Existen perros que tienen alergia a las proteínas del alimento, por lo que requieren una alimentación especial, los llamados alimentos hipoalergénicos.
Las alergias son una reacción adversa del sistema inmunitario a elementos que, sin serlo, son considerados patógenos. Esta reacción se materializa con la liberación de histamina, que a su vez puede producir diversidad de síntomas, desde picores hasta diarreas, de muy variada intensidad.
En cuanto a las alergias alimentarias, se pueden englobar dentro de la expresión reacciones adversas al alimento, que se refiere a la reacción indeseada del organismo ante un alimento que se ha ingerido.
Sin embargo, no todas las reacciones adversas a los alimentos se deben a la intervención del sistema inmunitario, sino que pueden ser metabólicas (por ejemplo, la intolerancia a la lactosa), farmacológicas (las producidas por alimentos que contienen histamina) e intoxicaciones alimentarias (debidas a toxinas), pero no son las únicas.
Las
reacciones adversas a los alimentos en las que interviene el sistema
inmunitario dan lugar a las alergias o hipersensibilidades alimentarias,
y se producen cuando el organismo reconoce la proteína del alimento como peligrosa y activa el sistema inmunitario para luchar contra ella.
Aunque es algo técnico, por su importancia hay que destacar que las reacciones adversas al alimento normalmente se producen frente a una glucoproteína hidrosoluble que tiene un peso molecular de 10 a 70 kD y es relativamente estable al calor, los ácidos y las proteasas. En los perros, las proteínas implicadas con mayor frecuencia en este proceso son las de ternera, lácteos, pollo, soja, trigo, huevos, maíz, pescado y arroz.
Por supuesto, la proteína causante de las reacciones adversas generalmente está en uno de los alimentos
que recibe habitualmente el animal, bien en el principal o en uno extra
(premios, medicamentos, etc.). Por otro lado, aunque se suele culpar a
determinados aditivos alimentarios, como los conservantes, de ser
agentes causantes de reacciones adversas, lo cierto es que raramente
esto ha sido documentado en los perros.
A diferencia de las personas, la respuesta clínica de alergia alimentaria en los perros no es inmediata, ni supone una amenaza para su vida. Por el contrario, se parece mucho a la presentación de la dermatitis atópica y tiene como síntoma principal un picor no estacional. Por ello, antes de considerar una reacción de hipersensibilidad alimentaria o ambiental, deben ser descartadas otras enfermedades que manifiestan este síntoma, como las infestaciones parasitarias de sarna sarcóptica, demodicosis y cheyletiellosis; así como las alergias a determinados parásitos, como la dermatitis alérgica por la picadura de las pulgas; los trastornos metabólicos, como el hipotiroidismo; o los dermatofitos. Las infecciones bacterianas también deben tenerse en cuenta y tratarse apropiadamente, ya que contribuyen al picor y a menudo lo agravan.
Además del picor, las reacciones adversas al alimento pueden presentar otros síntomas, como la seborrea, entre otros relacionados con la piel.
Por ello, los signos clínicos de una alergia alimentaria
no se distinguen de los de la dermatitis atópica, tampoco en cuanto a
su distribución, ya que aparecen en la cara, las orejas, las axilas, la
región inguinal y el abdomen. Asimismo, hay perros que presentan otitis
externa como único síntoma, pero en la mayoría de los casos la otitis
suele ser un síntoma más.
También pueden aparecer síntomas gastrointestinales,
por ejemplo, vómitos intermitentes, heces sueltas, diarrea crónica,
motilidad intestinal aumentada y ruidos en el intestino (borborismos)
por el movimiento de los gases.
Muchos de los casos de reacciones adversas al alimento suceden a una edad temprana y se ha comprobado que los síntomas clínicos se manifiestan antes de los 12 meses de edad casi en la mitad de los casos.
Realmente hay pruebas para diagnosticar las alergias alimentarias, por ejemplo, los tests intradérmicos o los tests serológicos, pero tienen un valor diagnóstico limitado. Por ello, el único método de diagnóstico preciso es dar al perro una dieta de eliminación y la posterior prueba de provocación. Es decir, se le da una dieta con una única fuente de proteínas durante un mínimo de seis semanas y se observa si desaparecen los signos clínicos; de ser así, se le da la alimentación previa y si reaparecen los síntomas, el diagnóstico queda confirmado.
Una dieta de eliminación adecuada debe basarse en una sola fuente de proteína
y carbohidratos que el animal no ha recibido anteriormente. Por eso, es
muy importante tener en cuenta todos los hábitos alimentarios, los
alimentos extra, los premios e incluso los medicamentos recibidos.
Para el perro es mejor elegir una dieta de eliminación comercial; además, se ha comprobado que los propietarios aceptamos mejor este tipo de dieta y somos más constantes, a lo que contribuye la existencia de una gran variedad de dietas con proteína seleccionada y, desde hace años, también están disponibles en el mercado dietas basadas en proteínas hidrolizadas.
En estos alimentos, la fuente de proteína es degradada por hidrólisis enzimática,
para conseguir péptidos más pequeños, es decir, con un peso molecular
por debajo de 10 kD, que los hacen menos alergénicos y más digestibles. A
este respecto, la gran digestibilidad de estos péptidos
probablemente también contribuye a reducir su capacidad alergénica, ya
que disminuye el tiempo de permanencia en el intestino y reduce al
mínimo la aparición de reacciones alérgicas o intolerancias.
Aunque la probabilidad de producirse una respuesta alérgica disminuye con los hidrolizados, todavía es posible que se produzca una reacción alérgica. Por eso, después de años de investigación, por fin aparece en el mercado un nuevo tipo de hidrolizados de nueva generación. En este caso, la fuente de proteína se somete a una hidrólisis extrema, por lo que su peso molecular es de apenas 1kD. Además, como fuente de carbohidratos se emplea almidón de maíz purificado, que no contiene nada de proteína, ni fibra, ni grasa.