El 14 de marzo del 1980, o sea hace ahora 40 años, moría trágicamente en las nieves eternas de Alaska, intentando contar en imágenes, brillantes como siempre, una carrera de perros con trineo.
– “¡Más cerca, más cerca!”
Era
su lema, a pesar del riesgo. Cuando el rigor de lo que se quiere contar
se convierte en una crónica mortal, el investigador, como él era,
fundamentalmente se convierte en protagonista de una gran aventura que,
en muchas ocasiones, lleva consigo el juego de la vida y de la muerte.
Se llamaba Félix Rodríguez de la Fuente,
y se había convertido en muy poco tiempo en un héroe a escala mundial.
Sí, a escala mundial. Felix, que lo reunía todo para ser lo que fue,
incluyendo su propio adiós. Y con sus compañeros de viaje de Televisión
Española se nos iba tan lejos que no había más que mirar el mapa, pero a
la vez tan cerca, sobre todo en el pueblo español.
Lo cierto es
que Félix fue amigo y compañero mío incluso en la discrepancia. Yo
defendí a los pastores de las sierras del norte de España frente a los
lobos que habían de ser cazados con trampas o cercados de piedra cuando
en un tiempo del hambre arriba, bajaban hasta las últimas esquinas de
los pueblos de la piedra y de la hiedra, dispuestos a cazar lo que
fuera.
Aparecían los animales: vacas, ovejas, caballos… muertos en
las últimas esquinas de las aldeas de la nieve, y también el miedo. Sin
embargo, Félix defendía de una forma eficaz y brillante la defensa de
un animal, hermoso, de ojos amarillos, que estaba en peligro de
extinción.
Tanto es así que Félix y yo, él desde la tele y yo desde las páginas del diario ABC en el que era jefe de reporteros, fuimos adversarios dialécticos,
aunque cuando nos veíamos nos abrazábamos. No en vano, yo había sido
aquel que le llevó un día a Televisión Española, a poco de nacer “La
ventana de plata”.
Ocurrió así, en el programa que hacíamos a diario Yale y yo de noticias de todo tipo, a la una de la tarde, en aquel gran garaje que era la avenida de la Habana de Madrid. Recibimos la noticia de que había un médico dentista que estaba preparando un viaje a Groenlandia, donde quería encontrar la huella, la presencia, de un halcón de los pueblos helados, al que llamaban el Príncipe de las Nieves. Así que me acerqué a la consulta de aquel doctor llamado Félix, y allí estaba, junto al doctor Sol, en el barrio de Chamberí de Madrid, donde le encontré y hablé con él por vez primera.
– “En efecto, ese es mi proyecto, nada fácil, pero que vamos a realizar si Dios quiere.”
Así me dijo y allí se inició la historia.
Era un hombre guapo, de aspecto fuerte, un burgalés de Poza de la Sal, enamorado de la naturaleza
desde su nacimiento en el corazón de la vieja Castilla. Le entrevisté
en nuestro programa de mediodía y estuvo como siempre, brillante,
directo, apasionado, y sobre todo haciendo creíble la enorme aventura de
los animales, hermanos del ser humano.
Al dia siguiente recibimos
la orden. La orden, sí, de que “aquel Rodríguez de la Fuente” había que
repetirlo cuanto antes. No existía entonces aquello de las audiencias,
la gente aún creía que una antena de televisión -había muy pocas-, era
un pararrayos en los tejados de muy pocas casas de España. Pero la
recomendación decisiva venía del primer espectador, del Palacio del Pardo, di-rec-tí-si-ma-men-te.
Tuvo, por suerte para todos, su programa propio semanal. Hasta que se convirtió en una leyenda.
Arrasó -con acento en la ‘o’- tanto y de tal forma que “hizo que el
español en general y en masa terminara, primero conociendo, y después amando a los animales de todo tipo y condición, desde la humilde raposa hasta la inmensa boa, a la que abrazó en su viaje a la llanura venezolana.
Hizo
libros, películas, series, fascículos, conferencias… y convirtió al
hermano animal en un excepcional compañero de viaje por el planeta
tierra. Hasta que se nos fue aquel día de marzo en el norte helador de
los Estados Unidos.
Cuando se fue, el llanto fue unánime y el canto general. Siempre le recuerdo,
y ahora que se le multiplica en su serie fascinante de televisión, en
La 2, “El hombre y la tierra”, quiero en esta página levantar su figura,
tan hecha ya en bronce en tantos lugares, parques y jardines, plazas y
bosques de España, en este bloc del recuerdo.
Es hermoso el poder comprobar que su memoria, y sobre todo su enseñanza, es inolvidable, constante, irrepetible. Murió joven, como los héroes y los dioses. Había nacido el 14 de marzo de 1928. Murió un 14 de marzo también, al cumplir los cincuenta y dos años. Esa noche, bajo las estrellas
de los montes de Zarzalejo, cerca del Escorial de Madrid, en un pueblo
cercano, escuché el aullido del lobo. Estaba llorando.
Publicado en el Blog de Tico Medina