jueves, 7 de abril de 2016

LADRIDOS CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO





Una víctima de malos tratos relata su día a día con Lúa, la pastor alemán que la protegía: no es su arma, es su defensa
 

Era un día como otro cualquiera para Noah. Paseaba por la calle de una de tantas ciudades a las que se vio obligada a trasladarse para que el hombre que un día fue su pareja no volviera a maltratarla a ella o a su hija. Cuando la vida de su hija pasó a estar en claro peligro, abandonó todo y escapó con la niña. Pasaron por varias casas de acogida de toda España, pero su ex pareja siempre terminaba localizándolas gracias a sus poderosas influencias. Aquel día le acompañaban su pequeña, un par de amigos y su perra Lúa, una hembra de pastor alemán de pelo largo. Un varón, al que no había visto en su vida, apareció de repente y comenzó a seguirles. «¡Espérate! ¡Quiero hablar contigo!», vociferaba agresivo el perseguidor. Cada vez se acercaba más. La niña estaba asustada y los nervios de Noah dieron paso al miedo. Decidió separarse del resto de acompañantes para proteger a su hija. Ella siguió con la perra mientras que el extraño seguía aproximándose por su espalda. Se volvió. Él intentó agredirla, pero antes de que pudiera ponerle la mano encima, el can se le abalanzó y repelió el ataque. En ese momento, una patrulla de la Policía hizo acto de presencia, alertada por un matrimonio que presenció la persecución y temió un trágico desenlace. Los agentes detuvieron al acosador que, al igual que la ex pareja de Noah, había pasado por la cárcel. Ella aún sospecha que ambos tuvieran algún tipo de conexión.
 


  
La perra le salvó. Y no sólo de aquel ataque. Durante el angustioso juego del ratón y el gato al que la sometía su maltratador, Noah pasó por Murcia. Allí conoció a Fernando Soleto, que en 2008 quiso combatir la lacra social que representa la violencia de género a través del centro de adiestramiento canino Solcan España, del que es asesor. Incentivó la creación del proyecto Escan –dirigido por Rafi Chacón– para que las víctimas que han conseguido una orden de alejamiento y una sentencia firme contra sus agresores tengan un perro que las defienda y las ayude a recuperarse anímicamente. 
 
 
Necesitaba urgentemente Noah. «Tenía la protección de la Policía, el botón antipánico y la pulsera de seguimiento, pero al entrar en cualquier sitio se perdía la cobertura y los policías no estaban las 24 horas con nosotras. Al dejar de tener el agresor en casa, no sabes por dónde te va a venir. No podía sacar a mi hija a la calle por miedo y dejamos de hacer vida social», afirma ella antes de enumerar las acciones legales que no han conseguido parar a su maltratador: una orden de alejamiento, otra de captura y una sentencia firme, además de juicios pendientes. «Y aún sigue fuera. Tengo esperanza de que pague porque estamos pagando nosotras, que hemos perdido todo», asevera con rabia.
 


  Entonces Lúa pasó a ser su defensa, que no su arma. Porque no hiere al atacante, sino que sólo bloquea las agresiones proporcionando algo de tiempo para dar la voz de alarma. «Es una terapia que respeta los márgenes legales. Los animales llevan siempre un bozal sueco o de impacto, con la punta de acero, para evitar la mordida. Para el perro es como un juego porque el bozal tiene un mordedor interno que amortigua el golpe», explica Fernando. «Los casos de violencia de género se producen en un momento y con el can la acción es inmediata. Actúa ante agresiones inminentes o mediante comandos de voz que sólo conoce la víctima».
Lúa fue el primer perro del proyecto. Antes de estar con Noah también ayudó a otras mujeres que, tras rehacer su vida, devolvieron al can al centro para que ayudara a otras víctimas. «Es un proceso, pero te cambia la vida. Salía a la calle totalmente segura y el cariño hacia el perro, aunque parezca una tontería, te ayuda a acercarte de nuevo a la gente», asegura Noah. Al igual que ella, decenas de mujeres han optado por participar en la iniciativa. Pero «el camino es muy largo», como sostiene Fernando. Y es que, aunque cuentan con el apoyo de instituciones estatales –Argentina sopesa acoger el proyecto Escan, que será presentado en enero en la Casa Rosada–, la ayuda brindada por la Administración es insuficiente al limitar el alcance del programa. Porque en lo que respecta a su efectividad, las críticas no tienen cabida.


Noah pasó dos años con Lúa. Una vez murió el can, decidió salir del país para garantizar su seguridad y la de su hija. Se formó como técnica en violencia de género para atender a otras víctimas y sus hijos. «Ayudando a otras mujeres te vas perdonando por todo lo que un día aguantaste y te dejaste hacer», pero reconoce que el animal lo cambió todo. «No podría estar hablando ahora si no hubiera estado con Lúa. Gracias a la perra estamos vivas mi hija y yo», reconoce por teléfono, lejos de la tierra en la que quería haber criado a su hija.

 

 

 Buscando al compañero ideal

Los perros utilizados en el proyecto Escán suelen ser pastores alemanes o belgas malinois, pero cualquier otra raza que presente la estructura ósea y muscular requerida es válida, siempre y cuando el animal sea valiente, serio, sociable y tenga una alta carga instintiva. Los canes son criados por el propio centro o recuperados de protectoras, y un equipo multidisciplinar se ocupa de compatibilizar a la mujer con el animal. Durante tres meses llevan a cabo una preparación para trabajar la obediencia, el vínculo y la identificación positiva con la víctima, pautas de defensa y control del animal. Cuando las víctimas son madres –en torno al 90% de las casos– la identificación también se realiza con sus hijos. Completado el proceso, el perro pasa a ser propiedad de la víctima, que es ayudada en el mantenimiento del animal por una empresa de piensos y otra de material.