jueves, 21 de diciembre de 2017

PÁJAROS DESDE EL BALCÓN; POR JOSÉ LUIS GALLEGO


Decía Gerald Durrell, acaso el naturalista más famoso de nuestro tiempo, que el verdadero amante de la naturaleza es aquel que es capaz de disfrutar por igual al contemplar una manada de elefantes en la estepa masai, que al observar un bando de gorriones desde su balcón.
Evidentemente que no es lo mismo. Lo lejano y escaso siempre nos ha llamado la atención mucho más que aquello que resulta cercano y común. Pero cuando el bueno de Durrell afirmaba que era capaz de pasarse toda una tarde observando un hormiguero en su jardín, tenía razón: la naturaleza siempre resulta apasionante para quienes la miran con curiosidad y ganas de aprender. 


Desde que alcanzo a recordar, siempre he sentido una incontenible atracción por las aves silvestres. Siendo tan solo un niño tomaba anotaciones de los pájaros que habitaban en el patio interior de mi bloque de viviendas. Era una escandalosa y alegre colonia de gorriones comunes a la que seguía desde la ventana de mi cuarto, cuaderno en ristre, describiendo las características de su aspecto y su comportamiento.
La cosa fue a más el día que los Reyes Magos me trajeron unos prismáticos. Gracias a aquellos rusos, que todavía conservo y con los que sigo saliendo de pajareo, me convertí en ornitólogo. Y lo hice observando a las especies de mi barrio, con las que conseguí llenar varios cuadernos de campo. 



Hace unos años leí una curiosa historia sobre los habitantes de las ciudades de la antigua Roma y los pájaros. Al concluir los populares torneos de vigas y cuadrigas, que despertaban una pasión entre los romanos como la que hoy genera el futbol entre sus aficionados, los seguidores de los vencedores se encaramaban a los tejados de las casas y capturaban a las golondrinas para teñirles las alas con los colores del equipo vencedor y volverlas a soltar sin causarles ningún daño. 



De ese modo, cuando las aves volvían a sus cuarteles de invierno en las provincias africanas, los legionarios desplazados hasta allí vitoreaban el nombre del campeón al observar su paso y comprobar el anuncio que portaban pintado en las alas.
Más allá del vínculo que une la observación de los pájaros con nuestra propia historia, un lazo del que podríamos dar muchísimos más testimonios, lo cierto es que la contemplación de las aves silvestres siempre ha sido una de las principales aficiones del ser humano. Una afición que hoy en día mueve a millones de turistas por todo el mundo para disfrutar de la observación de los pájaros o birdwatching


Pero para disfrutar de la ornitología no es necesario realizar grandes desplazamientos ni recurrir a sofisticados equipos de observación. Basta con adquirir unos buenos prismáticos de inicio (tienen una alta variedad por menos de cien euros), una guía de identificación de aves y un cuaderno de anotaciones y sentarse en su balcón, terraza o jardín. Si colocan un comedero y un bebedero conseguirán atraerlos, y si tienen la suerte de acertar con la colocación de una caja nido y además les crían vivirán una de las aventuras más fascinantes de la naturaleza: la aventura de la vida.


Por eso me permito invitarles a poner en práctica la afición por la ornitología disfrutando de su entorno más cercano: ya sea desde casa, al salir a pasear por el barrio, el pueblo o el campo. Y que promuevan esa afición entre los más jóvenes, pues es una excelente manera de fomentar en ellos el amor y el respeto a la naturaleza y rescatarlos de la realidad virtual en la que viven. 



Escrito por José Luis Gallego en La Vanguardia