Los perros ejercen una cantidad nada despreciable de beneficios para los seres humanos. Ampliamente estudiado y con evidencias sólidas, hemos descubierto que nos proporcionan alivio ante el estrés, la ansiedad y contribuyen a mejorar nuestro estado físico.
Pero no está, sin embargo, tan estudiado qué beneficios obtienen ellos de nuestra compañía y presencia. Todos los convivientes con perros saben que sus animales les buscan ante situaciones estresantes o que les den miedo, lo que sugiere que ellos también necesitan consuelo de nosotros frente a ciertos contextos. Pero es un campo del comportamiento canino que aún plantea más preguntas que respuestas.
Pero no está, sin embargo, tan estudiado qué beneficios obtienen ellos de nuestra compañía y presencia. Todos los convivientes con perros saben que sus animales les buscan ante situaciones estresantes o que les den miedo, lo que sugiere que ellos también necesitan consuelo de nosotros frente a ciertos contextos. Pero es un campo del comportamiento canino que aún plantea más preguntas que respuestas.
Ahora, un reciente estudio puede ayudarnos a entender un poco mejor qué representamos para los perros. El resultado de esta investigación revela que los perros que han vivido en entornos adversos en sus primeras etapas de vida presentan diferencias significativas en su comportamiento social y en la relación con sus cuidadores en comparación con aquellos que han sido criados en condiciones físicas y psicológicas más saludables.
Una etapa temprana dura deja residuos emocionales
Durante casi una década, un equipo de científicos del departamento de psicología de la Universidad de Nebraska en Omaha ha estado explorando cómo los factores estresantes afectan al comportamiento de los perros a lo largo de las diferentes etapas de sus vidas.
Para llevar a cabo este nuevo estudio, enfocado en perros que han vivido su etapa joven en entornos adversos y cómo esta experiencia ha moldeado su vida de adultos, el equipo investigador evaluó a 45 perros, de los cuales 23 fueron rescatados de situaciones consideradas duras o dramáticas.
Los perros fueron sometidos a un experimento social en el que se enfrentaron a un extraño amenazante en presencia de su cuidador habitual o de un humano desconocido. Durante el estudio, también se midieron los niveles de cortisol (la hormona del estrés) en tres momentos diferentes, y se registró el comportamiento de los perros, así como las respuestas de sus cuidadores a través de cuestionarios.
Los resultados de esta prueba revelaron que los perros con un historial de vida temprana desfavorables mostraban un mayor deseo de contacto humano y exhibían comportamientos más relajados cuando sus cuidadores estaban presentes. En contraste, los perros del grupo de comparación se mostraron más exploradores y valientes en presencia de sus guías ante la misma prueba.
Adicionalmente, se observó que los perros procedentes de un entorno desgraciado experimentaron una disminución más marcada en los niveles de cortisol cuando estaban acompañados por su referente humano, a diferencia de los perros del grupo de comparación, que no presentaron una diferencia destacable. Los perros con un pasado difícil también mostraron mayor tendencia a reaccionar con miedo ante un extraño amenazante.
Tras analizar los cuestionarios realizados a los cuidadores y los resultados obtenidos, el equipo liderado por Alicia P. Buttner, halló que los cuidadores de los perros provenientes de entornos adversos informaron de niveles más altos de miedo hacia personas desconocidas, miedo ante situaciones no sociales como ruidos fuertes, y desarrollo de problemas relacionados con la separación. También mostraban una mayor necesidad de atención en la convivencia diaria y menos predisposición a participar en juegos de persecución, junto con más dificultad para el entrenamiento.
Por lo tanto, estos hallazgos sugieren que los entornos adversos en las primeras etapas de vida tienen efectos duraderos en el comportamiento social de los perros. Experimentar una vida temprana difícil y traumática provoca que, al alcanzar la edad adulta, estos perros muestren un comportamiento social más “pegajoso”, y dependientes de recibir apoyo emocional por parte de sus seres humanos de referencia.
Los resultados del estudio no solo nos brindan una mayor comprensión sobre cómo las experiencias tempranas en la vida de los perros influyen en su comportamiento social, sino que también resaltan la importancia de proveer un cuidado y una rehabilitación adecuada y profesional a los perros rescatados de una situación adversa.
Las autoras de la investigación sugieren que reduciendo el hacinamiento, promoviendo la socialización temprana con todo tipo de personas y proporcionar a los perros un enriquecimiento ambiental apropiado pueden ayudar a mitigar los efectos negativos.
Publicado en 20minutos