Hay zonas loberas que ya ingresan diez veces más por organizar avistamientos que por abatirlo
El lobo
es el símbolo de la supervivencia. Ningún otro gran depredador ha
conseguido aguantar como él la presión del ser humano. Perseguido como
una alimaña hasta los años 70, tras considerarse
especie de interés comunitario ha ido recuperando territorio. Pero esto
le ha vuelto a poner en conflicto con los ganaderos, que reclaman su
«control». Ecologistas y emprendedores del turismo lobero, por el contrario, defienden su presencia. Otra vez, el lobo está en el punto de mira.
Para los ganaderos, «donde hay rebaños no puede haber lobos porque son incompatibles», reclaman desde Asaja Castilla y León. Y por eso celebran la petición que los Gobiernos de España y Francia enviaron en 2014 a Bruselas para modificar la Directiva de Hábitats que impide cazarlo al sur del Duero -donde queda una subpoblación en estado crítico en Sierra Morena- pero permite su «gestión» al norte de este río. Lo que se pretende, explican a ABC desde la Junta de Castilla y León, «no es cazar a los de Sierra Morena, sino a las manadas que desde el norte cruzan el río Duero y atacan a los rebaños al sur».
Los grupos conservacionistas, sin embargo, lo consideran un error. Theo Oberhuber, coordinador de Ecologistas en Acción,
afirma que cazarlo no soluciona nada, «todo lo contrario». Y esgrime un
estudio elaborado por el biólogo Alberto Fernández Gil que asegura que
«más lobos muertos en controles supusieron más daños». La explicación
está en el carácter social de estos animales. «Si matas al macho o a la
hembra alfa, el grupo se desestructura y ataca al ganado. La convivencia
no es fácil, pero es posible con los métodos tradicionales del
pastoreo; con mastines y ganado recogido por la noche», explica Oberhuber. Para él, además, «el lobo vivo vale más que muerto, como está demostrando el turismo lobero».
La presencia del cánido silvestre pilló por sorpresa a los ganaderos
al sur del Duero en el año 2001. «Cuando comenzaron los ataques, no
sabíamos qué hacer», reconoce Ramón Hernández, un pastor de Armuña, en Segovia. «Venía por la noche y podía matar 20 ovejas en una incursión», recuerda Ramón.
Los daños del lobo son mínimos y apenas afectan a un 0,04% de la cabaña ganadera. En total, dos millones de euros. Pero el problema no era tanto el número de animales muertos, como el estrés que provocaba a las ovejas. «No daban leche, abortaban si estaban preñadas y no había cubriciones», lamenta Fernando Pastor, otro de los ganaderos de la zona que tuvo que aprender a trabajar con mastines para defender a sus ovejas. «Aquí nunca habíamos visto estos perros. Nos los regalaron los pastores que hacían la trashumancia desde Extremadura para ir a las rastrojeras. Con los mastines, el pastor eléctrico -una valla electrificada portátil- y el seguro vamos tirando. Ya no hay ataques, pero a costa de nuestro dinero», dice Pastor.
Desde Ecologistas en Acción están de acuerdo en que los ganaderos no paguen los daños del lobo y que se les indemnice con rapidez e incluso se les ayude con los mastines y los pastores eléctricos. Pero también recuerdan que «muchos de los ataques atribuidos a los lobos son en realidad de perros incontrolados».
Pastoreo tradicional
Alberto Fernández recuperó hace tres años la forma de vida de su padre y de sus abuelos en Santa Colomba de Sanabria. Y sus primeras palabras no pueden ser más francas. «El lobo es un hijo puta -suelta sin remilgos-. Pero es un animal admirable. Es una maravilla verlo en el monte; y cumple su misión. En la Culebra tenemos los mejores trofeos de caza porque elimina a los más débiles y viejos. Y además mantiene a raya a los zorros, que hacen muchísimo más daño».
Aunque tiene 1.600 ovejas castellanas y merinas que pasan seis meses al año en el monte, Alberto nunca ha tenido un ataque. «Mis abuelos y mis padres tenían mastines, y yo pastoreo con once. Mantienen a los lobos lejos y me evitan el seguro». A su lado, León, un robusto ejemplar de 70 kilos, hace innecesarias más explicaciones.
Otro de los inesperados aliados del lobo es el turismo. En Villardeciervos, a los pies de la Sierra de la Culebra, unas pocas empresas -siguiendo el ejemplo de los Parques Nacionales de Algonquin, en Canadá, y de Yellowstone, en Estados Unidos- se han dado cuenta de que «turisteando» al lobo se obtiene más dinero que matándolo. Según sus propios cálculos, más de 400.000 euros anuales, frente a los 34.000 euros que deja su caza.
Javier Talegón es biólogo. Con su empresa Llobu se dedica a organizar avistamientos y a enseñar el patrimonio ligado al lobo. «En España hay una fuerte etnografía lobera en todo el noroeste. Tenemos unas estructuras arquitectónicas únicas, como el Cortello dos lobos de Lubiano, exclusivas de esta región y de algunas zonas transhimaláyicas», explica. «El lobo es un animal esquivo porque le va la vida en ello. Pero la Sierra de la Culebra es una zona especialmente buena para los avistamientos porque la presencia del hombre ha modificado el paisaje por los usos agropecuarios», continúa diciendo Talegón. Las talas y quemas intensivas han abierto grandes espacios en los bosques de los originales carballos (robles) y castaños, dejando paso a tupidas formaciones de retama y brezo, donde el lobo puede esconderse, pero no lo suficiente. Con paciencia y unos buenos prismáticos, es posible verlos. Así lo confirma el grupo que ha acompañado a Talegón para observar a una manada desplazarse al amanecer desde un pinar a un brezal donde se encaman hasta que llegue la noche. Será entonces cuando el lobo pueda volver a «campear» sin que le moleste la presencia del verdadero e implacable súperpredador de este planeta.
Escrito por Alejandro Carra en ABC