Beryl Cook fue una de las artistas más populares del Reino Unido, conocida gracias a su serie de pinturas de orondas damas en actitud festiva que, según su propia definición, pretendían retratar "a la gente común pasándoselo en grande". A raíz de su muerte, el pasado 28 de mayo a los 81 años, sus numerosos seguidores lamentaban que la obra de Cook nunca lograra recabar la aprobación del establishment artístico.
Caracterizada como una "Rubens con tintes bromistas", aunque su imaginario recuerde sobre todo a las gruesas figuras de Botero, la producción de Cook siempre dividió a los críticos, pero la estableció como una de las favoritas entre un público adepto a la reproducción de sus trabajos, ya fuera en libros, postales o tarjetas de felicitación.
Aportó una visión irónica, aunque tremendamente entrañable, a su extenso abanico de personajes, desde mujeres de grandes pechos y traseros enfiladas en tacones imposibles, hasta individuos barrigudos postrados al sol de las islas Canarias o degustando una pinta en el pub. A diferencia de estos seres, Beryl Cook no era gorda ni de temperamento alegre, con su delgado físico, una timidez casi patológica y un carácter más bien neurótico.
Ello no le impidió una breve incursión en el mundo del espectáculo, después de abandonar a los 14 años la escuela de su Surrey natal. En su juventud también trabajó en la industria de la moda y llegó a regentar un pub, pero su tanteo con la pintura, que inició como divertimento al decidirse a decorar ella misma las paredes de su casa de Cornualles, acabó siendo su profesión.
Carente de formación artística, su desembarco en el mundillo fue fruto de la casualidad. Recién trasladada con su familia a Plymouth, en 1975, el centro artístico local se interesó por su trabajo, al que dedicó una exposición. Cuatro años más tarde, era famosa en todas las islas Británicas.
Tres décadas de singladura le reportaban, en 1995, una condecoración por parte de la reina, cuando su obra ya era objeto de exposiciones permanentes en Glasgow, Bristol y el Plymouth que la consagró. Pero instituciones tan prestigiosas como la Tate Modern siguieron resistiéndose a incluir alguno de sus cuadros entre sus ricos fondos. Cook, contrariamente a la irritación de sus admiradores, aseguraba comprender ese rechazo, que no le importaba lo más mínimo: "Sólo quiero que mis pinturas lleguen a la gente normal, que es exactamente como yo".
La artritis que sufrió en los últimos años le obligó a retirarse de primera línea, aunque ni siquiera dejó los pinceles cuando se convirtió en octogenaria, motivo de una gran fiesta en la Portal Gallery londinense, que fue fiel a su obra durante más de 30 años. Sirva de epitafio la descripción que la propia Cook hizo en su día de ese dilatado recorrido artístico: "Me entusiasma ver a la gente disfrutar de la alegría, la animación y la diversión. Ésa es mi verdadera fuente de inspiración. Me gustaría cantar y bailar mientras todo el mundo me mira, pero, como eso no es posible, mi personal homenaje a ese placer de la vida son mis pinturas".
Caracterizada como una "Rubens con tintes bromistas", aunque su imaginario recuerde sobre todo a las gruesas figuras de Botero, la producción de Cook siempre dividió a los críticos, pero la estableció como una de las favoritas entre un público adepto a la reproducción de sus trabajos, ya fuera en libros, postales o tarjetas de felicitación.
Aportó una visión irónica, aunque tremendamente entrañable, a su extenso abanico de personajes, desde mujeres de grandes pechos y traseros enfiladas en tacones imposibles, hasta individuos barrigudos postrados al sol de las islas Canarias o degustando una pinta en el pub. A diferencia de estos seres, Beryl Cook no era gorda ni de temperamento alegre, con su delgado físico, una timidez casi patológica y un carácter más bien neurótico.
Ello no le impidió una breve incursión en el mundo del espectáculo, después de abandonar a los 14 años la escuela de su Surrey natal. En su juventud también trabajó en la industria de la moda y llegó a regentar un pub, pero su tanteo con la pintura, que inició como divertimento al decidirse a decorar ella misma las paredes de su casa de Cornualles, acabó siendo su profesión.
Carente de formación artística, su desembarco en el mundillo fue fruto de la casualidad. Recién trasladada con su familia a Plymouth, en 1975, el centro artístico local se interesó por su trabajo, al que dedicó una exposición. Cuatro años más tarde, era famosa en todas las islas Británicas.
Tres décadas de singladura le reportaban, en 1995, una condecoración por parte de la reina, cuando su obra ya era objeto de exposiciones permanentes en Glasgow, Bristol y el Plymouth que la consagró. Pero instituciones tan prestigiosas como la Tate Modern siguieron resistiéndose a incluir alguno de sus cuadros entre sus ricos fondos. Cook, contrariamente a la irritación de sus admiradores, aseguraba comprender ese rechazo, que no le importaba lo más mínimo: "Sólo quiero que mis pinturas lleguen a la gente normal, que es exactamente como yo".
La artritis que sufrió en los últimos años le obligó a retirarse de primera línea, aunque ni siquiera dejó los pinceles cuando se convirtió en octogenaria, motivo de una gran fiesta en la Portal Gallery londinense, que fue fiel a su obra durante más de 30 años. Sirva de epitafio la descripción que la propia Cook hizo en su día de ese dilatado recorrido artístico: "Me entusiasma ver a la gente disfrutar de la alegría, la animación y la diversión. Ésa es mi verdadera fuente de inspiración. Me gustaría cantar y bailar mientras todo el mundo me mira, pero, como eso no es posible, mi personal homenaje a ese placer de la vida son mis pinturas".