miércoles, 8 de diciembre de 2021

EL MEJOR AMIGO DEL SOLDADO

Los hombres no son las únicas bestias furiosas que asaltan el campo de batalla en tiempos de guerra. En 1942, la Asociación Canina Estadounidense ("American Kennel Association") y el grupo denominado Perros para Defensa ("Dogs for Defense") iniciaron una campaña para que los estadounidenses que lo desearan pudieran alistar a sus compañeros caninos en el ejército.

Casi todos los ejércitos del mundo han tenido entre sus filas a un gran número de perros, y aunque Estados Unidos ya contaba con algunos de estos animales en servicio activo, no fue hasta ese año cuando las fuerzas norteamericanas empezaron a usar a los canes a gran escala. En total, EE.UU. entrenó a unos 10.000 perros militares durante la Segunda Guerra Mundial; una cifra que, no obstante, palidece en comparación a los 200.000 perros que se creía que Alemania tenía entrenados cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. 

Hubo tantos estadounidenses dispuestos a inscribir a sus perros en el ejército, que para marzo del mismo año el Cuerpo de Intendencia empezó a reclutar a los perros como animales de servicio. El entrenamiento se llevó a cabo en varios campamentos especiales situados a lo largo de Estados Unidos, y aunque al principio les resultó difícil planear cómo y dónde entrenar a estos animales, al final decidieron entrenarlos como centinelas, exploradores o unidades de reconocimiento, perros o manadas de trineo, mensajeros o perros de detección de minas.

Perros en todos los frentes

Estos soldados K-9 (llamados así porque la pronunciación en inglés se asemeja a la palabra "canino") se desplegaban en todos los frentes: Europa, África del Norte y el Pacífico. Los perros entregaban mensajes entre unidades cuando los medios de comunicación habituales sufrían algún problema, ayudaban a localizar y a arrastrar soldados heridos, y portaban munición y suministros médicos a las tropas que los necesitaran durante el combate. Se encargaban de este tipo de tareas, en las que además eran muy hábiles, debido a su reducido tamaño y su facilidad para pasar desapercibidos.

Aunque probablemente el papel que desempeñaban con más soltura fuera el de explorador o centinela. En el teatro del Pacífico, por ejemplo, las tropas estadounidenses tenían que hacer frente a un enemigo que se ocultaba y atrincheraba con mucha habilidad, y la frondosa vegetación, además de la topografía del lugar, dificultaban enormemente la localización visual de los enemigos si no se usaba tecnología moderna como las imágenes por satélite o los infrarrojos. No obstante, con un perro explorador bien entrenado y un adiestrador apostado en el frente, era posible alertar a las patrullas de los movimientos y las emboscadas enemigas; y algunos canes incluso podían detectar trampas como cables ocultos u hoyos. No queda constancia de ningún caso en el que el enemigo tomara por sorpresa a una patrulla que tenía entre sus filas a un perro explorador, ya que este siempre detectaba al enemigo antes de que pudiera atacar. Además, siempre que estaban de servicio, los perros y sus adiestradores obtenían información de gran valor. Como se puede ver, infinidad de soldados de infantería conservaron la vida gracias a estos animales.

Recompensas

Los soldados valoraban mucho a estos perros, e incluso les otorgaban distinciones militares al heroísmo. Varios canes recibieron medallas de combate como el Corazón Púrpura, aunque más tarde el Departamento de Guerra las anularía y restringiría este tipo de condecoraciones a los seres humanos. Con el tiempo, no obstante, los compatriotas con cuatro patas recibirían el reconocimiento oficial que se merecían. Así, el Cuerpo de Intendencia entregó diplomas a los perros que recibieron la baja del servicio o a aquellos caídos en combate.

Después de la guerra

Cuando la guerra finalizó y las tropas volvieron a casa, nadie sabía muy bien qué iba a pasar con los perros, ya que no todos los dueños anteriores podían acogerlos de nuevo, y un gran número de canes militares habían salido de las perreras, por lo que no tenían un hogar al que volver. Sin embargo, gracias al Cuerpo de Intendencia y a Perros por la Defensa, todos los animales recibieron tratamiento con la esperanza de que pudieran volver a la vida civil. Por desgracia, unos pocos sufrieron fatiga de combate o no se consideraron aptos para ser repatriados, por lo que se les practicó la eutanasia después de varios intentos de rehabilitación fallidos.

El pueblo da un paso al frente

Cuando la gente supo que había perros que no aún tenían un hogar, las solicitudes de adopción aumentaron exponencialmente. En total se registraron más de 17.000 peticiones, un número mucho mayor que el de los perros disponibles, e incluso siguieron llegando solicitudes años después de haber entregado el último can a su nueva familia. 

Todos los perros recibían un certificado por su fiel servicio y una baja honorable. El gobierno era el encargado de sufragar los gastos de envío de los animales, y todos ellos se entregaban con un paquete que contenía sus condecoraciones, un collar, una correa y una copia del manual Perros de guerra, del Departamento de Guerra. Ya en casa, tanto los soldados humanos como los cánidos se podían relajar como nunca y dejar a un lado esa fiereza que desataron en el extranjero, plenamente conscientes de que si ellos y sus compatriotas por fin podían disfrutar de unos tiempos de paz, era gracias a su coraje y sacrificio.




Publicado en World of Tanks