jueves, 25 de febrero de 2016

LOS ZORROS DE BELYAEV



Dmitri Konstantinovich Belyaev fue un genetista ruso que se enfrentó a las prohibiciones del régimen de su país y de su época (la genética estaba totalmente prohibida hasta el punto de que el que a practicara sería arrestado y fusilado, como lo fue su hermano), y que gracias a su experimento consiguió explicar por fin cómo el lobo pudo evolucionar a ser un perro.

Este experimento muestra un mecanismo biológico llamado autoselección, que explicaría que los lobos no fueron manipulados por el hombre y criados intencionadamente para conseguir seres mucho más amables que pudieran convivir con ellos y ayudarles en la caza. Sino que lo que ocurrió fue que fueron seleccionándose los ejemplares de lobos que eran capaces de acercarse a los restos de los nuevos asentamientos humanos para alimentarse, ya que claro, para poder acercarse al humano necesitaban ser lobos que mostraran unas cualidades especiales, a saber: menos miedo, más docilidad, más interés y curiosidad por acercarse a otra especie con la que hasta entonces habían competido.


El hombre no tocó a aquellos lobos, lo que ocurrió fue una autoselección generación tras generación sobre aquellos ejemplares con más sociabilidad, perpetuando esa característica en los descendientes.

Y lo más asombroso fue que la selección de solo esta característica, es decir el comportamiento, produjo una serie de cambios morfológicos que fueron los que llevaron a conformar una nueva especie, el perro.


Y de esta autoselección y de esos cambios es de lo que habla el experimento de Belyaev. Este científico trabajaba Novosibirsk junto con su colega Lyudmila N. Trut, en una granja de zorros plateados rusos (Vulpes fulvus) , que se criaban para obtener su piel, muy valorada en la época. Y lo que hizo fue comenzar a criar con aquellos zorros que eran más mansos, debido a que el manejo en la granja de estos animales era muy complicado, por sus reacciones salvajes de pánico.

De manera que cogió a aquellos en los que predominaba un comportamiento de exploración y curiosidad ante el comportamiento más salvaje y empezó a cruzarlos. Siguió haciendo lo mismo con las sucesivas generaciones seleccionando cada vez más concretamente el carácter de acercamiento voluntario al humano.


Pensaréis que se podría tardar muchísimos años en ver los efectos, pero él lo consiguió en solo 45 generaciones. Y ya tenían zorros que interaccionaban con ellos, se subían encima, solicitaba atención y comida, permitían que se les rascara la barriga, que se les cogiera en brazos, acudían a la llamada… Es decir, habían conseguido zorros domesticados, como un perro.


Pero lo más sorprendente es que no solo se comportaban como perros, sino que su físico había cambiado y se asemejaban más a perros que a zorros: los cráneos eran más pequeños, las colas enroscadas hacia arriba, orejas caídas, distintos colores de manto incluidos los colores píos, ladraban para pedir atención, las hembras tenían dos celos al año, etc.
Es decir, había conseguido solamente seleccionando el comportamiento de acercamiento al humano, que otras características físicas cambiaran. Y esto es lo que ocurrió con la domesticación de nuestro mejor amigo, el perro.


Y mediante este proceso de autoselección, y gracias a nuestro amigo el perro, se ha inferido y se está demostrando que este proceso ocurre y está ocurriendo en otras especies, tales como el Bonobo e incluso el hombre. La autoselección de características de comportamiento de menor agresividad a más tolerancia y acercamiento hacia los individuos de su propia especie o de otras, produce individuos más adaptados a la supervivencia en el medio en el que viven, cambiando a su vez la morfología de la especie.
Belyaev fue un héroe en su época. Su experimento fue quizás el experimento genético más importante del siglo 20. Fue uno de esos científicos que arriesgan hasta su vida para que otros que vienen después puedan conectar sus hipótesis y demostrarlas, y así resolver el maravilloso puzzle de la ciencia. En este caso el puzzle de la domesticación del perro.



Por Rosana Álvarez en Etolia