lunes, 13 de marzo de 2017

GAVIOTAS EN EL MANZANARES; POR CARLOS HITA



El embalse es Santillana; el río que lo alimenta el Manzanares, que fluye desde el macizo granítico de La Pedriza. El lugar está en las estribaciones del Guadarrama, en Madrid. El  mar no puede estar más lejos. Y, sin embargo, un  griterío con resonancias costeras rellena cada tarde la inmensidad de este espacio vacío. 


Decenas de miles de gaviotas, reidoras y sombrías, se concentran en estas aguas para pasar los meses de otoño e invierno. La comida que desecha cada día una ciudad como Madrid es un reclamo demasiado poderoso al que las gaviotas acuden siguiendo el curso de los ríos. Una vez aquí, cada día siguen la misma rutina: después de comer abandonan la fealdad de los basureros, situados al sur de la ciudad, para descansar en las aguas limpias de la sierra. 



Las orillas abiertas del embalse son, además, la mejor barrera de protección contra cualquier intruso. Pero aún así, a veces, algo les asusta. Gregarias por naturaleza, basta con que una recele para que la alarma se propague a toda la bandada. Y el griterío de mil aves asustadas sube de escala. 

Cuando empieza a caer la tarde, a virar la luz hacia los tonos rojizos, toda la lámina del embalse rebosa de aves; las gaviotas comparten aguas con somormujos lavancos, fochas y patos azulones. Por el fango de la orilla chapotean archibebes comunes y garzas reales. Y en los prados ribereños se escuchan los reclamos, suaves crujidos, de las agachadizas y revuelan los bandos de fringílidos. Cualquier tarde de estas llegarán las primeras grullas. 


Y todo bajo los imponentes paredones del risco del Yelmo, de los muros del castillo de Manzanares el Real. Tan lejos que el mar no se puede concebir.


Escrito por Carlos Hita en El Mundo