Los amantes de la naturaleza nunca tenemos suficiente cuando se trata de garantizar su protección y mejorar su estado de conservación.
Todo nos parece poco. Especialmente aquellos que, prismáticos al cuello
y cuaderno de campo en ristre, peinamos canas en esto de salir a
disfrutarla. Los que venimos de la penuria, el susto y la agonía. Porque
en los años setenta, la naturaleza, más que amarla se sufría.
Por
aquel tiempo la naturaleza ya lo era todo en mi vida. Mientras el resto
de mis compañeros del cole llevaban la carpeta forrada con fotos de
futbolistas o estrellas del pop, yo lucía orgulloso las fotos de mis
tres animales favoritos: el lobo, el lince y el oso. A cual más bello: a
cual más amenazado.
Recuerdo que uno de mis primeros artículos publicados a principios de los ochenta se tituló precisamente “Adiós al lince” y fue un lamento ante lo que parecía ser el empujón definitivo hacia su extinción: el violento brote de mixomatosis que arrasó las poblaciones de conejo, base de la alimentación del felino.
Joaquín Araujo acaba de publicar su famoso libro “Todavía vivo”, con
dibujos de Juan Varela: una lúcida obra, como todas cuantas parten de su
pluma, en la que un puñado de especies se dirigía por carta a los
humanos haciéndolos culpables de su incierto destino. “Daros prisa
–gritaba el lince ibérico en su carta- saludadme antes de que solo quede
de mí una huella sin uñas”. Para acabar con un lamento, un grito
lastimero “para poder soportar los últimos instantes, porque sé que me
extingo”. Y así era.
En los años 80 y 90 se desconocía con
exactitud el estado de conservación del lince ibérico. Sabíamos que la
especie estaba muy amenazada, pero los censos, como el de 1988, no
arrojaban datos exactos: ¿500? ¿1.000? entre esas cifras andábamos. En
1994 llega el primer Proyecto Life y en 1999 se aprueba la Estrategia
Para la Conservación del Lince Ibérico en España. Las cosas parecen
enderezarse.
Evolución esperanzadora
Sin
embargo, en diciembre de 2004, durante el seminario internacional sobre
la especie celebrado en Córdoba, los científicos nos dejan a todos
helados: la población de lince ibérico se cifra en menos de 100
ejemplares, exactamente entre 80 y 95. La suerte parecía echada. El
lince cumplía con su despedida epistolar.
Pero a partir de ahí se
produjo una remontada prodigiosa, hasta llegar a los cerca de 500
linces (podríamos ser más optimistas pero vamos a dejar la cifra ahí)
que actualmente corretean por sus actuales territorios, algunos
recuperados gracias a los programas de cría en cautividad y
reintroducción de la especie. El lince se queda.
Como se queda el oso pardo, al que los amantes de la naturaleza llegamos a ver todavía más contra las cuerdas, plantando cara a la extinción con una reducida población de poco más de una treintena de ejemplares. Hoy sin embargo nuestro oso encara el futuro con mucha más esperanza: superando los 300 individuos (podríamos ser más optimistas pero vamos a dejar la cifra ahí) entre la Cordillera Cantábrica y los Pirineos. El oso también se queda.
Como el lobo ibérico. Tras más de medio siglo de persecución y acoso, tras verse arrinconado en los últimos páramos, cerca del abismo de la extinción, el censo nacional de la especie de 2014, coordinado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, determinó la existencia de 297 manadas, distribuidas básicamente entre Castilla y León (179), Galicia (84), Asturias (37) y Cantabria (12). Respecto al número total de lobos el dato parece obvio: sería el resultante de multiplicar el número de ejemplares por manada por el total de manadas. Pero eso no es tan fácil.
Algunos investigadores de la especie cifran entre 4 y 8 los ejemplares que componen una manada de lobo ibérico. Según el biólogo Juan Carlos Blanco, uno de los máximos expertos de nuestra especie, la cifra de individuos por manada viene determinada por la cantidad de alimento disponible y podría llegar a superar los 10 ejemplares. Hace poco Andoni Canela, fotógrafo de naturaleza y gran conocedor del lobo, me mostraba la foto de una sola manada formada por 14 lobos, lo que confirmaría la opinión de Blanco. En todo caso, para no pecar por exceso y ser ponderados vamos a dejarlo en 7 individuos por manada. Eso nos daría una cifra de 2.079 lobos (podríamos ser más optimistas pero vamos a dejar la cifra ahí).
300 osos, 500 linces y 2.000 lobos. Ni en mis mejores sueños lo habría imaginado. Debemos seguir trabajando en su conservación. Queda mucha labor por realizar al respecto. Pero hemos logrado mucho. El año pasado vi a las tres especies en libertad: un privilegio al que nunca pensé acceder en aquellos años, cuando todo apuntaba a que íbamos a perderlas para siempre.
Escrito por José Luis Gallego en La Vanguardia