¡Hola! Esto es una carta extraña, pues no sé a quién le escribo. Solo
espero que algún día, por suerte o por tenacidad, llegue a la persona
que abandonó a Caos: nuestro perro, que antes no fue nuestro, sino de
alguien que no lo merecía.
Llegó a finales de junio del 2012, y se
fue la víspera del día de Reyes del 2015, de madrugada. Sí, has leído
bien: la noche de Reyes del año 2015. Vivió dos años y siete meses más
de lo que supongo creías, y yo hubiese empezado a escribir esta carta en
el mismo momento en que nos despedimos de él si hubiera podido reunir
el valor para sentarme en la mesa de trabajo junto a la que él
descansaba varias horas al día.
Si todavía no sabes si fue tu
perro, te diré que lo recogimos en la carretera antigua que conecta
Corbera de Llobregat con San Andrés de la Barca (la Ctra. de Sant
Andreu), a la altura de aquella finca que está tocando con una de las
curvas cercanas al Eroski, donde solía haber una luz exterior siempre
encendida por la noche. Y si por fin estás leyendo esto, aprovecho para
asegurarte que no te guardo rencor --ni tan siquiera él lo hacía,
creo--, solo quiero (queremos) hablar contigo un minuto. Quiero que me
escuches, a mí, que tengo la capacidad de llamar tu atención, a
diferencia de aquel que fue tu perro una vez, pero no más.
Lo sé.
Sé desde el principio que vas a sacar el tema. Era un perro viejo. Lo
vimos tras el frenazo en el camino que te comentaba en el párrafo
anterior. No obstante, ni yo ni mi pareja pudimos subir al coche sin él;
aquel jueves solo queríamos sacarlo de la carretera y darle un sitio
donde pasar la noche, aunque a mí me rehuía. Rehuía a todos los hombres,
y lo siguió haciendo durante semanas.
También te diré que al día
siguiente no fui a trabajar, sino a dos o tres veterinarios, y no te voy
a engañar. El primero nos dijo que lo mejor era sacrificarlo. El
segundo, no. Pero ten por seguro que hubiésemos seguido buscando hasta
encontrar a aquel que quería luchar por darle una vida mejor.
Ese
mismo día se le diagnosticó la hernia de disco que tenía en la espalda y
una artrosis de tipo dos muy avanzada. Como sabes, eso hacía que
caminase como las muñecas de Famosa, o como un muñeco de Playmobil, pues
presionaba la médula constantemente; si te preocupaste alguna vez,
mínimamente, seguro que lo recuerdas. Debes saber que le ayudamos a
fortalecer las articulaciones con ejercicios, paseos, medicación
(Previcox y Gabapentina) y visitas a la playa, buscando esa calidad de
vida que creemos nunca había tenido. La herida de la trufa, aquella que
nunca se cerraba, nos dijeron que no era leishmaniosis; y la oreja caída
intuimos que fue de una infección que se extendió hasta romper el
cartílago.
Era un perro viejo, pero también era un perro bueno, ¿lo sabes? Le
gustaban mucho los niños pequeños, pero no comprendemos por qué; y los
quesitos. Y sobre todo era fuerte. Tras toda una vida de descuidos, se
recuperó. Le cuidamos, y casi corría... Casi. Como te imaginarás, nunca
volvió a correr, si es que dejaste que lo hiciera vez alguna. Pero
paseaba con nosotros, y no hacía falta que se apresurase, ni suelto ni
atado, pues no nos alejábamos nunca demasiado de él.
Al cabo de
unos meses nos daba besos, y nos perseguía por la casa, y formaba parte
de nuestra familia; y sé que le cuidamos el cuerpo, como se pudo, pero
sobre todo le sanamos el alma. De eso sí estoy seguro.
Era alegre,
fuerte, cabezón, sociable, cariñoso y muy bueno. Era todo eso, y más.
Demostró valentía, fuerza, energía, ganas de vivir y mucho amor por
todos nosotros, cuando por fin se le permitió. Al principio, tenía
pesadillas cada noche, cada vez que cerraba los ojos, y se escapaba
cuando por un casual veía que me quitaba el cinturón, o me acercaba a él
con una escoba entre las manos, o escuchaba un ruido fuerte. Pero
demostró que quería vivir; que quería vivir mucho más. Y viajó con
nosotros por toda Cataluña y Mallorca; a su ritmo, claro.
Ahora te pregunto a ti, a quien dejaste abandonado a Caos: ¿por qué
lo hiciste?, ¿qué vida tenía mi perro? Y gracias. Gracias por dejar que
nos permitiese cuidarlo y nos devolviese mucho más de aquello que alguna
vez llegamos a darle. Quiero que sepas que era tan fuerte, que cuando
tuvo que marcharse, hubiera querido seguir peleando por estar con
nosotros; al final, se dejó ir. Y nosotros dos lloramos junto a él,
durante horas. Si alguna vez lees esto, dime: ¿quién crees que llorará
por ti? ¿Quién llorará por aquel que dejó solo, herido y en la oscuridad
a un alma mucho más noble que la suya propia?
Si quieres puedes
llamarme, escribirme, hablarme sobre la otra vida de mi perro, y
recordar que todo aquello que tú no hiciste por él, lo hicimos nosotros.
Y volveríamos a hacerlo, toda la vida, todas las vidas; porque no era a
él a quien salvábamos, nos salvábamos a nosotros. Y si tú, o alguien de
los tuyos lee esto, me gustaría que al menos lo supiese, que pensase en
ello por un instante.
¿Podrías decirnos cómo se llamaba antes?, ¿por qué no hubo sitio para
él?, ¿por qué le abandonasteis? No te hablo desde el rencor;
simplemente no lo entiendo. Y él tampoco lo hacía. Ahora está muerto, y
puedes creer que poco importa (tienes razón); porque no importa cómo
murió (lo hizo muy bien), solo cómo vivió; eso sí, su otra vida; su
segunda vida.
Y a vosotros, a todos aquellos que estéis leyendo
esto --seáis pocos o seáis muchos, pero no seáis él o ella--, dejadme
ser un poco egoísta. Ya sé que no tengo derecho, pues todos los días
mueren cientos de miles de animales y personas a lo largo y ancho del
mundo; pero dejadme pedir dos cosas, por mí y por Caos, ya que estos
Reyes no han sido especialmente buenos con nosotros. Uno, compartid
esto, por favor. Haced que se mueva como testigo vivo de mi (nuestro)
perro y que tenga la oportunidad de llegar al verdadero lector de este
mensaje; dos, hagamos que Caos, ese perro que tenía la columna y el
morro destrozados a golpes, o a malos tratos, y que fue abandonado con
aquel mosquetón enorme y oxidado que, con una cadena en su extremo, le
había privado de caminar, de correr e incluso de ser, siga vivo;
luchemos de verdad contra el maltrato animal y contra el abandono;
luchemos por una ley que proteja a los animales y que favorezca las
adopciones; y sobre todo luchemos por castigos reales contra los
maltratadores, por un modo de consumo sostenible, por ser más naturales,
por ser más personas, por aprender de ellos y para ellos; por ser
mejores.
Caos, te queremos. Y ni Argos, ni Dana, ni los gatos
duermen en el colchón todavía. Solo lo miran vacío, mientras tú ya
descansas para siempre en nuestros corazones.
Escrito por Javier Ruiz en El Huffington Post