lunes, 26 de noviembre de 2018

MASCOTAS; POR JOAN BARRIL


No es bueno que el hombre esté solo. Ni el hombre ni tampoco la mujer. Pero en realidad no estamos tan solos como el precepto bíblico intuía. Vivimos en multitud y, a veces, un poco de soledad nos acaba haciendo compañía. La soledad es como un pastel al que solo le hace falta una guinda roja en su centro. A esa guinda de la soledad nívea de la nata, la mayoría de los ciudadanos les ha puesto nombre de perro, de gato, de canario o incluso de peces en un acuario mágico.



Voy por la calle siguiendo el rastro de un pequeño beagle que se dedica a ahuyentar a las palomas. Al doblar una esquina, el beagle ladrador se encuentra con la serena mole de un pastor alemán. Los ladridos intentan hacer mella en el perro lobo. Le está ladrando porque el cachorro cree que el pastor alemán va atado de la mano de su amo y este no va a permitir ninguna embestida.



Pero no es así, porque Max -así se llama el perro enorme- se limitaba a marchar al paso de su propietario y escucha los ladridos del beagle con una extraña curiosidad. Si los perros pudieran reír, Max demostraría una sardónica sonrisa. Se acerca al beagle, le huele las partes y se va tranquilamente junto a su amo. El beagle por su parte se da cuenta del chasco. Ha increpado a un perro en libertad y este le ha perdonado la vida y el revolcón y le ha dejado solo con la vergüenza. El cachorro se tumba patas arriba y se mea sobre sí mismo como un signo de reconocimiento de quién manda allí. A veces los perros no son muy distintos a los humanos.



Les veo más adelante en la calle de Aribau, donde se abre la magnífica tienda Míster Guau. Los responsables del establecimiento suelen dejar en la puerta dos platos: uno de pienso y el otro de agua. El beagle y el pastor comen del mismo plato y una vez más nos damos cuenta que los armisticios tienen siempre lugar en torno a una mesa.



En el interior de Míster Guau hay perros de todo tipo, la mayoría son cachorros. Y también gatos pequeños casi siempre dormidos. Hay expertos que consideran que los felinos únicamente demuestran una actividad frenética durante 14 minutos al día, y eso acostumbra a suceder por la noche.



Una señora llega al local con su gato persa para que lo examinen. El diagnóstico es bueno y es malo: hay que raparlo y así el pelo volverá a ser como el persa más famoso de todos que fue el gato que se dejaba acariciar por el jefe de Spektra, la organización a la que James Bond intentaba descabezar. La noticia mala es que para poder raparlo habrá que sedarlo. «¿Cómo se llama el gatito?» Y su propietaria dice: «Eliot. ¿Acaso no lo ve? Son dos gotas de agua». Una foto manoseada demuestra los rasgos gatunos del poeta británico de adopción T. S. Eliot.





Manos maternales

Mientras tanto, el sedante hace efecto y Eliot se nos queda dormido en la clínica de Míster Guau hasta que unas manos maternales lo llevan a la peluquería, donde un hábil escultor de pelo argentino le dejará con un plumero en la punta del rabo y una suerte de calcetines en las cuatro patas.



Por la calle, con Eliot todavía vacilante, su propietaria le dirá cosas extensas, frases argumentadas y caricias que el minino recibirá con la gratitud de los que prefieren no oír. Una mascota no es únicamente una manera de ocupar el vacío. Una mascota es el espejo de lo que quisiéramos oír hablando de nosotros. Solo mimos, solo caricias, solamente órdenes que sean comprensibles. Todo lo más el tintineo de la correa que nos invita a salir a la calle y que devuelve al perro el grito absolutista de «¡Vivan las caenas!»(1) Entre los perros y los seres humanos no existen tantas diferencias.





Escrito por Joan Barril en El Periódico

(1)¡Vivan las caenas! (En realidad ¡Vivan las cadenas! que con la mala pronunciación popular degeneró en "¡Vivan las 'caenas'!") es un lema acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando, en la vuelta del destierro de Fernando VII, se escenificó un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, que fueron sustituidos por personas del pueblo que tiraron de ella.​