lunes, 28 de mayo de 2018

LINCES Y OTROS PEQUEÑOS FELINOS


Está muy cerca», susurra Germán Garrote mientras señala el receptor portátil que recoge la señal procedente del radiocollar de Helena. Desde algún rincón del olivar en el que nos encontramos, junto a la atestada autovía que pasa por Andújar, en Jaén, esta hembra de lince ibérico y sus dos cachorros seguramente nos están observando. Si no fuese por el radiocollar, no sabríamos que uno de los felinos más escasos del mundo se agazapa entre estas ordenadas hileras de árboles. A sus cinco años, Helena ya ha aprendido a camuflarse en el paisaje.
«Hace diez años hubiera sido imposible imaginar que un lince se reproduciría en un hábitat como este», afirma Garrote, biólogo del proyecto Life+Iberlince, en el que participan más de 20 en­tidades para la recuperación de la distribución histórica de este moteado depredador en España y Portugal. Bajo un sol abrasador, y con todo el tráfico a nuestras espaldas, me cuenta que el futuro de este felino pasa por vivir en zonas fragmentadas. «El lince tiene una plasticidad ecológica muchísimo mayor de lo que creíamos», asegura.


De hecho, este felino de ojos color ámbar y barbas tupidas ha empezado por fin a remontar tras décadas de declive. Cuando el proyecto Life Lince entró en escena en 2002 para rescatar las poblaciones del emblemático felino, quedaban menos de cien ejemplares dispersos por el bioma de ma­torral mediterráneo, supervivientes de la caza y de un virus que casi fulminó a los conejos de la región, el alimento básico del lince. Con las poblaciones de lince tan mermadas, la diversidad genética de la especie era tan baja que la hacía vulnerable a en­fermedades y defectos de nacimiento.


Afortunadamente, el lince se reproduce bien en cautividad, y desde 2010 se han reintroducido 176 ejemplares en hábitats cuidadosamente seleccionados. La mayoría procede de cuatro centros de cría y un zoológico, y todos están provistos de un collar de seguimiento. El 60% de los linces reintroducidos han sobrevivido y unos pocos han sobrepasado todas las expectativas.
Dos ejemplares realizaron un «espectacular viaje por toda la península Ibérica», recorriendo cada uno de ellos más de 2.400 kilómetros hasta nuevos territorios, explica el biólogo Miguel Ángel Simón, director del programa de reintroducción. Su equipo trabaja de cerca con diversos terratenientes para ganarse su confianza y convencerlos de que acojan al lince en sus fincas. En 2012 la población alcanzó los 313 ejemplares –la mitad de ellos en edad de reproducción–, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) actualizó el estatus del lince ibérico, que pasó de estar en peligro crítico a en peligro.


Cerca del olivar, me cuelo por un túnel de drenaje que pasa por debajo de la autopista. El frescor me reconforta. Los coches y camiones son la principal causa de muerte del lince, por lo que Simón y su equipo trabajan con el Gobierno para ensanchar esos túneles y convertirlos en pasos subterráneos para la fauna. Simón se agacha y señala unas huellas de animal en la arena. Algunas son de tejón, advierte, pero las otras son de lince. Es posible que Helena haya pasado por aquí hace unos minutos.
De nuevo bajo el sol andaluz, le pregunto por la opinión que los españoles tienen de su felino nativo. Él se queda callado, sorprendido por la pregunta. Todo el mundo conoce el lince ibérico, me dice; es una apreciada figura nacional.


Pero no ocurre lo mismo con la mayoría de sus parientes. De las 38 especies de felinos que hay en el mundo, 31 se consideran pequeños felinos. Con un tamaño comprendido entre el kilo y me­dio del gato indio y los 20 kilos del lince boreal, habitan todos los continentes excepto Australia y la Antártida y se han adaptado perfectamente a una gran variedad de entornos naturales –y cada vez más a otros no tan naturales–, desde desiertos y bosques lluviosos hasta parques urbanos. Lamentablemente, estos miembros menores de la familia de los félidos viven eclipsados por la larga sombra que proyectan sus parientes más cercanos, los grandes felinos: leones, tigres, leopardos, jaguares y semejantes. Estas célebres especies atraen casi toda la atención y casi todos los recursos económicos para su conservación, a pesar de que 12 de los 18 félidos más amenazados son pe­queños felinos.


Jim Sanderson, director de programas de Global Wildlife Conservation, una organización con sede en Texas, calcula que más del 99% de los fondos destinados a los félidos desde 2009 han ido a parar a jaguares, tigres y otros grandes felinos. Como resultado, muchos pequeños felinos no se han estudiado lo suficiente, o incluso en absoluto. Su habilidad para pasar desapercibidos también ha contribuido a este desconocimiento.
El gato badio, por ejemplo, que solo habita en los bosques de Borneo y es muy difícil de ver, sigue siendo tan desconocido para la ciencia como lo era en 1858, el año en que fue descubierto. Y lo único que se sabe del gato jaspeado del Sudeste Asiático proviene de un estudio basado en una sola hembra de Thailandia. «Ni siquiera sabemos lo que come», indica Sanderson.

 Gato indio (Prionailurus rubiginosus)

Además, los pequeños felinos sufren otra desventaja: la gente suele verlos como versiones salvajes de sus propias mascotas. (El gato doméstico evolucionó del gato montés –del cual se considera una subespecie– en el Creciente Fértil hace unos 10.000 años). Al gran público no le «impresionan» tanto los pequeños felinos como las bestias más exóticas, apunta Alexander Sliwa, un conservador del parque zoológico de Colonia. «Esto perpetúa la situación de desconocimiento de los felinos más pequeños, y si no puedes explicar cosas sobre la biología o el estilo de vida de un felino, entonces la gente no se interesa por ellos».

Gato montés indio (Felis silvestris ornata)

Pero debería hacerlo. Los pequeños felinos son un gran hito de la evolución; son depredadores de alto rendimiento que llegaron a su plenitud hace millones de años y apenas han cambiado desde entonces. Compensan su baja estatura con valor. El gato de pies negros, por ejemplo, es el felino más pequeño de África (pesa menos de dos kilos), pero se le conoce como «tigre del termitero» porque vive en termiteros abandonados y lucha a brazo partido si se ve amenazado; incluso puede llegar a enfrentarse a un chacal. El ingenioso gato pescador del sur de Asia reside en humedales y marismas, pero puede buscarse la vida en cualquier lugar donde haya peces. Unas cámaras en el centro de Colombo, en Sri Lanka, grabaron una vez a un ejemplar robando carpas de un estanque frente a una oficina. Fue «chocante para todos nosotros –relata Anya Ratnayaka, principal investigadora del Proyecto de Conservación del Gato Pescador Urbano–. No hay ni un humedal cerca de allí».

 Serval (Felis serval

Los pequeños felinos han adoptado muchas estrategias inteligentes para coexistir unos con otros. En Surinam, Sanderson y sus colegas fotografiaron a cinco especies que habitan en la misma selva tropical: el jaguar, el puma, el ocelote, el margay y el yaguarundi. Logran la convivencia «repartiéndose el espacio y el tiempo», dice este experto en pequeños felinos. Cada animal tiene su propio nicho, ya sea cazar en el suelo durante el día, como el yaguarundi, o hacerlo en los árboles de noche, como el margay.

 Margay (Leopardus wiedii)

Y aunque algunos son capaces de apresar cabras y ovejas, no suponen una amenaza para los humanos. Todo lo contrario. Como depredadores que son, suelen ocupar la cúspide de su cadena trófica, y ayudan a que los ecosistemas funcionen adecuadamente manteniendo a raya a sus presas, entre ellas muchos roedores.
De todos los continentes en los que hay felinos, Asia es el que tiene más que perder. Es el hogar del mayor número de especies de pequeños felinos –14–, y también donde son más desconocidos y donde se enfrentan a mayores amenazas.

 Gato de las arenas (Felis margarita)
 
Gran parte de las zonas boscosas del Sudeste Asiático se han urbanizado o se han convertido en extensas plantaciones de aceite de palma, un producto alimentario común cuya producción se ha duplicado en el mundo desde el año 2000. Lo más seguro es que esto haya sido devastador tanto para el gato cangrejero como para el gato pescador, ya que ambos dependen de los humedales de tierras bajas para abastecerse de peces.

 Gato pescador (Prionailurus viverrinus)

La expansión de las plantaciones de aceite de palma es tan preocupante que Le Parc des Félins, un parque zoológico de las afueras de París, exhibe dos carros de la compra: uno lleno de productos elaborados con aceite de palma y el otro, de productos que no lo llevan. Los artículos de am­bos carros –helados, galletas, cereales– tienen casi el mismo aspecto. «No pedimos que la gente done dinero, sino que consuma menos aceite de palma», insiste Aurélie Roudel, una educadora de este frondoso parque de 71 hectáreas.

 Gato de Geoffroy (Leopardus geoffryoyi)

Otra amenaza a la que se enfrentan los pequeños felinos es el comercio ilegal de fauna y flora silvestres, sobre todo la caza furtiva destinada a obtener la piel, el pelo y otras partes del animal, declara Roudel. China es un centro de este tipo de actividad criminal. En la década de 1980, el gigante asiático exportó pieles de cientos de miles de gatos bengalíes, una especie que se distribuye por toda Asia. A pesar de que la demanda de pieles ha bajado considerablemente, en China se siguen apresando y matando gatos bengalíes porque estos muchas veces cazan animales de granja.

Gato bengalí (Prionailurus bengalensis)

El gato bengalí es una criatura sorprendente, como descubro enseguida. Durante un lluvioso día del mes de junio, la mayoría de los residentes del parque francés se hallan acurrucados en sus cubículos, pero los dos gatos bengalíes pasean a sus anchas por el exterior. Uno de ellos hace equilibrios sobre un tronco con destreza mientras se lame una de las patas delanteras; el otro mastica largas briznas de hierba, trayéndome a la memoria a mi gato de raza Maine coon. Entonces me acuerdo de lo que me dijo Alexander Sliwa, el conservador del zoo de Colonia: los pequeños felinos son muy distintos de los gatos domésticos, sobre todo porque están en constante movimiento. El gato de pies negros, por ejemplo, puede recorrer casi 30 kilómetros e ingerir una quinta parte de su peso corporal cada noche. A diferencia de los gatos caseros, que se pasan el día en el sofá, «no se puede permitir el lujo de holgazanear».

 Manul (Otocolobus manul)

Tampoco pueden permitírselo los conservacionistas, quienes han empezado a sacar a ciertas especies del anonimato con la esperanza de salvarlas. En 2016 lanzaron una campaña internacional para estudiar y proteger el manul, una especie en declive nativa de Asia Central que se encuentra eclipsada por la famosa pantera de las nieves.

 Gato dorado asiático, ejemplar melánico
 (Catopuma temminkckii)

«Gran parte de nuestro trabajo consiste en dar a conocer el manul», explica David Barclay, coordinador del Programa Europeo de Especies en Peligro para el manul. Barclay cuenta con cierta ayuda gracias al entusiasmo que despiertan los gatos en internet. Este felino robusto y peludo se ha convertido en una estrella mediática, tanto por su expresión gruñona como por su peculiar manera de moverse en el entorno montañoso. Aunque la gente «mira los vídeos para reírse –dice Barclay–, está tomando conciencia sin darse cuenta».

 Caracal (Caracal caracal)

Gracias a un programa de conservación japonés se ha podido estabilizar la población del gato bengalí de Japón, una subespecie de gato bengalí que solo vive en la isla Iriomote y que está en peligro crítico. Su figura luce en los autobuses públicos, e incluso hay una marca de sake con su nombre.

 Gato dorado africano (Caracal aurata)

Y en el Parque Natural de la Sierra de Andújar, en Jaén, cerca del lugar donde vive Helena, el ecoturismo en torno al avistamiento del lince ha ido creciendo en los últimos años a la par que la caza del conejo y el ciervo, costumbres tradicionales en buena parte de España. «Somos socios –dice con ironía Luis Ramón Barrios Cáceres, dueño del complejo Los Pinos, refiriéndose al lince–. Y los turistas pagan la cuenta». Los grupos que salen para avistar linces a menudo tienen como base de operaciones ese hotel rural.

 Gato montés norteafricano (Felis lybica)

En la cercana finca Venta San Fernando, Pedro López Fernández permite la presencia de cazadores de conejos (cuando estos abundan) y de linces en su propiedad de 280 hectáreas. «El lince es una de las especies más valiosas, porque solo vive aquí», me dice López. No todos los terratenientes están de acuerdo en que se proteja a este animal. Algunos ven con recelo la intromisión de la Administración y no lo quieren en sus tierras. Pero él cree que el lince forma parte del patrimonio español y que el país debe asegurar su supervivencia.

Gato jaspeado (Pardofelis marmorata)

En el Centro de Cría del Lince Ibérico La Olivilla, en las inmediaciones de la población jiennense de Santa Elena, los científicos trabajan día y noche. Sentados frente a múltiples pantallas de ordenador, los cuidadores registran el comportamiento de sus 41 linces ibéricos las 24 horas del día y los siete días de la semana. La veterinaria del centro, María José Pérez, explica las escrupulosas medidas que toman con el fin de preparar a los jóvenes para su suelta: rodean los cercados con barreras negras para que las personas queden fuera de su vista, les dan de comer conejos a través de unos tubos cubiertos de vegetación y los asustan con bocinas para que aprendan a temer a los coches.

 Lince de Canadá (Lynx canadensis)

El cuidador Antonio Esteban nos muestra un vídeo a tiempo real de una madre lince y sus cuatro crías tumbadas en el suelo, las garras pegadas a sus caras diminutas. Algún día estos individuos serán cruciales para la supervivencia de la especie, pero de momento hacen lo que a los felinos se les da mejor hacer: echar una siesta.




Publicado en National Geographic