Llega el otoño, ha caído algo de agua, las noches refrescan y el celo
no puede esperar. La berrea de los ciervos se manifiesta con toda
rotundidad contra el fondo negro de la noche, cuando la vista no sirve y
el oído lo cuenta todo. Los bramidos de los venados, muy fuertes ahora
que están empezando, retumban en la oscuridad. El sonido reverbera
contra las rocas, contra las laderas pendientes de una vaguada.
La tensión sube. Un ejemplar, con la voz bronca de un gigante
-posiblemente un macho con ancestros centroeuropeos, de una raza mayor
que la ibérica-, rompe las hostilidades, y ahora son los testarazos, los
choques de cuerna contra cuerna, los sonidos que restallan contra las
rocas.
El otoño acaba de empezar. La berrea lo confirma.
Publicado en Carlos de Hita