viernes, 21 de abril de 2017

FELINOS FANTASMA


Maestros del sigilo, los pumas rara vez emergen de las sombras. Pero poco a poco van recuperando el terreno perdido.


Es un cálido día de invierno en el sur de California y varios autocares repletos de turistas se detienen en un mirador con vistas a Beverly Hills y West Hollywood. Mientras los guías señalan los estudios de cine y las mansiones de las estrellas, Jeff Sikich, un biólogo del Área Recreativa Nacional de la Sierra de Santa Mónica, me indica una estrecha franja de bosque a lo lejos. Al menos diez meses antes un joven puma macho salió de la sierra de Santa Mónica, siguiendo ese hilo de verdor a través de la inmensa colmena humana. Tras cruzar –no se sabe cómo– dos de las carreteras más transitadas del mundo, entre ellas la Hollywood Freeway de 10 carriles, se instaló en Griffith Park, el conjunto de colinas situadas a nuestras espaldas y conocidas en todo el mundo por el gigantesco cartel de HOLLYWOOD.


Sikich me conduce por la célebre ladera, guiándose por la señal procedente del radiocollar del animal. Localiza la posición exacta del felino y luego nos dirigimos a los lugares donde este se detuvo para devorar sus últimas presas. Descubrimos dos cadáveres de ciervo mulo entre unos arbustos. Nos cruzamos con gente que pasea su perro, corre o va en bicicleta. Si alguno de ellos sabe que comparte este paisaje con un depredador invisible pero letal, no parece preocuparle.
«En la sierra de Santa Mónica solo hay cabida para 10 o 15 pumas –afirma Sikich–. Aquí el te­­rritorio de un macho adulto es de unos 500 kilómetros cuadrados de media. Como los machos más fuertes y más viejos defienden todo el espacio disponible, este ejemplar joven tuvo que irse en busca de un hogar propio. Griffith Park mide menos de 18 kilómetros cuadrados, pero parece que aquí ha encontrado lo que necesita.»


Imagínese: un gran carnívoro que necesita matar para alimentarse prospera en el corazón del área metropolitana de Los Ángeles, y a la vez consigue pasar desapercibido mejor que algún famoso ducho en esquivar paparazzi. ¿Cómo lo hace? Moviéndose después del anochecer con paso tan sutil como un susurro y siempre cerca de zonas con vegetación densa.

Con un área de distribución que abarca desde el sur de Argentina y Chile hasta el borde del Yukón, en Canadá, Puma concolor es el más ex­­tendido de los grandes mamíferos terrestres del hemisferio Occidental, aunque sea uno de los menos visibles. En América del Norte los pumas han pasado a considerarse moradores de montañas porque ahí encontraron refugio de los disparos, las trampas y los venenos de los colonizadores, y también de los programas gubernamentales para erradicar depredadores.


Hubo un tiempo en que el puma se extendía por todo Estados Unidos de costa a costa, excepto Alaska y Hawai, pero a principios del siglo XX los supervivientes de esta especie se encontraban confinados en las zonas agrestes de las Montañas Rocosas, la cordillera Costera del Pacífico y el Sudoeste. (Una excepción es la subespecie conocida como puma de Florida, que aún sobrevive en los vastos pantanos de ese estado.) Finalmente, en la década de 1960, los estados del Oeste dejaron de pagar recompensas a los cazadores de pumas. En 1972 se prohibió por ley el uso de veneno contra depredadores en todas las tierras federales. Los departamentos estatales que gestionan la vida salvaje empezaron a considerar el puma como animal sujeto a una temporada de caza regulada. Y por primera vez en 300 años su población empezó a aumentar. Desde entonces se habla del retorno de este gran carnívoro.



Incremento de su hábitat

 

Durante los últimos 40 años los pumas han continuado extendiéndose por el oeste de Estados Unidos. También se han desplazado hacia el este en dirección a las Grandes Llanuras, creando nuevos grupos en los Missouri Breaks de Montana, en Dakota del Norte y Dakota del Sur y, más recientemente, en el oeste de Nebraska. De hecho, el creciente número de avistamientos confirmados (más de 200 desde 1990) revela que los pumas han visitado casi todos los estados del Medio Oeste, además de las provincias canadienses colindantes. Igual que el ejemplar de Griffith Park, los que viajan suelen ser los ma­­chos jóvenes. Rara vez permanecen mucho tiempo en un lugar antes de seguir adelante –quizás en busca de pareja– o caer víctimas de algún ciudadano atemorizado, un policía local, un cazador furtivo, o el tráfico. El más intrépido de esos exploradores acaparó los titulares en 2011 cuando fue atropellado por un todoterreno en una salida de autopista en Milford, Connecticut. Según las pruebas genéticas, provenía de las Black Hills de Dakota del Sur y había seguido una ruta que superaba los 3.220 kilómetros, el trayecto más largo recorrido por un cuadrúpedo salvaje en este continente.


El Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos acababa de declarar extinguida la subes­pecie oriental de puma cuando el felino de Dakota del Sur murió en Milford. Dos años después, en una urbanización boscosa a una manzana del accidente, un vecino llamado Gary Gianotti me dijo que días atrás había ahuyentado a un puma en la terraza trasera de su casa.

«Aquí tenemos una floreciente población salvaje de ciervos, pavos, conejos y mapaches –me dijo Gianotti–. Muchas veces veo pisadas de puma.» Encendió el móvil y me enseñó fotografías de huellas de gran felino sobre la nieve. «En Connecticut está surgiendo una población de pumas –insistió, remitiéndome a un sitio web lleno de relatos de ciudadanos que han visto a estos animales o sus huellas–. Ninguna agencia gubernamental quiere ocuparse del problema.»
Como especie, a Puma concolor le está yendo mejor que a cualquiera de los otros grandes felinos del mundo. A la larga, lo que estos animales lleguen a avanzar en su camino hacia la recuperación dependerá de lo tolerante que la sociedad sea con ellos, lo que en definitiva depende de la imagen que la gente tenga de estos felinos.


Desde 1890 ha habido unos 145 ataques de pumas a humanos en Estados Unidos y Canadá, de los cuales solo algo más de 20 (un promedio de uno cada seis años) fueron letales. Quizá la estadística más significativa sea que por lo menos uno de cada tres ataques verificados ha ocurrido durante los últimos dos decenios. El hecho de que cada vez haya más personas y más pumas en las zonas rurales se traduce en una mayor posibilidad de conflicto.

Dado que el puma ataca por sorpresa a sus presas y suele cazar de noche, no es fácil estudiarlo en profundidad. Pero gracias a la tecnolo­gía, ahora podemos vigilar a este sigiloso felino durante las 24 horas del día, y muchos de los misterios que lo envolvían se están esfumando.


Patrick Lendrum es biólogo del Teton Cougar Project, un estudio de larga duración que se desarrolla en la región del Parque Nacional del Grand Teton, en Wyoming. En la oficina de campo, situada en Kelly, Patrick descarga los últimos datos sobre varios pumas que llevan collar con GPS. Al pulsar un par de teclas en el ordenador, las cifras se convierten en puntos localizados sobre una detallada imagen por satélite del paisaje, lo cual le permite estudiar los desplazamientos de los felinos casi en tiempo real. Para observar a los animales, inserta las tarjetas de memoria recuperadas de las cámaras automáticas instaladas en los últimos puntos donde los pumas han dado caza a sus presas. Usando luz natural de día e infrarroja de noche, las cámaras registran fotografías y vídeos, y dan todo tipo de sorpresas. «Creo que nunca se ha visto algo así antes –dice Patrick cuando en la pantalla aparecen dos machos adultos, rivales por naturaleza, turnándose para devorar un uapití–. Nuestros pumas hacen constantemente cosas inauditas.»


La hembra F61 es otro buen ejemplo. Cuando ella y sus hermanos tenían seis meses, una madre con tres cachorros que vivía cerca murió de un disparo. La semana siguiente, la madre de F61 permitió que los huérfanos compartieran una presa con ella y sus crías. Pasaron los días, y los cachorros de las dos camadas empezaron a jugar y a comer juntos. Se trata de la primera adopción conocida en la sociedad de los pumas.

Años después, F61 y otra hembra vecina, F51, tuvieron crías más o menos al mismo tiempo. (Las de F51 habían sido engendradas por uno de aquellos huérfanos.) Las dos familias coincidían con frecuencia, compartían comida y viaja­ron juntas durante la primavera. Con el tiempo, F61 empezó a criar a uno de los cachorros de F51 como si fuera suyo: el segundo caso de adopción.

En mi primera visita a los montes Teton, en noviembre de 2012, ambas hembras tenían nuevas camadas. Cuando volví unos meses después, F51 había perdido dos crías, presas de los lobos. Uno de los cachorros de F61 parecía haber hallado el mismo destino, a juzgar por la localización de la señal de su collar. Lendrum y su supervisor, Mark Elbroch, fueron al lugar donde se origina­ba la señal y vieron que las huellas de la familia de pumas se mezclaban con huellas de lobo. Había sangre en la nieve y en las marcas dejadas por las garras de la madre puma en un árbol.

Un tiempo después de ese ataque F61 mató a un ciervo mulo, y los científicos colocaron unas cámaras por control remoto cerca del cadáver. Las imágenes verificaron que había perdido un cachorro. Pero mostraron también algo insólito: un puma adulto comiendo con la familia.

«Hasta ahora pensábamos que los machos y las hembras solo se juntaban para aparearse –dijo Elbroch–. Sin embargo estoy viendo vídeo tras vídeo de machos y hembras adultos compartiendo presas. Hemos visto hasta siete felinos a la vez en el lugar de la matanza: un macho, dos hembras y cuatro crías.» Nos mostró un vídeo de todos ellos. Era como ver una manada de leones.

Un estudio anterior efectuado en el Parque Nacional Glacier de Montana determinó que las manadas de lobos de Canadá que habían repoblado esa zona en ocasiones mataban pumas y a menudo lograban apartarlos de presas recién cazadas. Los biólogos observaron que lo mismo ocurría en el Parque Nacional de Yellowstone tras la reintroducción del lobo a mediados de la década de 1990. Durante la siguiente década los lobos empezaron a extenderse hacia el sur y pe­­netraron en la zona de los Teton, poniendo a los pumas bajo presión para defender a sus crías y su alimento habitual. ¿Era la creciente sociabilización de los felinos, formando «manadas», una respuesta a ello? ¿O se estaban com­portando como siempre habían hecho, solo que ahora tenemos la oportunidad de observarlos?
Estén o no los lobos influyendo en la sociabilidad de los pumas, es indudable que están afectando en la conducta de algunos de ellos. Los del Parque Nacional de Yellowstone, por ejemplo, solían cazar en zonas bajas y abiertas y en las llanuras de artemisa. Ahora prefieren lugares escarpados y áreas boscosas, que les ofrecen mayor protección. Y los pumas de los Teton, una vez que los lobos se mudaran a esa zona, desaparecieron de los valles más abiertos.


«Durante los aproximadamente 60 años de existencia de la biología de la fauna salvaje, la mayoría de las comunidades animales que he­­mos estudiado carecían de superdepredador –explica el ecólogo Howard Quigley, del grupo de conservación de grandes felinos Panthera, que supervisa el Teton Cougar Project en colaboración con Craighead Beringia South–. En los Teton y en Yellowstone, los grizzlies y los pumas sobrevivieron a las purgas anticarnívoros del país. La incorporación del lobo es un experimento importante, es la reconstitución de un ecosistema completo en América del Norte. Nos brinda una oportunidad única de aprender cómo funcionan estos sistemas.»


El puma es hoy el superdepredador más común en una tercera parte de los Estados Unidos contiguos (es decir, menos Alaska y Hawai). En la mayor parte de los otros dos tercios de territorio no hay ningún gran mamífero depredador. Por ahora, un gran felino cuya característica distintiva es el sigilo parece ser el principal carnívoro que la sociedad actual está dispuesta a aceptar, o al menos tolerar. Aun así la gente quiere más información sobre los problemas que entraña. Más allá de la preocupación por la seguridad personal, algunos residentes en urbanizaciones y habitantes del medio rural temen por sus mascotas, mientras que el temor de ganaderos y gran­­jeros son los daños al ganado. Pero quienes más se oponen a la proliferación de pumas suelen ser los cazadores, quienes ven en los felinos una competencia directa por los ungulados.


«Algunos cazadores de esta zona dicen que ya no queda caza en los bosques», explica David Gray, antiguo guardabosques y actual alcalde de Hill City, en Dakota del Sur. Cuando se quejaron ante los responsables estatales en una serie de encendidas reuniones públicas, la respuesta de las autoridades fue aumentar la cuota de caza de pumas de 2013 a 100 ejemplares, sobre una po­­blación total estimada de 300, a pesar de que la disminución de uapitíes y ciervos se debía sobre todo a un exceso de caza deportiva.

La gestión de la fauna salvaje es un delicado equilibrio entre ciencia y política, y entre econo­mía y tradiciones sociales. Las políticas que regulan la matanza de pumas varían de una región a otra y de un estado a otro. En Texas, por ejemplo, el puma sigue estando clasificado como alimaña; puedes dispararle casi en cualquier lugar y en cualquier momento. En cambio, California no permite su caza desde 1972 y ahora es el estado que cuenta con la mayor población de pumas. También tiene abundancia de ciervos y una de las tasas de conflictos entre pumas y humanos más bajas del país. ¿Cómo se explica?


Ante la creencia de que cada puma muerto significa más presas para la caza deportiva, en algunos estados se abaten anualmente tantos felinos como los gestores de la fauna permiten. Las víctimas suelen ser machos adultos, que los cazadores valoran como trofeos. Pero precisamente porque son los más fuertes y grandes, controlan los principales territorios y obligan a los jóvenes intrusos a abandonarlos, de tal modo que regulan de forma natural la cantidad de pumas de cada región.

Los estudios del profesor de la Universidad del Estado de Washington Robert Wielgus y sus colegas han demostrado que cuando se matan demasiados machos grandes, los pumas jóvenes se congregan en los territorios desocupados. La feroz competitividad empuja a muchos de ellos hasta los límites del territorio, a menudo cerca de poblaciones humanas. Al mismo tiempo, las hembras pueden recorrer territorios más amplios para evitar el encuentro con machos desconoci­dos, que a veces matan a los cachorros.


Wielgus resume sus sorprendentes hallazgos: «Demasiada caza puede derivar en una mayor densidad total de pumas, en un aumento de la depredación y en un incremento de los conflictos con humanos; es decir, exactamente lo opuesto de lo que se pretende». En vez de aumentar la cuota de caza, Wielgus recomienda ajustarla al índice natural de crecimiento de la población de pumas, que es de un 14 % anual. Dada la aprobación generalizada de esta estrategia por parte de los especialistas, puede que se convierta en la norma para la caza de pumas –y quizá también para la de otros grandes depredadores–, lo cual facilitaría su coexistencia con las personas.


Parece que para muchos es vital que haya algo grande y feroz deambulando por ahí para que la naturaleza se mantenga en estado salvaje, algo que ponga los pelos de punta y estimule la imaginación. Los científicos también creen que esto es importante, ya que los grandes carnívoros han desempeñado un papel esencial en la mayor parte de los ecosistemas del mundo. Debido a la ausencia de un carnívoro importante –y con la pérdida de popularidad de la caza deportiva–, el ciervo de Virginia se ha convertido en un peligro para los conductores, una molestia para los jardineros y un portador de las garrapatas que transmiten la enfermedad de Lyme. La ausencia de depredadores que acaben con los animales más débiles y enfermos causa también la propagación de otros parásitos y enfermedades. Y a medida que la población excesiva de ciervos pace a sus anchas esquilmando arbustos y árboles jóvenes, transforma sin prisa pero sin pausa los bosques nativos de América del Norte.


Nadie dice que los pumas deban estar presentes en todos los bosques, pero algunos se preguntan por qué no en los bosques nacionales y estatales de los Grandes Lagos, o en los montes Adirondack de Nueva York, o quizás en la meseta de Ozark: lugares todos ellos que este sigiloso animal ha visitado en los últimos años. La situación de este gran felino mañana o dentro de diez años es incierta. Pero lo más seguro es que siga reivindicando el terreno perdido.



Publicado en National Geographic