viernes, 20 de octubre de 2017

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA LOS GALGOS


Observar por las calles a vecinos paseando galgos se está convirtiendo en una escena de lo más habitual. Y es que la adopción de este tipo de animales está en auge, en parte gracias a asociaciones dedicadas a acoger a esta raza de perros y tramitarlos en adopción. En los municipios urbanos la figura de estos animales sobresale de las demás porque los galgos, de aspecto elegante, atlético y patas largas, pueden llegar a medir 70 centímetros de altura y durante el invierno sus dueños suelen pasearlos ataviados con ropa de abrigo para resguardarlos del frío. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones estos perros llegan a las grandes ciudades tras haber escapado de un pasado cruel: los conductores acostumbran a hallarlos abandonados o heridos en carreteras de toda España. En especial, en las localizadas en municipios rurales del sur de la península, donde los galgos son utilizados para cazar o en competiciones de velocidad. Poco a poco, el conocimiento de estas prácticas desemboca en una mayor concienciación social, con lo que los galgos empiezan a dejar de estar enrejados en fincas campestres para convertirse en animales domésticos. Es el caso de Rafa Ardévol y Mari Carmen Escarré, un matrimonio de Tarragona que adoptó dos galgos, llamados Bruma y Barsy. “Son muy sociables, estéticamente bonitos, limpios y agradecidos, por eso los propietarios poco a poco enfermamos de galguitis y queremos más”, bromea Ardévol, de 59 años. Uno de sus ejemplares llegó de Cuenca. Cuando hace dos años se empezó a interesar por estos animales, buscó información sobre ellos en internet. Entonces, encontró en contacto con Galgos 112, una de las asociaciones más activas del ramo y fundada en Cataluña. Hoy Ardévol es delegado de la entidad en Tarragona. Galgos 112 nació hace cinco años y medio y ya ha tramitado unas 1.500 adopciones. 


Además, posee una red de casas de acogida en toda la península, hechas realidad gracias a un centenar de voluntarios y más de 30 delegaciones. Nuria Murlà tiene 32 años y es secretaria de la asociación. Explica que en la actualidad se abandonan “muchos perros, pero lo que pasa con los galgos es muy superior a las otras razas”. Los galgos, recuerda Murlà, suelen ser utilizados para cazar liebres. “El perro no solo acompaña al cazador, sino que es quien localiza, mata y entrega la presa al amo”. Hasta que alcanzan 2 o 3 años son animales muy rápidos. Sin embargo, cada criadero de estos perros —conocido como galguero— puede tener 7 u 8 ejemplares, y cada hembra dar a luz a una docena de cachorros. Por esta razón los galgueros deciden deshacerse de ellos cuando ya no “les sirven”. En ese momento, suele sobrevenirse un destino cruel: “En algunas zonas existe toda una tradición con rituales para matarlos. Al galgo se le da una muerte más lenta o más rápida según peor o mejor cazador sea. Sus dueños los cuelgan o los lanzan dentro de pozos. Pueden agonizar durante dos o tres días; esto en la Unión Europea no debería pasar”, denuncia la secretaria de Galgos 112. En otras ocasiones los galgueros no los matan, pero sí los abandonan.

 
Después, conductores o vecinos se encuentran a los perros lesionados y atropellados en el asfalto. Ahí es cuando entran en juego asociaciones animalistas como Galgos 112. Los voluntarios de la entidad los acogen y los curan. Además, les tramitan la cartilla veterinaria y, paso a paso, los adiestran. “Han sido maltratados, vienen con mucho miedo, debes acostumbrarlos a entrar en el ascensor o llevarlos por la calle con collares antiescape porque cuando pasan al lado de una moto con el ruido se asustan”, asegura Ardévol. Cuando hay alguna persona interesada en adoptarlos, los voluntarios le visitan con un ejemplar y comprueban que será “un dueño adecuado”. Después, les ofrecen el galgo que mejor se adapta su tipo de vida y vivienda. El perro lleva un chip de la asociación. Si llega un día en el que el propietario ya no puede hacerse cargo de él, debe devolverlo obligatoriamente a la asociación. Murlà pide que se cumpla la legislación para que esta especie deje de ser maltratada.


Escrito por Mercè Pérez Pons en El Pais