En aquellos años, mi trabajo era fotografiar modelos. Aprendí todos los pormenores del tema y conocí todas las emociones que se juegan en cada puesta en escena de la moda.
Ese día, los modelos tenían cuatro patas y el ambiente que los rodeaba era casi idéntico al de los modelos humanos. Una parafernalia de criadores, handlers y peluqueros revoloteaban alrededor de los resignados canes, afanados en cada detalle para que los modelos alcanzaran los codiciados premios.
La palabra clave: seducción. Los modelos caninos debían seducir. Seducir al público, a los fotógrafos y, fundamentalmente, a los jueces.
El nerviosismo crecía minuto a minuto, mientras los modelos de cuatro patas se alistaban para comenzar el desfile por la pasarela. Fue entonces cuando lo descubrí o, mejor dicho, cuando lo exótico impactó mi visión crítica de la situación.
Bello y distante. Misterioso oriental, se dignó voltear la cabeza y aceptar mi intromisión en su serena y resignada espera.
Y comenzó el diálogo entre modelo y fotógrafa, de la misma manera como se entabla con un modelo profesional humano o, tal vez mejor.
El posaba con la profesionalidad de un modelo avezado y yo, fascinada, capturé su imagen con varios disparos de admiración. Por un instante nuestras miradas se encontraron y, en ese segundo, toda su soberbia seducción canina se transformó en melancolía, como si una nostalgia ancestral lo invadiera... Ajeno a las intenciones y a los intereses de quienes lo habían llevado hasta la pasarela del éxito, se sumergió lentamente en un cansancio existencial ante tanta exigencia.
En su lenguaje canino me dijo ¡basta!. El modelo profesional de las pasarelas dio paso al perro cazador resistente y poco delicado, ese que en Afganistán, su país de origen, aún hoy persigue lobos, gacelas, liebres, transporta mercancías y ejerce como guardián.
Cuando varios días después fui a entregar las fotografías a su criador, tuve el placer de reencontrarme con quien fue mi primer modelo canino. Esta vez fue muy diferente. El estaba cuidando de su camada recién nacida y me recibió con una actitud amablemente recelosa. Lentamente fue acercándose a mí. Yo estaba imbuída en la conversación, cuando lo exótico me impactó por segunda vez. El había acortado distancias y apoyando su cabeza en mi brazo, me miraba a los ojos con esa mirada que sólo los perros tienen. Entonces comprendí que me aceptaba y devolví el honor con una caricia que entremezcló su sedoso pelo entre mis dedos. Fue un momento mágico. El orgulloso e independiente modelo top, ese perro equilibrado y reticente a las expresiones de afecto, me daba la bienvenida a su mundo privado, un mundo que nada tiene que ver con la sofisticación de las pasarelas caninas.
Al despedirme, se paró en sus patas traseras y me abrazó. en ese momento pude dimensionarlo en toda su plenitud emocional y morfológica.
Texto: Graciela Isabel Torrent Bione