Los estudios científicos centrados en los beneficios que nos aportan los animales domésticos son numerosos y sus resultados son contundentes, pero a menudo tienden a resaltar solo los puntos positivos, creando un sesgo popular que ha calado con fuerza en la sociedad. Las investigaciones sobre su efecto para reducir el estrés, la ansiedad o mejorar la salud cardiovascular son abrumadoramente concluyentes, pero, sin embargo, los estudios que arrojan dudas o ponen en entredicho que no hay una diferencia tan remarcable entre los que tienen o no tienen mascotas no gozan de la misma popularidad.
Tampoco parecen ser del agrado de tutores y guías aquellas lecturas que se centran en los perjuicios o efectos emocionales dañinos que nosotros causamos a nuestro animal de compañía, como este estudio, donde se revela que si nos oyen llorar, les producimos angustia, estrés y tratarán de ayudar dentro de sus limitaciones. Aunque menos, también hay estudios centrados en encontrar los aspectos negativos de la convivencia con animales de compañía, que pasan desapercibidos porque son resultados que chocan frontalmente con esa idealización popular que hemos proyectado, atribuyéndoles un poder saludable “natural”.
Harold Herzog, profesor emérito del Departamento de Psicología de la Western Carolina University y experto en el comportamiento humano-animal, lleva años investigando esta paradoja del efecto mascota, con más de treinta estudios publicados, y el riesgo que supone otorgar una cualidad casi milagrosa a los animales domésticos, creando expectativas poco realistas a los que ya conviven con ellos o a personas que se plantean una adopción.
En España llegaron 286.000 perros y gatos a las protectoras durante el año 2021, tal como recoge el estudio anual de Fundación Affinity. De hecho, la primera causa de devolución de perros adoptados es el comportamiento del animal seguido de que hay mayor responsabilidad de lo que esperaban. Los perros adultos y los gatos que han pasado una temporada en albergues o protectoras pueden venir con traumas, estereotipias y miedos que hacen de ellos ejemplares que necesitan especial atención, dedicación y paciencia. Es decir, son ellos los que necesitan de nuestra ayuda y soporte para superar sus traumas y no al revés. No se puede esperar que se conviertan en el animal de compañía perfecto tras rescatarlos de una situación que ha podido sobrecargarles emocionalmente y por el que precisan de un periodo de recuperación y cura.
En todos los ámbitos, pero especialmente desde las redes sociales y de personalidades con cierta proyección que pueden influir en la opinión de los demás, son frecuentes las afirmaciones o consejos sobre cómo adoptar un animal va a sacarnos de la depresión, o que hará a los niños más felices, pero la realidad es que cuidar de un animal no es fácil, conlleva una gran responsabilidad y compromiso, un aprendizaje constante y predisposición a conocer, entender y respetar la etología de especies distintas a la nuestra, y no debemos justificar su existencia como meras herramientas (vivas, sintientes, con días malos y buenos, que pueden experimentar estrés, depresión, dolor y rencor) a nuestra disposición.
Ante uno de estos ejemplos recientes donde se recomienda la adquisición de un perro para superar traumas desde una cuenta de Twitter con más de 280.000 seguidores, con buena fe pero un mensaje equivocado, la web especializada SrPerro ha redactado una réplica divulgativa en su página titulada “Los perros tienen sus propios intereses y no somos los protagonistas de sus vidas”. Coloquialmente, la paradoja del efecto mascota suele llamarse despectivamente “mascotismo”, y mencionarlo genera polémicos debates entre quienes se dan por aludidos o aportan su subjetiva experiencia personal sobre las bondades que les ha aportado convivir con un animal de compañía.
Pero la realidad es que en lugar de poner el foco exclusivamente en los beneficios que nos aportan los animales, la atención debe ponerse en los dueños de esos animales. En un estudio publicado en PLOS One, una investigación demográfica con 42.000 participantes, ofrece importante información sobre las diferencias entre convivientes con mascotas y sin ellas. Y el resultado fue inesperado: no se encontró evidencia de que tener un animal de compañía tuviera un impacto positivo cuando se tenían en cuenta otros factores como ingresos económicos, género, estado civil o etnia; o dicho de otra forma, ser una persona blanca, adinerada, con acceso a vivienda, buena alimentación y atención médica, parecía ser más determinante para tener mejor salud física y mental, y también era más probable que convivieran con animales de compañía.
Este grupo de población vive un promedio de una década más que quienes viven en los peldaños más bajos de la escala económica, tengan o no perros o gatos. Hal Herzog resumía este resultado como “la respuesta a la pregunta: ¿son diferentes los dueños de mascotas? es un sí cuando se trata de demografía y estilo de vida, pero es un no cuando se trata de salud”.
Más reciente es un estudio publicado en junio de este año 2022 por la Universidad Sigmund Freud de Viena sobre el efecto de la compañía animal en tiempos de crisis, focalizado en la pandemia de la COVID-19 y el covid persistente. Los resultados vuelven a confirmar la paradoja del efecto mascota al revelar que los animales fueron una carga adicional, y en pacientes afectados por covid persistente, repercutió en sus capacidades de cuidarlos convenientemente.
Volvemos a insistir en que la ciencia ha hallado suficientes pruebas sobre la aportación positiva que nos dan los animales de compañía y ningún estudio ha revelado que convivir con animales sea perjudicial, pero es importante, y necesario, conocer también la realidad de la investigación científica sobre los resultados menos complacientes con la percepción popular o no significativos en sus resultados y no trasladar sobre nuestros perros y gatos una responsabilidad psicosocial y afectiva que está por encima de sus capacidades. No es bueno para nosotros, y mucho menos para ellos, asumir que los animales poseen facultades curativas físicas o psicológicas.