Cuando una niña india besa a una loba se produce una transformación en el mundo, una alteración de todo el orden.
Todas las mujeres salvajes somos esa niña.
Todas las mujeres salvajes somos esa loba.
Cuando una niña india besa a una loba lo visible y lo invisible entran en comunión.
Es una eucaristía que funde la tierra con los ríos, con los vientos, con el cielo y con el olor a hierba mojada.
Todas las mujeres salvajes somos esa niña.
Todas las mujeres salvajes somos esa loba.
Cuando una niña india besa a una loba lo visible y lo invisible entran en comunión.
Es una eucaristía que funde la tierra con los ríos, con los vientos, con el cielo y con el olor a hierba mojada.
Es una conexión que estremece el corazón de las mujeres salvajes y agita lo más poderoso de nuestros adentros.
Mujeres salvajes. Mujeres niñas. Mujeres lobas. Mujeres que saben amar hasta lo infinito y más allá de la barrera de las especies.
Por eso se sienten salvajes, por eso se sienten niñas, por eso se sienten lobas.
Mujeres que son madres, siempre madres, de multitud de criaturas que cobijan bajo las inmensas alas de su protección.
Mujeres que saben que la maternidad nada tiene que ver con el hecho de crear una vida dentro de un vientre, sino de derramar amor a borbotones por los bellos seres que necesitan cobijo.
Madres, siempre madres. Lobas, siempre lobas. Dispuestas a enseñar dientes y uñas por sus cachorros.
Madres de un gatito callejero, de un pajarito herido, o de un niño al que alguien abandonó.
No importa quién sea el cachorro mientras el corazón cante y suenen los tambores.
Cuando una niña india besa a una loba, las mujeres salvajes las reverencian.
Cuando una loba besa a una niña india, el mundo entero se detiene para regresar a casa.
Mayka Andreu
Licenciada en Traducción e Interpretación
Activista y defensora de los derechos de los animales, colaboradora de La Sonrisa Nórdica
Publicado en La Sonrisa Nórdica