jueves, 9 de enero de 2020

EUTANASIA: GRAN DILEMA, GRAN RESPONSABILIDAD


Hoy pretendo entrar con pies de plomo en un tema muy, muy delicado. Un tema en el que fácilmente me puedo granjear tanto amistades como profundas enemistades. Pero es parte de nuestra profesión y evitar hablar de él no hace que desaparezca.

En el diccionario encontramos 2 acepciones al término eutanasia:
 1ª.-Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él. Y  
  2ª.-Muerte sin sufrimiento físico. 
Ambas acepciones se ajustan a nuestro campo de acción. Primero porque para nuestra desgracia nunca tenemos el consentimiento del afectado. Siempre es alguien que “consiente” por él. Segundo porque la máxima “Muerte sin sufrimiento físico” es piedra angular de nuestra forma de abordar este delicado asunto.



Nosotros, como veterinarios, tenemos en nuestra mano la potestad de hacer que una vida animal deje de serlo. Y lejos de lo que pueda parecer, esto es una responsabilidad que pesa como una losa.

Aquí nunca hay cálculos matemáticos. Nada nos dice si la decisión de practicar una eutanasia ha sido acertada al 100%. Siempre nos queda la duda de si hemos llegado demasiado pronto o demasiado tarde. Siempre queda un pequeño resquicio de duda de si hubiese sido posible hacer algo más por la mascota que tenemos delante. De si la eutanasia es la única salida.




Solo nos guía nuestra honestidad como profesionales.

En nuestro caso practicamos eutanasia cuando el paciente que tenemos delante está ante lo que denominamos médicamente como desahuciado. Nunca practicamos eutanasia en animales que no padecen alguna patología terminal. Es decir, cuando no tenemos medios para aliviar un momento de sufrimiento, y este sufrimiento no tiene un horizonte de alivio. No nos sirve simplemente el sufrimiento en sí. El sufrimiento per sé no es suficiente. Porque muy a menudo el sufrimiento tiene remedio. Si tenemos la mala fortuna de que nos atropelle un camión, es previsible que suframos y mucho durante un tiempo. Que estemos sufriendo no es suficiente para que nos pongan una inyección eutanásica. Yo lo que querría es que me curasen. Y que durante el proceso de curación me aliviasen el dolor o el sufrimiento en general.



Pero claro, resulta complicado decidir cuando estamos hablando de que un paciente está desahuciado. Cuando lo está realmente o cuando somos nosotros los que no somos capaces de aliviar su problema. Porque no me queda ninguna duda de que en ocasiones quizá otro compañero u otra opinión cambiaría el curso de los acontecimientos. Y aquí reside nuestra responsabilidad. Los años de profesión indudablemente ayudan a sopesar la situación. Pero aún y todo la decisión nunca es fácil.



En nuestro caso raramente somos nosotros los que planteamos la situación. Yo tengo la suerte o la desgracia de trabajar fundamentalmente con animales de compañía. Cada vez vemos menos perros de trabajo (cazadores, de guarda, etc) por lo que en nuestro caso, el componente emocional es muy fuerte en la mayoría de las situaciones. Un componente emocional que modula cualquier decisión. Y normalmente, cuando una persona adulta y tras un proceso de enfermedad que no tiene solución y que está afectando a la dignidad de la vida de su mascota, decide proponer un tratamiento eutanásico, la decisión suele estar muy meditada (no me cabe la menor duda de que hay gente para todo, pero lo que cuento es lo mayoritario). Y ahí entramos nosotros para valorar si su opinión es correcta, si es posible hacer algo que mejore esa dignidad o si creemos que es imposible, ante lo cual, apoyamos la decisión.



El momento como tal necesariamente tiene que estar inundado de dignidad. Y a veces no es sencillo. No porque no seamos capaces de empatizar con el estado del propietario, que lo somos, sino porque en muchas ocasiones acabamos de salir de otra consulta feliz (Un cachorro recién incorporado a una familia con niños), y puede ser que después tengamos otra más feliz. En cualquier caso siempre intentamos mantener un estado social acorde con el momento. Actuamos de manera seria, sobria, digna y por supuesto profesional.




A todo animal que va a ser eutanasiado se le tranquiliza cuanto antes. Y se hace para que llegue a un estado de profunda sedación. Posteriormente a esta sedación se le aplica un anestésico que sirve de eutanásico, porque es inyectado a una dosis muy superior a la que se utilizaría si se estuviese ante un proceso anestésico puro y duro. Es decir, el paciente entra en sedación, luego en coma y posteriormente muere. Y de lo único que realmente se da cuenta es del pinchazo inicial que por otro lado no es muy doloroso.
Si se ha tomado la decisión no podemos estar mareando la perdiz hablando y hablando mientras el paciente nos observa. No. Si se ha tomado la decisión cuanto antes comencemos el proceso menos sufrirá el pobre animal.



En nuestro caso nunca practicamos eutanasia en casa del propietario. De hecho nunca salimos de la clínica para nada, pero es que a menudo se nos pide que, para evitarle sufrimientos al paciente, nos desplacemos a su casa y lo hagamos allí. Nuestra experiencia en este sentido ha sido casi siempre negativa. Nos han pasado situaciones que han terminado en una decisión drástica. Nunca salimos de la clínica para eutanasiar a un paciente.



El propietario decide si quiere quedarse en todo el proceso, si prefiere no verlo, si se queda solo hasta la sedación…Es decir, respetamos cualquier decisión. Cualquiera nos parece adecuada.

En fin, que aunque siempre habrá quien considere que eutanasiar a una mascota siempre es inapropiado (cosa que también respetamos), en muchas ocasiones nuestra humanidad nos pide que acabemos con un estilo de vida indigno y sufrido.




Publicado en Veterinaria Burlada