Para los que tenemos perro, especialmente un perro marrón y mestizo, es una historia
especialmente emotiva de amistad entre un hombre y un perro que pone de
manifiesto la lealtad y entrega que sólo este animal puede darnos.
El protagonista, un perrito dulce donde los haya, se sacrifica durante
días porque su amo se lo ha pedido y gracias a su sacrificio pueden
salvarse todos y volver a repoblar la Tierra.
Quién más y quién menos de las personas que tienen perros, se ha
preguntado alguna vez por qué tienen la nariz húmeda. Una antigua
leyenda noruega, “Noé y El Perro”, nos cuenta que los perros
adquirieron esa cualidad al salvarnos del desastre cuando, al principio
de los tiempos, un diluvio amenazaba con destruirlo todo. La realidad es
más prosaica. La nariz húmeda de los perros les sirve para regular su
temperatura y para oler mejor, entre otras razones.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando
hacía poco desde que empezó a existir el mundo, se puso a llover. Era
una lluvia tremenda, de esas que te dejan totalmente empapado, de las
que caen en tromba desde todas las esquinas del cielo y no paran un
momento.
Un hombre que se llamaba Noé dio con
la solución: se puso a construir un bote salvavidas en el que proteger a
personas y animales. El barco estaba hecho de árboles altos y grandes, y
se llamaba Arca.
Como todos sabemos, Noé subió a bordo del Arca a todos los animales que pudo encontrar.
El último fue el perro, que subió
pasito a pasito a bordo del barco de Noé. Era uno de esos mestizos, de
raza tan mezclada que era imposible saber qué clase de perro era. Pero
el hocico parecía muy grande y negro y suave, eso estaba bien claro.
Noé estaba súper liado atendiendo a todos los animales cuando una mañana
temprano, cuando ya llevaban veinte días y veinte noches en el ancho
mar, empezó a entrar agua en el Arca. Antes de que se inundara el barco,
en el que entraba el agua a toda velocidad, Noé tuvo la idea de colocar
al perro para tapar ese agujero, donde introdujo su hocico ya que no era más grande que el tamaño de
una nuez.
No sabemos si el perro estaba muy contento con la tarea que le habían asignado pero no se movió de allí. Sabía que su amo quería que estuviese quietecito, tapando bien el agujero.
Hasta que un día el perro empezó a oler
diferente y el barco chocó contra algo. Había dejado de llover y volvía a
verse la tierra firme. ¡Por fin podrían bajar!
Ay mi lindo perrito, susurró Noé, y le
rascó en la barriga con mucho cariño. ¡Guau! ¡Guau! respondió el perro,
dándole un beso a Noé con el hocico mojado. El perro no tendría que
volver al mar, pero su hocico se quedaría frío y húmedo para siempre.
Y es por esto que los perros tienes siempre su hocico mojado...