El mítico beatle, que también cuajó una brillante carrera en solitario, se crió desde su más tierna infancia rodeado de gatos. Para él los felinos simbolizaban la libertad y no le era posible comprender la vida si no tenía al menos uno de estos animales cerca. Él mismo confesó que tenía «algo» con los gatos. También en la época que pasó junto a Yoko Ono continuaron siendo importantes en su vida.
John creció en Liverpool, entre la casa de su madre y la de su tía Mimi. Su madre tenía un gato llamado Elvis del que nos ha llegado una historia curiosa gracias a la hermanastra del músico. Su madre lo bautizó con ese nombre por Elvis Presley, al que idolatraba. Pero un día el gato tuvo una camada de gatitos en la parte trasera de la cocina; al ver a todas aquellas crías junto a su gato, descubrieron que se habían equivocado: se trataba de una gata. A pesar de ese descubrimiento, era tal la pasión que la mujer sentía por Elvis, que la gata continuó con ese nombre.
La tia Mimi con Tim
Además de Elvis, John creció con muchos otros felinos: los que vivían con su tía Mimi. En casa de ésta siempre había habido gatos, pero, desde la llegada de John, empezaron a haber muchos más, porque siempre que el muchacho encontraba a un felino abandonado en la calle, se lo llevaba a su tía para que lo cuidara y alimentara.
Entre sus preferidos, había un gato medio persa de color melocotón llamado Tich, que murió cuando John empezó a ir al instituto; también estaba Tim, otro gato también medio persa de color jengibre que encontraron un invierno en medio de la calle nevada; otro felino al que John adoró se llamaba Sam.
Cuando era joven, este músico iba cada día en bicicleta hasta el puesto de pescado de Woolton de la señora Smith para comprar comida fresca para sus gatos. Más adelante, cuando tuvo que viajar a causa de las múltiples giras de los Beatles, llamaba a su tía Mimi para saber qué hacían sus queridos amigos en su ausencia.
Extraído del libro de Ruth Berger Alma de Gato