Ayer, por primera vez, tuve que ayudar a mi perro Lupo a bajar las
escaleras de nuestra casa. Le faltan fuerzas en las patas. Está muy
viejo y ya no puede hacerlo por sí solo, como tampoco puede subir al
coche. En el mismo en el que hasta hace poco íbamos a correr por los
prados del faro de Santander. Después de 14 años de convivencia, nuestra
amistad está llegando a su fin.
A Lupo le encontré una madrugada, volviendo de marcha en
Salamanca, cuando yo aún estudiaba allí. Entonces tenía sólo un año. Es
un perro descarado y "macarra", pero muy leal y cariñoso. Desde
entonces hemos sido compañeros de habitación y vida. Lupo me ha
acompañado a varios exámenes de la facultad, hemos dormido por las
calles y bosques de media España y hasta fuimos juntos a una
manifestación. Pero lo que más echaré de menos es cuando conduzco y
apoya su morro en mi hombro, estirándose desde la parte trasera del
coche. O cuando me siento en mi despacho a escribir y se echa sobre mis
pies. Es como si necesitara tener alguna parte de su cuerpo sobre el
mío, para recordarme que estamos conectados y formamos una manada
indivisible. Y es verdad, Lupo y yo somos grandes aliados.
Los perros han estado en todas las grandes hazañas humanas de
la Historia. Había perros en el viaje de Colón a América, en el primer
viaje alrededor de la órbita terrestre y en la conquista del Polo Sur.
Sin ellos, el éxito que hemos alcanzado en algunas zonas de clima u
orografías imposibles nunca hubiera existido. También muchas tribus del
mundo los aprecian. Para los Inuit, por ejemplo, hasta la invención de
las motos de nieve fueron imprescindibles en su supervivencia. Sin ellos
no podían moverse de un lugar a otro.
Sin embargo, la historia de vida compartida comienza mucho más
atrás en el tiempo. Las primeras tumbas de perros, realizadas por
humanos, datan de hace entre 15.000 y 12.000 años atrás, en Asia. El
hecho de que fueran enterrados con las patas dobladas delata la
presencia de elementos rituales. Además, muchas de ellas están junto a
tumbas de humanos, quizás sus dueños, lo que puede ser interpretado como
un amor ancestral por esta especie.
¿Pero cómo se produjo el primer contacto que dio paso a la
domesticación? y ¿por qué iban a asociarse dos especies tan distintas?
En aquella época, hace 20.000 años aproximadamente, los lobos vivían en
las periferias de las comunidades humanas. La ventaja de tenerlos cerca
es que detectan muy bien la presencia de depredadores. Para ellos, el
beneficio estaba en comer nuestros restos de comida.
Sin embargo, para pasar de lobo a perro doméstico algunos
cachorros tuvieron que ser introducidos en el grupo. El premio Nobel
Konrad Lorenz creía que en algún momento del Paleolítico, una niña,
movida por su instinto de protección y empatía, adoptó varios cachorros,
quizás huérfanos, y los introdujo en el grupo de humanos.
Los descendientes de aquellos primeros lobos se fueron
adaptando a nuestras vidas. Los agresivos eran descartados y en pocas
generaciones comenzaron los cambios. Ganaron pelo, sus orejas cayeron y
las colas se agitaban más. Pero no sólo cambiaron físicamente, también
su psicología lo hizo para siempre. Aquellos perros ancestrales
evolucionaron en su habilidad para leer los gestos humanos. Había
surgido el primer perro de la Historia, y con él la alianza más hermosa
entre especies de la naturaleza.
Los perros nos entienden mejor que cualquier otra especie
animal. Por ejemplo, saben lo que señalamos con el dedo y leen nuestra
mirada. Algo increíble si tenemos en cuenta que otros primates no saben
interpretar estas señales de cooperación tan humanas.
Además, esta comprensión se trata de un algo innato. El etólogo
Brian Hare ha demostrado que los cachorros de tan sólo nueve meses de
edad lo hacen igual de bien que los perros adultos, lo que significa que
ya nacen con esta capacidad para conectar con los humanos. La
explicación está en que los perros pertenecen a los cánidos, una familia
de especies con una tendencia a cooperar más intensa que la nuestra.
Por si fuera poco, muestran una gran empatía. En unos estudios
llevados a cabo por las psicólogas Deborah Custance y Jennifer
Mayer, analizaron el comportamiento de 18 perros con diferentes edades y
razas. Registraron su respuesta ante personas que simulaban llantos
frente a dos grupos de control que hablaban o tarareaban una canción.
Los resultados fueron que los perros mostraban más preocupación y se
acercaban con mayor frecuencia a las personas que fingían estar tristes
que a los otros dos grupos. En otras pruebas sobre contagio de bostezo:
un buen indicador de la existencia de la empatía, el cual al 67% se les
contagió.
¿Y los otros primates?, ¿"domestican" o generan alianzas con otros
animales? Sí, lo hacen continuamente. En la selva, varias especies de
primates se mueven juntas para evitar a los depredadores. Pero el caso
más asombroso y similar al humano está ocurriendo en la actualidad en
los vertederos de la India. En estos lugares, los babuinos capturan
cachorros de perro abandonados para convertirlos en miembros de la
manada. Al principio son forzados a vivir con la tropa, pero en pocos
días ya están integrados. Se sabe que valoran mucho la relación que
mantienen con ellos porque reciben acicalamiento como lo haría cualquier
otro miembro. Los perros no se escapan, sino que se quedan para siempre
y ayudan en la protección del grupo como uno más. Es probable que sea
similar a la forma en que perros y hombres comenzamos nuestro historial
de vida compartida.
Muchas preguntas quedan sin responder, pero la historia de la
alianza entre los perros y los humanos es una de las aventuras más
emocionantes y misteriosas de la evolución. Así que todos los que
tengamos una amistad con un perro, ya sea en el presente o en el pasado,
debemos recordar que continuamos con una tradición que se remonta al
origen de los tiempos. Una verdadera historia de amor que ha durado
hasta el día de hoy.
Escrito por Pablo Herreros en El Mundo