Perros persas
Los perros también fueron asociados con la divinidad por los antiguos persas. El Avesta (escrituras zoroastrianas) contiene una sección conocida como el Vendidad que se extiende en la descripción de los aspectos benéficos de los perros; en cómo debían de ser tratados, las sanciones para aquellos que abusaran de ellos, y cómo dicho abuso -o, en caso contrario, el buen trato- afectaría el destino final de una persona en el más allá. De hecho, se decía que los perros vigilaban el puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y el modo en que uno los tratara a lo largo de su vida, influía en las probabilidades de alcanzar el paraíso.
Después de la muerte, el alma cruzaba el puente Chinvat, donde era juzgada. Si el alma había llevado una vida honrada de acuerdo con los preceptos de la verdad, era recompensada con el paraíso en la Casa de la Canción; si había desperdiciado su vida en busca del interés propio y el mal, era arrojada al infierno de la Casa de las Mentiras. La manera en que había tratado a los perros era una consideración importante para determinar a dónde iría el alma, y matar a un perro garantizaba un lugar en la Casa de las Mentiras.
Perro de Nimrud. Figura protectora.
La gente era alentada a cuidar de los perros igual que como lo harían con las personas. Un perro herido debía ser atendido hasta sanar; una perra embarazada debía ser procurada como una hija propia, y sus cachorros debían ser cuidados durante al menos seis meses después de su nacimiento, tras los cuales debían ser colocados en buenos hogares. Los perros también recibían ritos funerarios como los de las personas, y jugaban un papel importante en los rituales mortuorios de la gente: se les llevaba al cuarto donde yaciera la persona fallecida -presuntamente debido a su habilidad de percibir lo que los humanos no podían- para asegurarse de que la persona estuviera muerta.
Las razas de perro persas incluían el saluki, el mastín árabe, el alabai (pastor de Asia Central), el afgano, y el mastín kurdo. Eran utilizados como cazadores, guardianes y pastores de rebaños, pero también como compañía. Se pensaba que el alma de un perro era un tercio bestia salvaje, un tercio humano, y un tercio divinidad, por lo que debían ser tratados con el debido respeto y consideración. Durante las comidas, estaba estipulado que siempre se reservaran tres bocados como alimento para el perro, en agradecimiento por su compañía.
Figuras de madera de los dioses egipcios Anubis (chacal), Thoth (ibis) y Horus (halcón).
El perro en Egipto
La conexión de los perros con los dioses y la lealtad de los perros hacia los humanos se continuó explorando en otras culturas. En el antiguo Egipto, los perros eran asociados al dios perro-chacal Anubis, quien guiaba a las almas de los muertos hacia el Salón de la Verdad, donde eran juzgadas por el gran dios Osiris. Los perros domesticados eran sepultados con gran ceremonia en el templo de Anubis en Saqqara, y la idea detrás de esto, al parecer, era ayudar a los perros difuntos a llegar fácilmente al más allá (conocido en Egipto como el Campo de Juncos), donde seguirían disfrutando su vida como lo habían hecho en la tierra.
Abuwtiyuw
El perro más conocido sepultado de esta forma es Abuwtiyuw, quien fue honrado con un gran sepulcro durante el Imperio Antiguo (ca. 2613-2181 a.C.) cerca de la meseta de Giza. Abuwtiyuw era el perro de un sirviente no identificado de un rey (cuya identidad tampoco está clara), y su tumba de piedra caliza fue descubierta en 1935 por el egiptólogo George Reisner. La losa inscrita, que formó parte del monumento mortuorio del dueño del perro, y relata cómo “Su Majestad ordenó que fuera enterrado ceremoniosamente; que se le diera un féretro del tesoro real, finas telas en gran cantidad, e incienso” (Reisner, 8).
Aunque Abuwtiyuw haya sido especialmente honrado, los perros en general eran muy valorados en Egipto como parte de la familia, y cuando un perro moría, su familia, si podía permitírselo, lo mandaba momificar e invertía en su cuidado tanto como lo hubiera hecho con cualquier otro de sus miembros.
Aunque Abuwtiyuw haya sido especialmente honrado, los perros en general eran muy valorados en Egipto como parte de la familia, y cuando un perro moría, su familia, si podía permitírselo, lo mandaba momificar e invertía en su cuidado tanto como lo hubiera hecho con cualquier otro de sus miembros.
Perro momificado
La muerte de un perro traía gran desconsuelo a los miembros de una familia, quienes se rasuraban las cejas como símbolo de su duelo (como también lo hacían con sus gatos). Existen pinturas en la tumba del faraón Ramsés el Grande que lo muestran con sus perros de caza (presuntamente en el Campo de Juncos), y los perros a menudo eran sepultados con sus amos para brindar ese tipo de compañía en el más allá. La íntima relación entre los perros y sus amos en Egipto se hace evidente en las inscripciones que han sido preservadas:
Incluso conocemos muchos nombres de antiguos perros egipcios gracias a algunos collares de cuero, estelas y relieves que han sido encontrados. Incluían nombres como “Valiente”, “Confiable”, “Buen Pastor”, “Viento Nórdico”, “Antílope” y hasta “Inútil”. Otros nombres provenían del color del perro, como “Negrito”, mientras que otros recibían números como nombres, como “el Quinto”· Muchos de los nombres parecen haber sido elegidos afectuosamente, mientras otros simplemente expresaban las habilidades o capacidades del perro. Sin embargo, como sucede aún en la actualidad, pudieron haberse usado connotaciones negativas con los perros debido a su naturaleza de servidores de los humanos. Algunos textos incluyen referencias a prisioneros como “el perro del rey”. (TourEgypt.com)
Una escena de un sarcófago egipcio de madera que representa a Anubis , el dios de la momificación y el más allá. C. 400 a. C.
El perro como sirviente fue más claramente representado mediante los collares que habrían servido para entrenar y controlar a los animales. La evidencia más temprana del collar de perro en Egipto es una pintura mural datada de ca. 3500 a.C. de un hombre paseando a su perro con una correa. La correa parece ser algo sencillo, hecho de cuerda o tela, atado al collar. Los collares de perro egipcio estaban hechos de una pieza de cuero cosida y pegada para formar un aro que después era deslizado por la cabeza del animal.
Aunque comenzaron como simples aros de cuero, los diseños de los collares con el paso del tiempo se volvieron más elaborados. Para los tiempos del Imperio Medio (2040-1782 a.C.), eran ornamentados con broches de cobre o bronce, y en el Imperio Nuevo (1570-1069 a.C.) fueron decorados aún más con intricados grabados. Esto se percibe claramente en el collar de perro de la tumba de Maiherpri, un noble del reinado de Tutmosis IV (1400-1390 a.C.), que consiste en una banda de cuero adornada con caballos y flores de loto y teñido de rosa claro.
Nota del autor: Este artículo está dedicado a la perra Sophia, mi propia filósofa verdadera.
Nota de la traductora: Esta traducción está dedicada a la perra Martina, la compañera de mi alma.