Soy perrólatra,
lo confieso. Mi padre me contó que mis primeros pasos los afiancé
agarrada a dos pastores alemanes. Más tarde, ya una niña pequeña, mi
madre tenía que cambiarse de acera para evitar que fuéramos parándonos
con todos los perros que se cruzaban en nuestro camino. “Parece que te
olían y te iban buscando”, me contaba. Yo también los buscaba a ellos y
me llevé algún susto y algún mordisco. Peores me los ha dado el ser
humano.
Cuando era una niña mayor que campaba a mi aire por los montes
asturianos seguía aprendiendo de ellos, saludando cortésmente a los
mastines guardianes, jugando con la vieja Samba que perdió una pata en
un atropello, ganándome la confianza de los gatos libres que se buscaban
la vida en las leñeras. Aún recuerdo el regalo que me hizo una de esas
gatas, viniendo a parir en mi presencia.
Aprendía a comunicarme con ellos, soñando igual que Desmond Morris
con poseer el anillo de Salomón. Aprendía que ellos también sentían y
soñaban y que ningún ser humano es el rey del mundo, que todas las vidas
tienen valor y que tras los ojos castaños de un perro, los verdes de un
gato o los cobrizos de abrumadora belleza de un sapo, había un alguien y
no un algo. Aprendía a respetarlos y a procurar su bien, a entender que
cada uno de ellos es un individuo.
Mi amor a los animales me ha hecho mejor persona. No tengo la mejor
duda. Y por eso he procurado que mis hijos crezcan con animales,
aprendiendo a mirarlos como seres sintientes, poseedores de un carácter y
unos gustos propios que deben ser respetados. No son complementos de
moda, caprichos sujetos a nuestros gustos o necesidades, ni seres ajenos
e incomprensibles a los que humanizar o alienar, no son esclavos, ni
por supuesto armas. Son nuestros compañeros, nuestra familia, nuestra
responsabilidad.
Lejos quedan los montes asturianos de mi infancia en el espacio y en el tiempo. Los animales con los que convive mi familia viven en nuestro piso, en un entorno urbano. Eso no impide que sigan siendo nuestros maestros. Si se tiene sensibilidad suficiente, se puede reflexionar merced a ellos a disfrutar de los momentos de alegría pura, a envejecer con dignidad a afrontarlo todo de frente.
Publicado en 20minutos