lunes, 24 de abril de 2017

LUCAS; EL PERRO QUE NO ES UN PERRO



Dice el escritor Fernando Delgado: "Siempre tuve la necesidad de hablar solo. Y creaba un universo imaginario para defenderme de un mundo hostil. Era un niño pobre que quería ser rico. Cuando hablo con los perros pienso que me responden, es que creo que lo hacen".


Fernando, el niño pobre en Santa Cruz de Tenerife, donde nació en 1947, no pudo tener perro porque su abuela no le dejó. Se convirtió en periodista, dirigió Radio Nacional de España, ha ganado premios literarios (entre ellos el Planeta por La mirada del otro (1995) y escrito 12 libros. Pero sobre todo, en cuanto pudo compartió su vida con un perro. Ahora, en su casa de Valencia, habla con Lucas, un labrador de tres años. Un repesentante de una especie, la de los canes, "que quieren ganar terreno, conquistan tu cama, prefieren tu comida a la suya, por muy bueno que sea el pienso que les das", sostiene el escritor. "Es el animal más adaptado, más cercano a la condición humana, hasta el punto de que prefieren tu compañía a la de otros congéneres, persiguen tu estado de ánimo y si hay un perro malo es tan hijo puta como lo somos nosotros". Lucas está merodeando mientras hablamos por teléfono, y en un momento dado, en el que charlamos sobre él sin nombrarle, bate enérgicamente la cola. "Sabe que hablamos de él", me dice, "y está reclamando atención".


Fernando tuvo la necesidad de escribir este libro "sencillo, sin pretensiones", dice él, "sentimental",Me llamo Lucas y no soy perrose publica hoy. Su protagonista desea abrir la nevera para zamparse una hamburguesa y es el testigo de la vida familiar. Tiene una madre humana y un hermano que quiere ser perro. No es tan afortunado como el Lucas real, que vive con una galga guapísima en la gran casa de pueblo de Fernando y Pedro, su marido. Una finca con jardín y los campos valencianos a su disposición. Cuando se ausentan, una pareja se muda a la vivienda para hacerles compañía.


El libro comienza con una larguísima dedicatoria a los perros que conoce. Y a sus dueños, que aparecen en segundo lugar. Como el Nobel José Saramago, que pedía que no se llamasen mascotas a los canes. Hay una mención a Devay a Bout, "que acompañan en Oviedo a Ángeles Caso", a Lolita y a Elvira Lindo, a Fusa y a Pato, el perro que se pasó 12 años atado y fue rescatado por la arpista valenciana Luisa Domingo. Ella viajó hasta Extremadura para adoptarle y que ahora corre más que ningún otro perro con solo tres patas, porque debe de pensar que se corre así... Están ellos y muchos más, como los huérfanos del gran crítico teatral Eduardo Haro Tegclen y también los suyos, empezando por Botín, su primer perro, que tuvo que dejar en Segovia a cargo del periodista Pedro Altares y su hijo Juan. Mencionarlo aún le hace llorar entre la culpabilidad y el recuerdo.


Le digo que Virginia Woolf también escribió Flush, la biografía de un cocker, sin pretensiones, casi con vergüenza por el temor de que esa "obra menor" hiciera que no se la tomasen en serio pero que se ha convertido en su libro más vendido hasta la fecha. Fernando se ríe y añade: "Algo tienen los perros cuando conquistan desde a la gente más sencilla hasta quienes tienen grandes talentos". Le contesto que nos obligan a expresar los sentimientos, como dice Alicia, la veterinaria de Matilda. Y me cuenta la historia de Eduardo Westendahl, pintor y crítico de arte, puro intelecto, que lloró como un niño la muerte de sus perros. 

En la foto que abre este post aparece Fernando Delgado con sus perros Fara y Lucas.



Publicado en El País