miércoles, 22 de febrero de 2017

UNA HISTORIA DE AMOR MILENARIA; POR PABLO HERREROS


Ayer, por primera vez, tuve que ayudar a mi perro Lupo a bajar las escaleras de nuestra casa. Le faltan fuerzas en las patas. Está muy viejo y ya no puede hacerlo por sí solo, como tampoco puede subir al coche. En el mismo en el que hasta hace poco íbamos a correr por los prados del faro de Santander. Después de 14 años de convivencia, nuestra amistad está llegando a su fin.
A Lupo le encontré una madrugada, volviendo de marcha en Salamanca, cuando yo aún estudiaba allí.  Entonces tenía sólo un año. Es un perro descarado y "macarra", pero muy leal y cariñoso. Desde entonces hemos sido compañeros de habitación y vida. Lupo me ha acompañado a varios exámenes de la facultad, hemos dormido por las calles y bosques de media España y hasta fuimos juntos a una manifestación. Pero lo que más echaré de menos es cuando conduzco y apoya su morro en mi hombro, estirándose desde la parte trasera del coche. O cuando me siento en mi despacho a escribir y se echa sobre mis pies. Es como si necesitara tener alguna parte de su cuerpo sobre el mío, para recordarme que estamos conectados y formamos una manada indivisible. Y es verdad, Lupo y yo somos grandes aliados.


Los perros han estado en todas las grandes hazañas humanas de la Historia. Había perros en el viaje de Colón a América, en el primer viaje alrededor de la órbita terrestre y en la conquista del Polo Sur. Sin ellos, el éxito que hemos alcanzado en algunas zonas de clima u orografías imposibles nunca hubiera existido. También muchas tribus del mundo los aprecian. Para los Inuit, por ejemplo, hasta la invención de las motos de nieve fueron imprescindibles en su supervivencia. Sin ellos no podían moverse de un lugar a otro.
Sin embargo, la historia de vida compartida comienza mucho más atrás en el tiempo. Las primeras tumbas de perros, realizadas por humanos, datan de hace entre 15.000 y 12.000 años atrás, en Asia. El hecho de que fueran enterrados con las patas dobladas delata la presencia de elementos rituales. Además, muchas de ellas están junto a tumbas de humanos, quizás sus dueños, lo que puede ser interpretado como un amor ancestral por esta especie.


¿Pero cómo se produjo el primer contacto que dio paso a la domesticación? y ¿por qué iban a asociarse dos especies tan distintas? En aquella época, hace 20.000 años aproximadamente, los lobos vivían en las periferias de las comunidades humanas. La ventaja de tenerlos cerca es que detectan muy bien la presencia de depredadores. Para ellos, el beneficio estaba en comer nuestros restos de comida.
Sin embargo, para pasar de lobo a perro doméstico algunos cachorros tuvieron que ser introducidos en el grupo. El premio Nobel Konrad Lorenz creía que en algún momento del Paleolítico, una niña, movida por su instinto de protección y empatía, adoptó varios cachorros, quizás huérfanos, y los introdujo en el grupo de humanos.


Los descendientes de aquellos primeros lobos se fueron adaptando a nuestras vidas. Los agresivos eran descartados y en pocas generaciones comenzaron los cambios. Ganaron pelo, sus orejas cayeron y las colas se agitaban más. Pero no sólo cambiaron físicamente, también su psicología lo hizo para siempre. Aquellos perros ancestrales evolucionaron en su habilidad para leer los gestos humanos. Había surgido el primer perro de la Historia, y con él la alianza más hermosa entre especies de la naturaleza.
Los perros nos entienden mejor que cualquier otra especie animal. Por ejemplo, saben lo que señalamos con el dedo y leen nuestra mirada. Algo increíble si tenemos en cuenta que otros primates no saben interpretar estas señales de cooperación tan humanas.


Además, esta comprensión se trata de un algo innato. El etólogo Brian Hare ha demostrado que los cachorros de tan sólo nueve meses de edad lo hacen igual de bien que los perros adultos, lo que significa que ya nacen con esta capacidad para conectar con los humanos. La explicación está en que los perros pertenecen a los cánidos, una familia de especies con una tendencia a cooperar más intensa que la nuestra.
Por si fuera poco,  muestran una gran empatía. En unos estudios llevados a cabo por las psicólogas Deborah Custance y Jennifer Mayer,  analizaron el comportamiento de 18 perros con diferentes edades y razas. Registraron su respuesta ante personas que simulaban llantos frente a dos grupos de control que hablaban o tarareaban una canción. Los resultados fueron que los perros mostraban más preocupación y se acercaban con mayor frecuencia a las personas que fingían estar tristes que a los otros dos grupos. En otras pruebas sobre contagio de bostezo: un buen indicador de la existencia de la empatía, el cual al 67% se les contagió.


¿Y los otros primates?, ¿"domestican" o generan alianzas con otros animales? Sí, lo hacen continuamente. En la selva, varias especies de primates se mueven juntas para evitar a los depredadores. Pero el caso más asombroso y similar al humano está ocurriendo en la actualidad en los vertederos de la India. En estos lugares, los babuinos capturan cachorros de perro abandonados para convertirlos en miembros de la manada. Al principio son forzados a vivir con la tropa, pero en pocos días ya están integrados. Se sabe que valoran mucho la relación que mantienen con ellos porque reciben acicalamiento como lo haría cualquier otro miembro. Los perros no se escapan, sino que se quedan para siempre y ayudan en la protección del grupo como uno más. Es probable que sea similar a la forma en que perros y hombres comenzamos nuestro historial de vida compartida.


Muchas preguntas quedan sin responder, pero la historia de la alianza entre los perros y los humanos es una de las aventuras más emocionantes y misteriosas de la evolución. Así que todos los que tengamos una amistad con un perro, ya sea en el presente o en el pasado, debemos recordar que continuamos con una tradición que se remonta al origen de los tiempos. Una verdadera historia de amor que ha durado hasta el día de hoy. 



Escrito por Pablo Herreros en El Mundo