en el planeta» consiste en aceptar que «es un privilegio vivir en un medio ambiente sano con una comunidad de seres completa y bien estructurada».
El lobo cumple un papel muy importante como agente eliminador de carroñas y controlador de las poblaciones de herbívoros y otros pequeños depredadores (así como de las enfermedades que a éstos les afectan, como la sarna, al acabar con los ejemplares más débiles). «Un ecosistema sin lobos buscará un nuevo equilibrio distinto al natural con depredadores que puede no ser el más conveniente en su conjunto para el ser humano y el resto de partes de la cadena alimentaria, y cuyos efectos colaterales resultarán difíciles de predecir», advierte Frechilla, que se aventura a citar como ejemplo la posible extinción del urogallo cantábrico por falta de alimento a causa de la competencia con el ciervo.


El problema fundamental del lobo ibérico en España, en opinión del biólogo, guarda relación con que «no se aplica una gestión basada en el conocimiento técnico». «Gestionamos el monte sin inteligencia de acuerdo a intereses de un sector determinado de la sociedad». El experto matiza su respuesta: «Criamos ciervos en el monte como si fueran ganado y eliminamos a los lobos para que no los maten (y tampoco, de paso, a los animales domésticos). Pero luego los ciervos causan daños mucho más importantes que los lobos, de forma que tenemos que abatirlos para proteger el ecosistema. Al mismo tiempo, más ciervos estimulan las poblaciones de lobos (porque son sus presas), por lo que volvemos a tener más lobos y hay que matarlos de nuevo». En la actualidad, subraya Frechilla, el medio natural necesita protección; aunque no directamente para el lobo, sino para otras especies: «El lobo precisa de una gestión coherente de la naturaleza, pues ésta influye en el tipo de recursos de los cuales puede disponer».


El ser humano condiciona el comportamiento de toda la fauna de un modo u otro; más aún en el caso del lobo, «una especie muy perseguida». Por ello, los lobos se han vuelto más nocturnos, huidizos, precavidos y discretos, confirma Frechilla. No obstante, «en general», «los lobos viven muy cerca del ser humano», aunque sean difíciles de observar. «El lobo es sumamente adaptable y puede desarrollarse incluso en sitios que aparentemente conservan poca naturalidad».

 

Noroeste peninsular

El grueso de la población actual de lobo ibérico en España se distribuye por Galicia, Asturias, Castilla y León y Cantabria. En la mitad sur de la península Ibérica se considera casi extinto desde finales del siglo XX, con indicios probables de alguna manada en Sierra Morena, «aunque no existe consenso absoluto sobre esto y puede que ya no quede ningún ejemplar puro», advierte Frechilla. Al norte del Duero, en cambio, la especie se encuentra en expansión en las últimas décadas «después de haber pasado por una situación crítica a causa de la persecución humana». Se pueden detectar lobos en el País Vasco, la Comunidad de Madrid, el sur de Castilla y León o el norte de Extremadura. «Se evidencia una tendencia clara a la recolonización natural de su antiguo territorio». También se ha constatado la presencia reciente de lobos en los Pirineos: «Pero se cree que proceden de otras poblaciones europeas, posiblemente de Italia», señala el biólogo.


La elaboración de un censo fiable de la especie en la península Ibérica es una demanda histórica de organizaciones como WWF, Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel), Ecologistas en Acción y Lobo Marley. «No es fácil. No solo porque la gestión del medio ambiente depende hoy de las comunidades autónomas, que deberían empezar a coordinarse entre ellas, sino porque el número de lobos varía continuamente en el campo (muertes naturales, atropellos, caza, nuevos nacimientos durante la época de cría, etc.)», puntualiza Frechilla.
Las ONG citadas han solicitado, también, que el lobo deje de considerarse una especie cinegética y se incluya en el Catálogo Español de Especies Amenazadas como «Vulnerable» (al norte del Duero) y «En Peligro» (al sur del río). Para el biólogo, más allá de la designación, lo capital es el cumplimiento de lo adoptado. «Si se opta por un estatus de protección (sobre la premisa de que el ecosistema necesita al lobo) deberá asumirse que la especie tendrá un impacto en el medio natural». «Si se considera una especie cinegética –continúa Frechilla- (pues hay zonas donde la población de lobo puede soportar una presión cinegética controlada) habrá que determinar unos cupos razonables y sostenibles de acuerdo con criterios científicos, lo que no se está haciendo ahora», se queja el biólogo.


Los controles de población que llevan a cabo las CC.AA., coinciden Frechilla y WWF, ASCEL, Ecologistas en Acción y Lobo Marley, se fundamentan en la falsa idea de que la depredación del ganado se relaciona con la abundancia de lobos, cuando, en realidad, el lobo, al ser un depredador, no alcanza de manera natural altas densidades. «La depredación al ganado depende más de la ausencia de medios de protección frente a los depredadores, explica el biólogo. «En la Meseta los daños son mínimos con una densidad de lobos relativamente alta porque los rebaños siempre van acompañados de pastores y se recogen en naves y cuadras para evitar que el ganado entre en fincas privadas y ramonee cultivos».
Los controles «indiscriminados» y «aleatorios» de lobos practicados por los ejecutivos autonómicos, tal y como denunciaron en una nota conjunta el grupo de organizaciones antes del 20-D, «no reducen la conflictividad social sino que la alientan y pueden incrementar las tasas de depredación del ganado (ya que la desintegración de las manadas puede alterar las necesidades y el comportamiento de los supervivientes)», apuntaban en su escrito.


Impactos de los observadores
WWF, ASCEL, Ecologistas en Acción y Lobo Marley mencionan la conveniencia de regular el turismo de observación de lobos tras una evaluación de los efectos de la actividad, «ya que puede afectar de manera directa en el comportamiento de los ejemplares y facilitar la mortalidad legal e ilegal sobre la especie».
«Se trata de una actividad que no lleva a la muerte directa de ejemplares y que se realiza siempre desde una perspectiva favorable a la conservación», responde Frechilla. «Los impactos de los observadores son poco trascendentes y se traducen en las molestias que pueden generar cada día un montañero o un pastor», por ejemplo. El peor de los escenarios contempla el desplazamiento de los ejemplares hacia zonas menos favorables para la especie, donde, «en caso de que exista otro problema más grave (como el furtivismo), puede provocar la muerte no deseada de algunos ejemplares». Sin embargo, tranquiliza el biólogo, «esto no es fácil de determinar y sería simplificar mucho la capacidad del lobo para explotar su territorio y encontrar lugares seguros que siempre tiene a su alcance».


La observación de fauna como actividad turística contribuye a la educación ambiental y al desarrollo económico sostenible de comunidades rurales «que, por lo general, no gozan de un futuro sencillo y halagüeño», enfatiza Frechilla.
«Con el oso se ha hecho un extraordinario esfuerzo divulgativo para llegar a una situación actual en la que los ciudadanos tienen una visión positiva de la especie en general. Con el lobo esto es más difícil pero todavía más necesario si cabe y será uno de los caballos de batalla del futuro inmediato en nuestro país en temas de conservación», se muestra convencido Frechilla. «Ahora mismo existe una base social eminentemente ecológica en las nuevas generaciones, por lo que los cambios van a llegar sí o sí».