miércoles, 15 de marzo de 2017

AMOR SALVAJE; POR PABLO HERREROS


¿Qué es el amor?, solía preguntarse Erich Frömm al escribir 'El arte de amar'. Pero muchos otros antes que él, desde tiempos remotos, se han preguntado lo mismo. El ser humano lleva tratando de comprender este sentimiento tan humano desde que es capaz de reflexionar. No sabemos muy bien cómo describirlo, dada la diversidad de tipos y formas de amar, pero según la antropóloga y experta en amor romántico, Helen Fisher, el amor es "una experiencia universal que está profundamente incrustada en el cerebro humano", y en los animales parece que también, reconoce en varias entrevistas. 
Desde el punto de vista el evolutivo y simplificando mucho, el amor sirve para unir a las personas. Los fines pueden ser varios pero es un "pegamento social", un impulso que nos lleva a desear estar con alguien y cuidar la relación. 


Dado que muchas otras especies necesitan de estos lazos para vivir en grupo también, es probable que sientan amor. Cada uno a su manera, claro, puesto que nunca podremos saber con certeza qué sienten otros animales, ya que no cuentan con un lenguaje hablado como el nuestro para confesarlo, así que lo más preciso y eficaz es fijarnos en su conducta, cerebro y descubrir si utilizan los mismos neurotransmisores para saber hasta qué punto son capaces de amar. 
De entre los primates no humanos, los bonobos son los que más acciones amorosas realizan. Esta especie utiliza el amor para sobrevivir. Y no me refiero solo al sexo sino al gran número de interacciones afiliativas o  "cariñosas " que llevan a cabo. Los bonobos se acarician, se cuidan unos a otros e intervienen en las peleas si la cosa va demasiado lejos. Se ha visto a hembras interviniendo en riñas, consiguiendo pararlas consolando o acicalando a uno de los rivales. 


Otros animales más cercanos a nosotros también muestran conductas que parecen amor. La historia de los perros de raza malamute Tika y Kobuk, son un buen ejemplo de amor o "apego romántico". Ambos criaron juntos a sus crías. Pero Kobuk era un poco bruto y con tendencias dominantes. A veces se hacía con la comida de su compañera y quería que la atención de los humanos fuera hacia él. 
Pero la actitud de Kobuk cambió el día que detectaron un cáncer a Tika en una de sus patas. De la noche a la mañana cesó su comportamiento sin que nadie supiera por qué, pero desde ese momento dejó a su "chica" que durmiera en su cama mientras él lo hacía sobre el suelo, algo que no permitía antes. 


También la lamía, acicalaba su cara y cuello todos los días. No la dejó sola por un momento. Desgraciadamente, al cabo de un tiempo tuvieron que amputar su pata. Tras la operación, Tika entró en shock, pero Kobuk comenzó a ladrar desesperado y consiguió despertarla. 
Tras su recuperación, Tika tuvo que afrontar el reto de aprender a caminar con tan solo tres patas. Pero Kobuk estaba ahí una vez más para ayudarla. La empujaba suavemente para que pudiera levantarse cuando no podía hacerlo por sí sola. Gracias al cuidado y amor de Kobuk, Tika sobrevivió a la enfermedad. Kobuk continuó cuidando de su compañera. Lo interesante es que una vez se recuperó del todo, Kobuk volvió a ser el macarra de siempre, lo que demuestra que entendía las dificultades y la enfermedad de su "novia". 


Pero hay muchos otros tipos de amor, como el que las hembras de grandes simios sienten hacia sus crías. Cuando estas últimas fallecen, las madres de chimpancé se deprimen, se alejan del grupo y cargan con ellas durante semanas, traumatizadas, como si les fuera imposible olvidarse de ellas para siempre. 
También está el amor que surge entre amigos. Un caso clásico es el apego que los perros desarrollan hacia sus aliados humanos. Dado que el apego es considerado una forma de amor o al menos el amor suele estar acompañado de dosis de apego, efectivamente, los animales son capaces de sentirlo. 


Por ejemplo, Bobby, un perro terrier y su amigo Gray que vivían en Edimburgo, pasaron juntos varios años muy felices. Ambos disfrutaban de la compañía mutua en la fría Escocia. Pero Gray murió en el año 1894 y el perro asistió al funeral como un amigo más. Según la policía, Bobby se quedó inmóvil sobre la tumba, en el mismo lugar donde había sido enterrado su amigo, en el cementerio de Greyfriars Kirkyard. Bobby murió catorce años después, dejando para siempre su cadáver sobre quien había sido su mejor amigo. 
La investigación sobre las capacidades de los perros y gatos para sentir y entendernos apenas acaban de empezar, pero lo que sabemos hasta ahora es espectacular. El neurocientífico de la Universidad de Emory, Gregory Berns, consiguió entrenar a varios perros a quedarse quietos para poder ser analizados mediante resonancias magnéticas y saber qué ocurre en esos cerebros ante diferentes estímulos emocionales. 


Los resultados fueron impresionantes. Cuando los dueños estaban presentes, detectaron un incremento de la actividad cerebral en las regiones asociadas al apego, la empatía y la capacidad de toma de perspectiva (Teoría de la mente). Esa habilidad que nos permite ponernos en el lugar de otros. Gracias a ella, pueden imaginar qué están pensando y sintiendo otros. Además, descubrieron que esas creencias van siendo actualizadas en el cerebro de los perros dependiendo de lo que ocurre, en cada nuevo escenario. 


Esto significa que, aparentemente, los perros pueden imaginar qué sienten o piensan los humanos según la situación cambia, lo cual es asombroso. Todas estas investigaciones apuntan a que los perros están muy sintonizados con nosotros. Además, segregan oxitocina, hormona del amor, cuando los miramos. Igualmente, entienden nuestras emociones como ha quedado probado en varios estudios. En conclusión, podemos llamarlo amor de bonobo o amor de perro pues la diversidad es enorme y no todos sentimos exactamente lo mismo. Pero sí, algunos animales nos quieren de manera muy similar a como nosotros los queremos a ellos también.



Escrito por Pablo Herreros en El Mundo