miércoles, 26 de abril de 2017

COMO UN PERRO ABANDONADO ACABÓ EN MI CASA; POR BERTA FERRERO




Roche ha venido para quedarse. Yo no lo sabía, pero parece que él lo tuvo claro desde el principio. Se puede decir ya, alto y claro, que es mi segundo perro. Es negro, muy negro, parece de tamaño mediano, aunque como todavía es un cachorro (de unos 10 meses, según el veterinario) y, además, de raza mileches -un poco de aquí y otro de allá-, no sabemos cuánto crecerá. Un auténtico perro sorpresa. De carácter, torbellino. Con energía en modo on 20 horas al día, con ese rabo suyo en constante movimiento, tanto, que a veces me asombra cómo sigue entero al final del día. Increíble. Se puede decir también que ante todo es un perro feliz. De esos inmunes a las broncas. Te mira tras uno de tus bufidos, “¡Roche, eso nooo!”, se sienta de una manera muy rara, con las dos patas traseras mirando a un lado y el cuerpo a otro, y vuelve a dar rienda suelta al rabo. A veces me parece que hasta sonríe, el tío. Lo cierto es que tiene algo por lo que reír, porque goza del extraño privilegio de ser uno de los 137.000 perros y gatos recogidos cada año, según las últimas cifras, de 2015, que ha publicado la Fundación Affinity, y, milagros de la vida, de los pocos que, un mes después, ya ha encontrado un hogar. De todos estos perros (104.501) y gatos (33.330) hallados, la mayoría encontrados en la calle, uno de cada cinco se han perdido y son devueltos a sus dueños. Un sencillo cálculo rebaja entonces a 80.000 perros los realmente abandonados.


Sucedió en Cádiz, a principios de junio. Era un viaje planteado como un kit-kat dentro de un kit-kat. Una semana de descanso absoluto y reencuentro vital, tan necesario en estas fechas. Y no es por dármelas de bruja, pero de camino hacia el paraíso gaditano salió de mi boca: “Reza para que no encontremos un perro abandonado, porque volvemos con (más) compañía”. Hicimos línea y bingo. Claro que estábamos yendo al sur y a principios de verano, por lo que las probabilidades aumentaban exponencialmente. Esto contrasta con los datos del estudio de la Fundación Affinity, que asegura que pese a la creencia -como la mía- de que el mayor número de abandonos se da en el periodo estival, la recogida de perros se mantiene estable a lo largo de todo el año, mientras que en el caso de los gatos sí que es verdad que el pico de recogidas se acentúa durante el segundo cuatrimestre anual por el ciclo natural de reproducción de los felinos, muy estacional durante este periodo.



Por supuesto, viajábamos con Tyrion, mi primer perro. Tiene ya un año y medio y no puede ser más bueno. Lo de guapo se da por supuesto, porque como es mío, digo lo que todos los que tenemos perro: “Es el más en todo”. Educado, algo más que listo, bastante faldero y con energía media. Si toca correr, se lanza a esprintar el primero. Si toca dormir, ni se le oye. Como decía, un santo. También tuvo el extraño privilegio de ser abandonado, encontrado y reubicado. Pero en su caso fue buscado, llegó a nosotros a través de una protectora cuando solo tenía dos meses y medio. Roche sin embargo apareció de entre los árboles, en mitad de un campo. En realidad, él nos encontró a nosotros. Salió y nos ladró. Moviendo el rabo, claro. Y bueno, cuando te encuentras con un caso así tienes dos opciones: mirar hacia otro lado y pensar que alguien lo estará buscando o complicarte la vida. Elegimos lo segundo.


Del total de animales de compañía recogidos por las protectoras en 2015, menos de la mitad fueron adoptados (44%), tan solo un 19% se devolvieron a su propietario gracias a estar identificados con microchip, un 14% sigue viviendo en la protectora y un 10% fue sacrificado. La buena noticia, si es que se puede sacar algo bueno de todo esto, es que en los últimos años también va en aumento el porcentaje de animales recogidos que se han perdido y que llevan microchip. No es decir mucho, porque los datos siguen siendo bajísimos. En 2015 un 30% de los perros recogidos estaban correctamente identificados; una cifra que contrasta con el caso de los gatos, que aún es peor, porque solo alcanza el 3%. Nosotros recogimos a Roche con la esperanza de que fuera uno de los agraciados, es decir, que tuviera un dueño que hubiera cumplido la ley, se hubiera preocupado en identificarlo y estuviera buscándolo. Así que lo metimos en el coche y lo llevamos al veterinario. El pobre pasó de correr detrás de nosotros y ladrarnos a temblar de miedo. Además, estaba repleto de garrapatas que se lo estaban comiendo vivo.


Ni que decir que no había rastro de chip. Así que lo desparasitamos por dentro y por fuera y al día siguiente viajó con nosotros a Madrid, en calidad de acogido. La siguiente fase: buscarle casa. Ya teníamos un perro, Tyrion, que decidió ignorar al nuevo inquilino, como si ese ser extraño no tuviera nada que ver con él. La verdad es que el pobre vivió los primeros días pasmado, viendo cómo ‘el nuevo’ le destrozaba todas sus camas (perrunas). El caso es que no queríamos dos perros. No por nada, simplemente porque vivimos en un país que te complica bastante la vida cuando tienes uno, imagínate con dos. Viajar, ir a la playa, colocarlos en casa de familiares cuando no pueden ir contigo… en fin, decidimos que con Tyrion, al que adoramos, teníamos más que suficiente. Eso sí, teníamos que buscarle nombre al nuevo, aunque fuera un inquilino temporal… He de decir que se me pasó por la cabeza llamarle Jon Nieve, por eso de jugar con el color del susodicho y nuestro freakismo particular… Los humanos somos muy absurdos a veces, es verdad. Menos mal que me imaginé en el parque llamando a los perros: “¡¡¡Tyrioooon… Jon Nieveeeee….!!!” y me vi sola y aislada e intentando evitar que me pusieran una camisa de fuerza. Así que nos quedamos con la esencia: Roche, el lugar donde nació y donde nos encontró.


Es verdad que, año a año, cada vez se recogen menos animales domésticos. Concretamente, en 2015 se recogieron 19.000 gatos y perros menos que en 2008. El principal motivo declarado por los propietarios para entregar a un animal de compañía a un refugio, es decir, abandonarlo pero con la conciencia algo más tranquila, es el comportamiento del animal (15%). El listado lo completan otras razones: encontrarte en casa con camadas no deseadas (14%), los factores económicos (12%), el fin de la temporada de caza (10%) y el cambio de domicilio (9%). No tengo ni idea de qué es lo que hizo que Roche acabara solo en mitad de un campo gaditano.



 Lo que sí sé es que al cabo de una semana con nosotros, Roche y Tyrion ya eran íntimos. Con esa primera conquista, decidimos cerrar un poco la horquilla y dejar de ofrecérselo a todo el mundo, solo a gente cercana, nos decíamos, íntima, casi, casi de la familia…”Para ir a verlo cuando queramos”, pensábamos. A los diez días, Roche era uno más, el trasto, el torbellino, pero uno más. A los doce, un señor muy agradable que conocemos del parque al que vamos con los perros se interesó por él. Ahí nos dimos cuenta de que la horquilla ya estaba más que cerrada. Roche había encontrado su casa. Él lo supo desde el principio. Nunca dejó de mover el rabo. Esa es la gran verdad.


Escrito por Berta Ferrero en El País