La amistad entre los humanos y los perros comenzó, según los últimos estudios, hace unos 32.000 años. Y ahora, una nueva y fascinante teoría -aún con muchas lagunas- dice que la clave en la batalla que dio la victoria evolutiva y genética a los hombres modernos, al Homo Sapiens, sobre los Neandertales es... justamente esa, su relación con los perros.
En el artículo de The Atlantic hacen un repaso sobre
lo que hasta ahora se sabía sobre el declive de los Neandertales, que
no es mucho: Durante 250.000 años vivieron y sobrevivieron sin mayor
problema en Europa. Entonces, hace unos 45.000 - 35.000 años, llegó el
hombre moderno. Y se tomó muy en serio lo de crecer y multiplicarse
mientras que los Neandertales sufrieron la suerte contraria y acabaron
desapareciendo.
No está clara la razón, pudo deberse a un cambio climático o a causas sociales, a que los hombres modernos crearon mejores herramientas o a que aprendieron a colaborar y eso les permitió ser más fuertes.
Hay quien dice que fue sencillamente una cuestión numérica dado el ratio al que creció la población de Homo Sapiens.
Y ahora la antropóloga Pat Shipman ha añadido una nueva variante
a esa última teoría, o más bien una clave crucial: la verdadera ventaja
evolutiva, argumenta, vino tras domesticar a los canes. Ellos fueron
'el arma secreta' del Homo Sapiens.
Hay diversas pruebas fósiles que dejan claro que la relación entre unos y otros no era la de alimento y alimentado, los perros no eran vistos como comida sino como algo mucho más importante.
¿Por qué? Por un lado ayudaban a los humanos a cazar y por otro a
transportar los cuerpos de los animales muertos -los perros del
paleolítico eran, como mínimo, del tamaño de un Pastor Alemán-. Al
liberar a los hombres de esa carga, éstos podían dedicarse a otras
actividades más productivas.
Shipman añade, además, otra idea curiosa: tanto la colaboración entre
humanos como la domesticación del perro se pudo deber a que unos y
otros podrían haber aprendido a comunicarse en silencio con efectividad.
A diferencia de otros primates, el hombre moderno tiene algo que le
permite expresarse mucho mejor con la mirada, la esclerótica, el blanco de los ojos.
No se sabe cuándo sucedió ese cambio genético en nuestros antepasados pero, Shipman postula, pudo ser precisamente lo que permitió a algunos hombres comunicarse con otros sin sonidos, y por lo tanto cazar mejor en grupo y, a la vez, 'hablar' con los perros, un animal que sabe seguir la dirección de la mirada.
Se ha comprobado que los lobos, por ejemplo, no miran a los hombres a
la cara, los perros sí, bien lo sabemos los que tenemos a uno de ellos
en casa.