Los mamíferos son nuestros hermanos de leche. Compañeros de útero y teta. Criaturas resistentes y a la vez delicadas, dotadas de terminaciones nerviosas que reaccionan al dolor, que sufren enfermedades y experimentan emociones de angustia y miedo. Sin ellos el hombre no hubiera durado ni dos telediarios sobre este paraíso esquilmado que llamamos Tierra. Comida, vestido, transporte, compañía: todo a costa de ellos. En la paz y en la guerra; siempre ahí. Me quedó grabada una de las imágenes de Apocalipsis, impresionante documental sobre la II Guerra Mundial, en la que se ve a un abuelo arrastrando un carro con ayuda de un perro grande. Patética y terrible.
Ante esa verdad incuestionable deberíamos mostrar hacia los mamíferos cierta gratitud, por lo menos cierta simpatía (y cuando hablo de mamíferos incluyo al resto de los animales y seres vivos de Gea). No ocurre así. Una mayoría vive de espaldas a ellos, como si no existieran, y todavía mucha gente los considera trozos de carne con ojos, un medio de enriquecerse, o lo que es peor, una forma de diversión a costa de infligirles daño.
La 'otra' empatía
Pero las cosas están cambiando. En las últimas décadas ha surgido una nueva subespecie de homo sapiens que sí se siente responsable de los llamados irracionales, en cierta forma 'nuestros hermanos pequeños y menos listos'. Los animalistas somos personas de todas las edades, clases sociales y colores políticos. Ni siquiera nos hace falta pertenecer a una protectora para considerarnos como tales. Se es animalista por una cuestión de sensibilidad, una especie de empatía que crea un lazo con las otras especies. Un vínculo basado egoístamente en nuestra propia supervivencia, pues todas las especies son esenciales en el equilibrio de una naturaleza cada vez más amenaza y empobrecida. Pensemos en las graves consecuencias que causaría la desaparición de las laboriosas abejas o lo triste que sería un mundo sin la belleza del tigre.
No voy a decir que los animalistas estamos en un nivel ético
superior, ni mucho menos, pero sí en una onda más acorde con la
evolución hacia un futuro más humano y sostenible.
El toro expiatorio
El pasado sábado fue un día grande para los animalistas. Bajo el lema Rompe una lanza, se convocó una manifestación contra el Toro de la Vega que se celebra en Tordesillas. Elegido fue precisamente el nombre de la res elegida este año para ser perseguido, alanceado y muerto por una tropa de energúmenos. Miles de personas participaron en la mani organizada por Pacma, un hito en la lucha por un mundo mejor, menos sangriento y brutal. También el pasado sábado Algemesí acogió otra manifestación hermana, en este caso contra las becerradas cadafaleras. También se ha redactado un manifiesto al que todos pueden adherirse a través del correo: iniciativaanimalista@gmail.com.
No voy a entrar en detalles respecto a estos eventos, excepto constatar que ambos, en distintas versiones, incluyen elevadas dosis de crueldad. Sería interesante hacer un estudio antropológico sobre las causas que explican la pervivencia de estas formas de 'solaz y esparcimiento' en un mundo en el que existen más de ocho millones de formas de ocio.
Matanzas de delfines
España no es el único reducto de la crueldad gratuita contra los animales. En países tan civilizados como Dinamarca o Japón se llevan a cabo matanzas masivas de delfines, amparadas también por antiguas tradiciones. Más de 2.500 morirán este mes en Taiji y en las islas Feroe se perpetra otra escabechina de mamíferos marinos.
Y volviendo al terreno español se suceden la caza de lobos, los
abandonos de mascotas, incluidos cerdos vietnamitas que son abatidos a
tiros, bestiales entrenamientos de galgos y podencos con vehículos de
motor, y no sé cuántas barbaridades más.
A la vista de estos comportamientos de los humanos tal vez sería justo suprimir del diccionario el significado insultante de palabras como cerdo, bestia, burro, cabrón o buitre carroñero. La injuria más vergonzante debería ser, simplemente, ¡¡Hombre!!