lunes, 4 de julio de 2016

SOY PERRÓLATRA (Y TAMBIÉN GATÓLATRA)



En respuesta al artículo Perrolatría

Soy perrólatra, lo confieso. Mi padre me contó que mis primeros pasos los afiancé agarrada a dos pastores alemanes. Más tarde, ya una niña pequeña, mi madre tenía que cambiarse de acera para evitar que fuéramos parándonos con todos los perros que se cruzaban en nuestro camino. “Parece que te olían y te iban buscando”, me contaba. Yo también los buscaba a ellos y me llevé algún susto y algún mordisco. Peores me los ha dado el ser humano.
Cuando era una niña mayor que campaba a mi aire por los montes asturianos seguía aprendiendo de ellos, saludando cortésmente a los mastines guardianes, jugando con la vieja Samba que perdió una pata en un atropello, ganándome la confianza de los gatos libres que se buscaban la vida en las leñeras. Aún  recuerdo el regalo que me hizo una de esas gatas, viniendo a parir en mi presencia.


Aprendía a comunicarme con ellos, soñando igual que Desmond Morris con poseer el anillo de Salomón. Aprendía que ellos también sentían y soñaban y que ningún ser humano es el rey del mundo, que todas las vidas tienen valor y que tras los ojos castaños de un perro, los verdes de un gato o los cobrizos de abrumadora belleza de un sapo, había un alguien y no un algo. Aprendía a respetarlos y a procurar su bien, a entender que cada uno de ellos es un individuo.
Mi amor a los animales me ha hecho mejor persona. No tengo la mejor duda. Y por eso he procurado que mis hijos crezcan con animales, aprendiendo a mirarlos como seres sintientes, poseedores de un carácter y unos gustos propios que deben ser respetados. No son complementos de moda, caprichos sujetos a nuestros gustos o necesidades, ni seres ajenos e incomprensibles a los que humanizar o alienar, no son esclavos, ni por supuesto armas. Son nuestros compañeros, nuestra familia, nuestra responsabilidad.




Lejos quedan los montes asturianos de mi infancia en el espacio y en el tiempo. Los animales con los que convive mi familia viven en nuestro piso, en un entorno urbano. Eso no impide que sigan siendo nuestros maestros. Si se tiene sensibilidad suficiente, se puede reflexionar  merced a ellos a disfrutar de los momentos de alegría pura, a envejecer con dignidad a afrontarlo todo de frente.



Publicado en 20minutos