Desde hace unos años, el número de perros en los hogares españoles
está aumentando. Según las estadísticas, hay en torno a seis millones
censados en España —a los que hay que sumar una gran cantidad de ilegales
cuyos dueños muestran su falta de civismo al no inscribirlos en los
registros correspondientes—. He visto cómo en mi barrio cada vez se ven
más por la calle y también puedo ver cómo muchos no reciben una calidad
de vida suficiente.
Un perro no necesita vivir en una finca ni
pasar el día al aire libre. Se adaptan, desde los más grandes a los
diminutos, muy bien a un piso. Así pues, esa no es excusa para privarse
de uno, pero hay otras preguntas que un futuro propietario se debe
plantear. Las dos principales son qué presupuesto tengo y de qué tiempo
libre puedo disponer.
Un can no es barato. Entre alimento y
veterinario, el gasto ronda los mil euros anuales por cada uno. Si no
dispones de ello, mejor plantéate otro tipo de compañero.
Lo que
más exigen, por su salud y por la tuya, es ejercicio. Si no dispones de
un mínimo de dos horas —mejor tres— que dedicarle, tu familia no debería
tenerlo. Si no salen a la calle, a juntarse con otros semejantes y a
cansarse, serán infelices. La mayoría de problemas de comportamiento
están derivados de una socialización y ejercicio insuficientes. El viejo
adagio de los especialistas es «un perro cansado es un perro feliz».
No le valen excusas. No le sirve que lleguemos cansados de trabajar. No es un condicionante que llueva, haga frío o calor. Necesitan
salir y relacionarse. Nosotros tenemos que estar preparados para ello.
Pasear bajo la lluvia es agradable si uno está bien preparado. Es buena
idea tener ropa —vieja o fuerte... o ambas— solo para sus paseos, porque
se va a ensuciar de barro, babas y marcas de patas, calzado cómodo y
una mochilita con agua, un bebedero y algunos elementos de higiene y
primeros auxilios.
Piensa que te necesitan todo el año. También en
vacaciones. Tendrás que adaptar tus viajes o conseguir alguien que los
cuide mientras tanto. Unos días en la playa —donde acepten perros— puede
ser una experiencia muy enriquecedora, sobre todo si a tu mascota le
gusta bañarse.
Si estás decidido a adquirir uno, tendrás que predisponerte a entenderle.
No es un humano pero tampoco un juguete ni un autómata. Tiene su
voluntad y necesita comprender su lugar en la vida y en la familia. Si
no sabes, busca la ayuda de un especialista y hazlo pronto, porque las
malas costumbres se corrigen mejor cuando no estén demasiado asentadas.
Ten
en cuenta que tu perro te dará buenos y malos momentos. Que los
cachorros son juguetones y destrozones. Que les cuesta unos meses
aprender dónde tienen que evacuar —y que vas a tener que recoger sus
excrementos siempre y en todo lugar, que por unos pocos
incívicos, el conjunto de propietarios cogen fama inmerecida—. Que puede
tener enfrentamientos con otros chuchos —hasta que esté bien educado— o
se puede escapar durante el celo de las hembras —si no lo castras, lo
que es un seguro de vida para ambos sexos—. Que se puede poner enfermo o
tener algún problema psicológico, como el trastorno de ansiedad por
separación. Si no estás dispuesto a aguantar sus problemas, entonces no
quieras incorporar uno a tu familia.
Para un perro, sobre todo si ha estado contigo desde cachorro, tú lo eres todo.
No comprende otra cosa que estar junto a su familia, protegerla y jugar
con ella. Un abandono o renuncia es destructivo para su psique y el
primero, además, le condena a una muerte casi segura y es un delito. Si
no lo quieres para siempre a tu lado, búscate otra cosa, a poder ser, inerte, para adornar tu casa.
Debes
comprender también que el perro tiene un lugar en el hogar y que no
está destinado a ser el jefe ni a imponer su voluntad. Subirá a los
sitios que tú le permitas, comerá a las horas y en los sitios señalados,
y, en resumen, deberá cumplir las normas que se decidan. Enseñarle sin
violencia es fácil. Si no sabes, busca ayuda.
Solo si se cumplen
todas las condiciones enumeradas estarás capacitado para tener uno.
Elige al que puedas manejar y, sea grande o pequeño, déjale ser perro.
Me encuentro con muchos de raza pequeña —Yorkshire terrier sobre todo—
cuyos dueños los tratan como si fueran un peluche, cogiéndolos en brazos
cada vez que se cruzan con otro animal y brindándoles una
sobreprotección que no necesitan. No selecciones un animal tozudo o de
carácter difícil si es tu primer perro —aquí entran desde los pitbull a
los nórdicos, en general— y adecúalo a tus necesidades —un pastor belga
malinois necesita mucho más actividad, física y mental, que un golden
retriever, si bien el mínimo son dos horas diarias hasta para el más
tranquilo de todos—.
Y, por supuesto, considera adoptar a un
mestizo abandonado en vez de comprar uno de raza. Las mezclas tienen una
salud mucho mejor que los pura raza, dado que tienen una mayor variedad
de genes —las razas se mantienen a base de cruzar un número de familias
muy pequeño, lo que trae una muy dañina endogamia—.
Yo he tenido muchas mascotas desde niño —peces, canarios, hamsters, tortugas, y hasta un loro y un gato— y no hay ninguna
con la que se logre la afinidad, compenetración e intercambio de amor
que hay con un perro. Entienden gran cantidad de lo que decimos hasta
extremos sorprendentes y son capaces de cualquier cosa por protegernos y
hasta solo por alegrarnos si nos ven tristes. Saben detectar las
variaciones de nuestro ánimo y tratar de compensar para llegar al
equilibrio que un perro socializado siempre mostrará.
Cada perro
tiene su carácter. Incluso dos hermanos de camada pueden mostrar
comportamientos muy diferentes. A algunos les gusta bañarse en ríos y
otros odian el agua. Los hay que prefieren tumbarse a tus pies —o a tu
lado, si les dejas— y otros prefieren verte a una cómoda distancia. Lo
más importante de todo, unos son sumisos y otros dominantes y cada uno
necesita su trato particular.
Por eso, piensa muy bien si estás
dispuesto a modificar tu vida para aceptar a uno a tu lado. Yo, durante
diez años no pude, porque mi trabajo me lo impedía. Ahora, que vivo en
pareja, entre los dos nos apañamos para darle a nuestras dos chicas la atención que necesitan.
Dualla y Asli, las perras del autor
Si,
después de todo, adquieres uno y no eres capaz, has cometido un error
que puede condenar a una vida miserable a alguien para quien lo eras
todo. Si, además, lo abandonas o no le das los cuidados que necesita,
eres un miserable además de un delincuente.
Publicado en The Huffington Post por Eduardo Casas Herrer