LADRIDOS CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO
Una
víctima de malos tratos relata su día a día con Lúa, la pastor alemán que
la protegía: no es su arma, es su defensa
Era
un día como otro cualquiera para Noah. Paseaba por la calle de una de tantas
ciudades a las que se vio obligada a trasladarse para que el hombre que un día
fue su pareja no volviera a maltratarla a ella o a su hija. Cuando la vida de
su hija pasó a estar en claro peligro, abandonó todo y escapó con la niña.
Pasaron por varias casas de acogida de toda España, pero su ex pareja siempre
terminaba localizándolas gracias a sus poderosas influencias. Aquel día le
acompañaban su pequeña, un par de amigos y su perra Lúa, una hembra de pastor
alemán de pelo largo. Un varón, al que no había visto en su vida, apareció de
repente y comenzó a seguirles. «¡Espérate! ¡Quiero hablar contigo!», vociferaba
agresivo el perseguidor. Cada vez se acercaba más. La niña estaba asustada y
los nervios de Noah dieron paso al miedo. Decidió separarse del resto de acompañantes
para proteger a su hija. Ella siguió con la perra mientras que el extraño
seguía aproximándose por su espalda. Se volvió. Él intentó agredirla, pero
antes de que pudiera ponerle la mano encima, el can se le abalanzó y repelió el
ataque. En ese momento, una patrulla de la Policía hizo acto de presencia,
alertada por un matrimonio que presenció la persecución y temió un trágico
desenlace. Los agentes detuvieron al acosador que, al igual que la ex pareja de
Noah, había pasado por la cárcel. Ella aún sospecha que ambos tuvieran algún
tipo de conexión.
La perra le salvó. Y no sólo de aquel ataque. Durante el angustioso juego
del ratón y el gato al que la sometía su maltratador, Noah pasó por Murcia.
Allí conoció a Fernando Soleto, que en 2008 quiso combatir la lacra social que
representa la violencia de género a través del centro de adiestramiento canino
Solcan España, del que es asesor. Incentivó la creación del proyecto Escan
–dirigido por Rafi Chacón– para que las víctimas que han conseguido una orden
de alejamiento y una sentencia firme contra sus agresores tengan un perro que
las defienda y las ayude a recuperarse anímicamente. Necesitaba urgentemente
Noah. «Tenía la protección de la Policía, el botón antipánico y la pulsera de
seguimiento, pero al entrar en cualquier sitio se perdía la cobertura y los
policías no estaban las 24 horas con nosotras. Al dejar de tener el agresor en
casa, no sabes por dónde te va a venir. No podía sacar a mi hija a la calle por
miedo y dejamos de hacer vida social», afirma ella antes de enumerar las
acciones legales que no han conseguido parar a su maltratador: una orden de
alejamiento, otra de captura y una sentencia firme, además de juicios
pendientes. «Y aún sigue fuera. Tengo esperanza de que pague porque estamos pagando
nosotras, que hemos perdido todo», asevera con rabia.
Entonces Lúa pasó a ser su defensa, que no su arma. Porque no hiere al
atacante, sino que sólo bloquea las agresiones proporcionando algo de tiempo
para dar la voz de alarma. «Es una terapia que respeta los márgenes legales.
Los animales llevan siempre un bozal sueco o de impacto, con la punta de acero,
para evitar la mordida. Para el perro es como un juego porque el bozal tiene un
mordedor interno que amortigua el golpe», explica Fernando. «Los casos de
violencia de género se producen en un momento y con el can la acción es
inmediata. Actúa ante agresiones inminentes o mediante comandos de voz que sólo
conoce la víctima».
Lúa fue el primer perro del proyecto. Antes de estar con Noah también ayudó
a otras mujeres que, tras rehacer su vida, devolvieron al can al centro para
que ayudara a otras víctimas. «Es un proceso, pero te cambia la vida. Salía a
la calle totalmente segura y el cariño hacia el perro, aunque parezca una
tontería, te ayuda a acercarte de nuevo a la gente», asegura Noah. Al igual que
ella, decenas de mujeres han optado por participar en la iniciativa. Pero «el
camino es muy largo», como sostiene Fernando. Y es que, aunque cuentan con el
apoyo de instituciones estatales –Argentina sopesa acoger el proyecto Escan,
que será presentado en enero en la Casa Rosada–, la ayuda brindada por la
Administración es insuficiente al limitar el alcance del programa. Porque en lo
que respecta a su efectividad, las críticas no tienen cabida.
Noah pasó dos años con Lúa. Una vez murió el can, decidió salir del país
para garantizar su seguridad y la de su hija. Se formó como técnica en
violencia de género para atender a otras víctimas y sus hijos. «Ayudando a
otras mujeres te vas perdonando por todo lo que un día aguantaste y te dejaste
hacer», pero reconoce que el animal lo cambió todo. «No podría estar hablando
ahora si no hubiera estado con Lúa. Gracias a la perra estamos vivas mi hija y
yo», reconoce por teléfono, lejos de la tierra en la que quería haber criado a
su hija.
Buscando al compañero ideal
Los perros utilizados en el proyecto Escán suelen ser pastores alemanes o
belgas malinois, pero cualquier otra raza que presente la estructura ósea y
muscular requerida es válida, siempre y cuando el animal sea valiente, serio,
sociable y tenga una alta carga instintiva. Los canes son criados por el propio
centro o recuperados de protectoras, y un equipo multidisciplinar se ocupa de
compatibilizar a la mujer con el animal. Durante tres meses llevan a cabo una preparación
para trabajar la obediencia, el vínculo y la identificación positiva con la
víctima, pautas de defensa y control del animal. Cuando las víctimas son madres
–en torno al 90% de las casos– la identificación también se realiza con sus
hijos. Completado el proceso, el perro pasa a ser propiedad de la víctima, que
es ayudada en el mantenimiento del animal por una empresa de piensos y otra de
material.