Trabajando en un Hospital Veterinario es inevitable ver los últimos momentos de nuestros pacientes casi a diario. Y me atrevo a decir que, al menos para mí, la mayor traición de un humano hacia su perro es dejarle solo cuando llega la hora.
Para muchos, nuestras mascotas son otro familiar más, un ser querido. Y todos sabemos lo que es perder a alguien. Un dolor tan inmenso que cuesta escribirlo y describirlo, y nadie que no haya pasado por esto lo puede comprender.
Cuando se corrobora el diagnóstico y se le comunica a la familia, hay tantas reacciones como personas. Unos se quedan sin palabras, algunos lloran y otros se sientan para abrazar a su compañero. Pero hay algo que no cambia, su mundo se cae, lo puedes ver. Y sobre todo, sentir.Por más que sabemos que su esperanza de vida es de 8 a 17 años, nos cuesta aceptar que se hacen mayores porque eso conlleva algo que odiamos: la despedida. Y las dudas. Si llega el momento, ¿firmaré la autorización de la eutanasia?
Yo sé mi respuesta, profesional y personal. Y es sí. Es cierto que ningún ATV o Veterinario te va a obligar a hacerlo o a dejarle, pero la mayoría os recomendaríamos que, si sufre, firma.
Como decía antes, por mi trabajo he visto a perros morir de forma natural y es algo realmente traumático, para ellos y para nosotros. Mientras que la eutanasia es, como dice su nombre, una buena muerte. Se duermen. No hay más.
Normalmente el protocolo es introducir una cantidad determinada por el Veterinario de pentobarbital sódico de forma intravenosa, al igual que una anestesia para una operación pero al ser una sobredosis, no despierta.
No, nunca te acostumbras. Cada uno nos duele como propio, aunque contengamos las lágrimas dentro de la consulta.
Para ellos, es más simple, es como dormir si están con sus humanos. Sí, lo sé, es desgarrador, miraros y saber que no volverá a repetirse. Pero créeme, es incluso peor ver como se le llevan en brazos por la escalera aún vivo, para dormirle en una sala fría, rodeado de gente que no conoce, nervioso y estresado…¿se lo merece?¿no es mejor pasarlo mal cinco minutos y dejarle irse tranquilo y en paz? Que sepa que estamos ahí con él, que no pasa nada malo, que no hay nada que temer.
Cada vez que veo que una familia pide no estar en el proceso, hay algo que me obliga a ser yo la que le tenga en brazos cuando pase, hablándole, acariciándole y sujetándole; dándole toda la calma que puedo aunque por dentro me esté rompiendo.
Así que, llora, nadie te va a decir nada. Pero, por favor, no le dejes.
¿Cómo sabrás que ha llegado el momento? Por la mirada. Durante años he oído esa expresión, y no sabía si era verdad, pero lo es. He visto la forma de mirar de animales a sus humanos, aceptando el momento. Y jamás en mi vida olvidaré cómo me miró Skippy, mi conejo, la noche antes de morir. Es algo que no se puede medir ni explicar ni casi probar, pero lo sabes. Cuando llegue el momento, te lo dirá. Te mirará. Es difícil no notarlo.
Si aún después, dudas si firmar o no. Valora la calidad de vida, puede tener una enfermedad crónica pero estable y vivir bien durante años. O puede que tenga 15 años y no sea capaz ni de andar por sí mismo. Habla con tus veterinarios y valorarlo juntos. Si la respuesta es que va a vivir bien durante cierto tiempo, perfecto. Si no, no alargues el sufrimiento. Hazle un último regalo. Ellos viven menos por una razón.
Y siempre recuerda este párrafo de Lord Byron a su perro Boatswain:
“Cerca de este lugar reposan los restos de un ser
que poseyó la belleza sin la vanidad,
la fuerza sin la insolencia,
el valor sin la ferocidad,