¿Como es posible que las autoridades sanitarias australianas
sacrificasen un perro sano y además héroe de guerra? Pues ocurrió en
1945… o eso creyeron. Esta es la historia de Horrie.
En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, el soldado australiano Jim Moody
fue destinado a Alejandría (Egipto), y en uno de sus paseos fuera del
campamento por la zona de Ikingi Maryut se encontró un perrito
abandonado y hambriento. Le consiguió algo de comida y, como era de
esperar, se pegó a él. Así que, decidió llevárselo al campamento.
Inteligente, zalamero y juguetón, pronto se ganó el cariño del 21º
Batallón de Artillería. De hecho, se convirtió en su mascota. Horrie,
que así lo llamaron, pasó a ser uno más y acompañó al batallón en los
diferentes frentes donde fue destinado: Egipto, Grecia, Creta, Palestina
y Siria.
Además
de distraer a sus compañeros de fatigas, Horrie estaba siempre alerta y
con sus ladridos avisaba cuando se acercaban los aviones mucho antes de
que los soldados los viesen o escuchasen (no penséis que sabía
distinguir el sonido de los aviones enemigos de los amigos, pero
estaréis conmigo en que es mejor ponerse a salvo aunque sea una falsa
alarma a que un bombardeo te pille al descubierto). Horrie también
sufrió heridas de guerra, como en Creta cuando fue alcanzado por una
esquirla de bala mientras actuaba de mensajero entre los oficiales y el
frente, e incluso sobrevivió al hundimiento del barco que los evacuaba
de Grecia. Por los servicios prestados, Horrie fue ascendido a Cabo
Primero del ejército australiano.
En
febrero de 1942, mientras el 21º Batallón de Artillería estaba
destinado en Siria, los japoneses invadieron Singapur. Ante el temor de
que su próximo objetivo fuese Australia, el Primer Ministro australiano John Curtin
ordenó repatriar las tropas. Y aquí empezaron los problemas. Aunque el
ejército sabía que muchas unidades tenía mascotas “oficiosas”,
conociendo la severidad de la normativa australiana en cuanto al ingreso
de animales “extranjeros” se prohibió llevarlas con ellos cuando
regresaron a casa. De hecho, por culpa de esta misma normativa las
pruebas de equitación de los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 se
trasladaron a Estocolmo (Suecia). Jim sabía que los animales eran
sometidos a exámenes y debían pasar un periodo de cuarentena, y aún así
de muchos de ellos no se volvía a saber nada. No iba a abandonar a su
fiel amigo y tampoco quería arriesgarse a que desapareciese en la
cuarentena. Con la complicidad del resto del batallón, decidieron
adaptar uno de sus petates a modo de trasportín para poder camuflar a
Horrie y llevarlo con ellos. Y no fueron los únicos que lo intentaron.
En apenas un mes, las autoridades portuarias requisaron 21 perros, 17
monos, un gato, un conejo, una loro, una paloma, un pato, tres ardillas y
una mangosta. Pero Horrie consiguió pasar. Jim se instaló con su padre
en Melbourne y allí dejó a Horrie mientras él continuó luchando. Cada
vez que tenía tiempo, volvía para visitar a su familia: su padre y su
perro. Cuando se licenció, en febrero de 1945, regresó a casa con la
idea de poder disfrutar de la vida en compañía de Horrie. Pero el
destino le tenía reservada una terrible sorpresa.
En 1945, el escritor australiano Ion Idriess publicó “Horrie the Wog-Dog“,
basado en las notas tomadas por Jim Moody en su periplo bélico junto a
Horrie. Lógicamente, el libro despertó interés entre los medios y se
publicaron entrevistas con el autor, reseñas y artículos.
Lamentablemente, Ron Wardle, Director of Veterinary Hygiene,
leyó uno de esos artículos y ordenó una investigación completa sobre
Horrie. No hizo falta investigar mucho para averiguar que Horrie había
entrado ilegalmente en el país. La norma nº 50 de la Ley de Cuarentena
establecía que, al no haber pasado los controles veterinarios y el
período de cuarentena, debía ser sacrificado. Jim lo intentó todo:
escribió una carta al Departamento de Salud pidiendo el indulto,
explicando que Horrie fue examinado por un veterinario en Tel Aviv antes
de llevarlo a Australia y que el perro fue declarado sano; apeló a que
había sido condecorado por el ejército australiano por la valentía
demostrada en el frente; solicitó que se conmutara el sacrificio a
cambio de una sanción económica -la que fuese-; incluso intentó huir con
él… pero nada sirvió. La realidad es que, después de tres años en el
país, Horrie no era ninguna amenaza por posibles enfermedades, pero Ron
Wardle, cuya respuesta fue “es la ley”, lo utilizó para dar ejemplo. Jim
tuvo que entregar a Horrie el 9 de marzo de 1945. Tres días más tarde…
fue sacrificado. Aunque no había ningún cuerpo que enterrar -las
autoridades veterinarias alegaron que había sido incinerado-, Moody,
junto a los soldados de su batallón, organizaron un funeral digno de un
héroe.
Bueno, Horrie, pequeño, tu recompensa ha sido la muerte. Tú, que mereciste los aplausos de una nación, descansa en paz. (Jim Moody)
Cuando
se público la noticia de la muerte de Horrie, estalló una tormenta de
protestas. Los medios de comunicación denunciaron aquella injusticia y
Wardle, convertido en el hombre más odiado de Australia, recibió miles
de cartas amenazantes. Incluso el gobierno tuvo que dar explicaciones en
el Parlamento. Triste final para un héroe… o eso es lo que todo el
mundo pensó. En 2002, Anthony Hill publicó el libro “Animal Heroes“,
un homenaje a los animales que sirvieron junto a las fuerzas
australianas.
En el capítulo de Horrie, el autor incluyó una entrevista
con la periodista octogenaria Norma Allen. Después de
casi 60 años en silencio, Norma desvelaba qué había ocurrido con Horrie.
Jim, incapaz de entregar a su fiel amigo, compró un pequeño perro a un
vagabundo por cinco chelines y fue el que llevó a las autoridades. Se
cuenta, se dice, se comenta que Horrie vivió el resto de sus días en
Corryong, un pequeño pueblo a más de 300 km. de Melbourne.
Escrito por Javier Sanz en Historias de la Historia