Durante el neolítico, alrededor de 5.000 años A.C., comienzan a aparecer en la Península los primeros herbívoros domésticos, que van sustituyendo paulatinamente a algunos de sus ancestros salvajes, como uros y tarpanes.
Nos encontramos así con un importante cambio faunístico en donde los
rebaños de herbívoros salvajes como el uro, el tarpán, y las cabras
monteses, son sustituidos por sus contrapartes
domésticas: vacas, caballos, cabras domésticas y ovejas.
Probablemente, el impacto en los ecosistemas no es tan drástico como
podríamos imaginar, sino más bien moderado y paulatino, favoreciendo
espacios más abiertos, conforme crecen los asentamientos
humanos. Una de las causas de que ocurra este cambio de una forma
moderada es la presencia de un sistema de pastoreo, siempre que fue
posible, extensivo y de carácter trashumante, con periodos
de aprovechamiento y descanso para un determinado territorio. Es decir
la existencia de una ganadería que hace un uso del territorio muy
similar al de los grandes herbívoros salvajes en ambientes
mediterráneos.
Sin embargo, para el lobo, el gran depredador de esos herbívoros, sí
que hay un cambio sustancial ya que se encuentra con animales más
fáciles de ser depredados.
Así que al hombre no le queda otra solución que defender sus rebaños,
utilizando las dos estrategias que 7.000 años después siguen vigentes:
exterminar los lobos, para lo cual la tecnología
de la época no era eficiente, o proteger los rebaños mediante una
determinada forma de pastoreo.
Sin embargo, aunque el manejo de los
rebaños para su protección frente al lobo es relativamente fácil cuando
el número de animales es pequeño, necesita de soluciones más complejas e
imaginativas
cuando los rebaños son grandes y formados por ganado menor.
De esta forma, y hasta hace poco, se podía observar en España que la
composición y tamaño de las ganaderías de ovino, mantenían relación,
entre otros condicionantes, con la estructura del
territorio y la facilidad que éste proporcionaba para que los rebaños
pudieran ser defendidos adecuadamente. Así, en territorios abruptos y de
difícil manejo los rebaños tenían un tamaño menor que en
territorios abiertos y de fácil protección.
El sistema inicial de pastoreo en todas
las ganaderías debió de ser similar y consistente en la presencia del
pastor y, siempre que fuera posible, encerrar al ganado por la noche.
Pero esto se fue
complicando cuando los rebaños de ganado menor, especialmente el lanar,
empezaron a ser cada vez mayores y la custodia por parte del hombre
empezó a ser insuficiente.
Para ello se recurrió a una idea muy original y sofisticada, recurrir
a los lobos domesticados (perro) para proteger al ganado de sus
congéneres. Ello tuvo como consecuencia inmediata, el
posibilitar la existencia de grandes rebaños dando un salto importante
en la disponibilidad de alimentos y por tanto en la economía de las
sociedades pastorales. Pero no debió de ser una tarea fácil
la de seleccionar características muy complejas relacionadas con la
morfología y el temperamento. Características que tienen una
heredabilidad baja, se necesitan muchas generaciones para su
selección, pero que una vez fijadas también pueden permanecer tiempo
aunque disminuya esa intensidad de selección, como ocurre cuando el lobo
desaparece y el mastín no es seleccionado por su
funcionalidad.
Entre las características morfológicas esenciales y que distinguen
principalmente a los mastines, es su tamaño. Es evidente que a mayor
tamaño, mayor intimidación. Pero el tamaño del perro está
limitado por el esfuerzo que tenga que desarrollar, debido al tipo de
territorio donde hace su función y a la alimentación que se le puede
proporcionar. Así como, por las limitaciones fisiológicas
propias de los cánidos, como puede ser la regulación de la temperatura
corporal, y por tanto su adaptación a altas temperaturas y esfuerzos
intensos y prolongados.
Todas las razas de mastines en el arco mediterráneo son grandes en
tamaño y, entre ellas, quizás el mastín español sea la raza más
corpulenta. Esto obedece a que los lobos son y eran el principal
depredador, y a la relación y uso del mastín en rebaños trashumantes.
Ganados trashumantes de oveja de raza merina principalmente, que siempre
hicieron uso de los mastines como forma de
protección y que fueron, durante una parte fundamental de la historia
económica de España, una de las principales riquezas por el
aprovechamiento de la lana.
Esto da lugar a que aparezcan leyes que regulan la alimentación y el
uso de los mastines, que estos sean cuidados y seleccionados durante más
de seis siglos con esmero. Estas atenciones y una
actividad ganadera que principalmente se desenvuelve por dehesas,
praderas de alta montaña y caminos, al lento ritmo que marcan las
ovejas, hacen posible la existencia de un perro de presencia
intimidatoria y de gran tamaño y corpulencia. Este perro, en condiciones
de poco desgaste físico, es más efectivo que uno pequeño para la
protección frente al lobo.
Pero cuando se profundiza en su
conocimiento, sin duda, son los rasgos asociados al carácter lo que más
sorprende de los mastines.
A nivel general, la característica más particular es que el pastor
necesita una mínima dedicación para que un mastín haga su labor de
protección. Si comparamos los mastines con los perros
pastores seleccionados para conducir al ganado, estos últimos tienen
mayor capacidad de aprendizaje, pero necesitan más dedicación y
atención por parte del pastor.
Casi todos los comportamientos del mastín están muy fijados y tiene
una escasa variabilidad individual. Hay pocas diferencias en el
comportamiento innato de estos perros entre individuos.
Pero también, muchos de estos comportamientos desaparecen cuando son
cruzados con razas de caza, de careo o de presa y a estos cruces se
deben muchas veces comportamientos inadecuados.
Comportamientos que luego se cuelgan como un “sambenito” a todos los
mastines por la prensa o incluso por gestores de la conservación. Sin
embargo, la realidad es que con una población de
mastines, que sólo en León se calcula en más de 3.000 individuos que
campean en semi-libertad, es probablemente una de las razas de perros
menos problemáticas de las existentes en España.
Si tuviéramos que destacar un comportamiento de los mastines, éste
sería el de apego al ganado, es decir la ausencia de comportamiento de
depredación hacia el ganado, y su capacidad de custodiarlo
y defenderlo frente a amenazas exteriores. Cuanto más apego a su ganado
tenga un mastín mejor será valorado por el ganadero. El mastín es el
perro del ganado, a diferencia de los careas
que son los perros del pastor, esto hace que a veces se tenga la
impresión de que los mastines están con el ganado y que el pastor es
ajeno a esta relación ganado-perro. Sin embargo, en el mastín se
han mantenido sin alterar por la domesticación características
ancestrales del lobo, entre ellas sus ritmos biológicos con una
actividad crepuscular y nocturna, su capacidad de atención, buen olfato,
sentido de la orientación y excelente memoria. Su educación es muy
sencilla y básicamente consiste en introducirlos de cachorros en la
ganadería, regañarles cuando jugando con el ganado pueden
hacerle daño y en el principio básico de la tradición popular, que dice:
al mastín ni palo ni mano.
Un buen mastín puede proteger casi cualquier tipo de animal, desde
gallinas a vacas si es criado de pequeño con ellos. Cuida de la misma
forma un rebaño de ovejas, que de cabras o vacas y hay
tradición y literatura científica al respecto que lo demuestra.
Dentro de las razas de perros de custodia de ganado, la raza mastín
español es sin duda la más adecuada para el territorio ibérico y
probablemente para muchos otros enclaves por su mayor tamaño y
características. Por ejemplo, en EEUU es ahora mucho más demandado por
el crecimiento de la población de lobos, ya que muchas de las otras
razas de mastines introducidas en este país cumplían su
función adecuadamente cuando el coyote era el principal depredador, pero
se vuelven ineficientes cuando el depredador es el lobo. Lo mismo ha
ocurrido en algunos lugares de Europa donde el lobo
ha aparecido en los últimos veinte años.
El cambio en la sociedad española hacía una mayor sensibilidad
ambiental y cuidado de nuestros recursos naturales, hace que cada vez se
cuestione más que el control de los depredadores y la caza
del lobo sea la forma adecuada de gestionar los daños a las ganaderías.
Algunos políticos, gestores y ganaderos parecen no haberse dado cuenta
que esta sensibilidad no va a desaparecer, sino que
seguirá creciendo. Por tanto, las decisiones en la gestión del lobo a la
larga tendrán que tenerlo en cuenta, porque la naturaleza y los
recursos son una cuestión de interés general. Tienen que
empezar a tomar otras decisiones diferentes del control y pago de daños y
no pueden aplazarlas indefinidamente.
El mastín español es la mejor forma de protección de los ganados, pero es necesario elaborar programas para su fomento en las ganaderías, con la participación y el trabajo de investigadores, ganaderos, gestores y ONGs, si queremos que esos programas funcionen a largo plazo de forma adecuada. La administración, a su vez, una vez elaborados esos programas debe comprometerse a realizarlos y poner los medios para que así sea, porque el éxito de esos programas no es escribirlos sino llevarlos a cabo.