Guillermo II, uno de los últimos monarcas de la dinastía Hohenzollern y ultimo káiser del Imperio Alemán y rey de Prusia, durante su exilio en Holanda, junto a uno de sus leales y amados Dachshund.
Guillermo II, último emperador de Alemania y Prusia, tenía debilidad por los Dachhunds, cazadores y leales compañeros en el exilio. Hombre de personalidad compleja, Guillermo era conocido por sus excéntricos bigotes al estilo prusiano con puntas retorcidas hacia arriba. Disfrutaba de usar los uniformes militares y la vida de cuartel, siempre acompañado por la más alta oficialidad y por sus perros.
Desde temprana edad el príncipe Guillermo amó a los Dachshund, conocidos como perros de caza que eran propiedad de su abuelo, Su Gracia Imperial Guillermo I.
Desde temprana edad el príncipe Guillermo amó a los Dachshund, conocidos como perros de caza que eran propiedad de su abuelo, Su Gracia Imperial Guillermo I.
El joven Kaiser, ya con un dachshund
Gran amante de la caza, compartía estas jornadas con sus compañeros caninos y allegados, entre los que se encontraba el archiduque Francisco Fernando. También disfrutaba confraternizar con los cazadores locales y guardias forestales.
Su Alteza Imperial nunca tuvo perros de casa, pero siempre tuvo perros de caza. Los dachshund del káiser (preferentemente de pelo corto) estaban en todos lados: adentro y afuera del palacio, en las perreras, jardines, salas imperiales e incluso hasta en el yate imperial “Gran Hohenzollern".
El augusto propietario quería perros funcionales y estos trabajaron muy duro como perros de la caza, pero también fueron los mimados y los confidentes del iracundo monarca.
Prueba de este amor a la caza y a sus "Dachshunds" fue que cuando Erdmann, uno de sus más queridos ejemplares, murió, hizo poner una lápida en el castillo Wilhelshöhe en Kassel, lugar donde falleció y fue enterrado el 15 de agosto 1901.
En 1913, Hexe y Strolh eran los favoritos del Emperador. Acostumbraba a no tener adentro del palacio más de cuatro o cinco, con los que habitualmente cazaba. Los otros perros vivían en una magnífica perrera en el jardín de Monbijou, entre ellos dos veteranos: Schnapp y el viejísimo Dasch, perro de quince años color chocolate, rodeado de honores, atenciones veterinarias y comodidades en retribución a los servicios prestados al káiser.
Wadl, Hexl y Senta, tres de los dachshund del Kaiser
Guillermo II criaba y fomentaba la crianza de perros y el otorgamiento de títulos y premios. Entre ellos estaba la medalla de oro del Káiser, que entregaba personalmente a los mejores criadores.
Waldmann, Hexe, Dachs y Lux, los pelocorto que lo acompañaron antes del exilio a Holanda, eran inseparables del monarca. Desde el yate hasta los largos paseos por el bosque, lo ayudaban a mantener su bienestar y equilibrio mental.
Tal era el grado de identificación entre la raza con Alemania y el káiser que, aunque parezca una locura, durante la Primera Guerra Mundial (y también en la Segunda), los Dachshunds eran frecuentemente pateados o lapidados hasta la muerte en las calles de Inglaterra y Estados Unidos. Los propietarios de estos perros que se atrevían a salir en público con ellos, corrían el riesgo de ser atacados y etiquetados como simpatizantes de los alemanes (luego los nazis), o que les arrebataran sus mascotas y las golpearan hasta la muerte frente a ellos.
Terminada la Gran Guerra, el todopoderoso káiser, traicionado por intrigas de políticos y generales, compró una propiedad en Holanda que perteneció a la baronesa Van Heenesten, tía abuela de la famosa actriz Audrey Hepburn, el castillo de Huis Doorn. Allí se refugió con una pareja de pastores alemanes y varios salchicha, siempre de pelo corto.
El primero en fallecer en el exilio fue el viejo Senta, en 1927, nada más ni nada menos que a los 20 años. Guillermo mandó a construirle un mausoleo consistente en un monolito sobre el que se alza un águila imperial germana, símbolo de Prusia. A su alrededor hay cinco lápidas que recuerdan a sus cinco compañeros, siempre fieles en el exilio.
Guillermo pidió ser enterrado cerca de sus perros, al igual que su antepasado Federico el Grande, que fue sepultado junto a sus canes en una fosa en el jardín de Sanssoucé.
Efectivamente así fue y tras ese monolito hay una pequeña pradera de césped donde se alza, contemplando a sus Dachshunds por delante, apostados como segura guardia y avanzadilla, como firmes guardianes eternos del mausoleo del último emperador que reinó sobre Prusia y Alemania.