No habla, pero el grito de auxilio del animal salvaje retumba nítido ante la extinción de especies. Estas imágenes lo despojan de su hábitat y lo asimilan al ser humano, al que se quiere poner frente al espejo.
Todos (o casi todos) amamos a los animales. Comparten con nosotros el misterio de la vida, pero nuestra relación con ellos es compleja y ambigua. Tenemos muchos asuntos que resolver en nuestras sociedades, pero la cuestión animal se ha convertido en un problema de una magnitud no siempre entendida por el ser humano: atañe directamente a nuestra supervivencia. Ya no se trata solo de la pérdida de diversidad y belleza, sino del desequilibrio de todo nuestro ecosistema. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), casi 26.000 especies están amenazadas por sobreexplotación agrícola y pesquera. La Declaración de Cambridge firmada en 2012 por Stephen Hawking y otros científicos, los animales tienen conciencia, y muchos una muy parecida a la nuestra. Pero la marca distintiva de nuestra especie es la conciencia moral, y ella nos hace responsables de encontrar un equilibrio sostenible.
Al aislar a los animales salvajes de su contexto busco establecer una conexión directa entre ellos y el espectador. Convertirlo en un espejo de sí mismo y retratar su propia esencia. Quiero que mis fotografías sean el retrato del alma de las bestias que comparten este espacio y tiempo con nosotros. Algunas de ellas quizá acaben desapareciendo de la faz de la tierra...