sábado, 26 de noviembre de 2022

ÚLTIMA CHARLA CON TROYLO, POR ANTONIO GALA


Esta es la despedida de un gran amante de los perros al que fue su amigo más leal. 


ADIÓS 

Esta noche también he soñado contigo. 

Corrías sobre el césped del jardín, vivo y dichoso, abanderando el rabo. Corrías hacia mí, me reclamabas. Tu ladrido pequeño henchía la mañana. 

He alargado la mano, todavía dormido, buscando por la cama a tientas tu cabeza. Sin encontrarte, Troylo. 

He encendido la luz. No estabas, Troylo. 

No volverás a estar... 

Dicen que no se pierde sino lo que nunca se tuvo. Es mentira. 

Yo te tuve: te tuve y no te tengo. 

Al pie del olivo que juntos estrenamos, una calva en el césped indica dónde estás. 

El césped que plantamos hace nada para que tú corrieras, divertido, sobre él; para que tú, al venir la primavera y su templado soplo, te revolcaras jugando sobre él. 

Tú no tendrás más primaveras, Troylo. 

Ahora eres tú quien abona ese césped. En esto acaba todo. 

¿Quién puede hacerse cargo de tal contradicción? 

¿Pueden morir del todo alguna vez unos ojos que se han mirado tanto, se han entendido tanto, se han consolado tanto? 

Quizá tú ahora habitas con quien más has querido. 

Quizá tú ahora eres —si es que eres— más feliz que conmigo. 

Quizá tú trotas, moviendo la menuda grupa, por los verdes campos del Edén. Pero durante once años y medio anduviste enredado a mis piernas; 

arrebujaste tu lealtad a mi vera; 

me seguiste a dos pasos por este mundo que, sin ti, no es el mismo. Continuarán los pájaros y los amaneceres, el chorro de la fuente ascenderá en el aire, como la vida, sólo para caer. 

Pero no estarás tú, Troylo, compañero irrepetible mío. 

Nunca más, nunca más. 

Ya no habrá que sacarte a la calle tres veces cada día, 

ni tampoco habrá que sacarte las muelas de noviembre, 

ni acercarás resoplando el hocico a los respiraderos de los coches, 

ni te asomaras encantado por las ventanillas, 

ni me recibirás —enloquecido el rabo, ladrando y manoteando— a la puerta de la casa. 

Ya no habrá que secarte cuando llueva, 

ni cepillarte por la mañana al salir de la ducha, 

ni reñirte porque pides comida: ya no sabré qué hacer con el trocito último del filete... 

Nunca más. 




Antonio Gala