Es habitual observar que muchos perros están condenados por sus dueños a vivir confinados en una terraza, en un patio o en el fondo de la casa, e incluso en casos extremos a vivir permanentemente atados a una cadena. Si bien esta conducta es totalmente cuestionable y además incorrecta, antes de juzgarla es importante conocer en profundidad las causas que la generan.
En las áreas urbanas, la actitud de aislamiento a la que muchos dueños someten a sus perros se debe a un fenómeno cultural basado en la interacción que la gente de campo tiene con estos animales. Por regla general, los perros que viven en las zonas rurales no tienen permitido ingresar en la casa de sus dueños.
Esto posiblemente responda a dos razones. La primera es que para estos propietarios los animales en general no son considerados parte de la familia, sino sólo colaboradores o compañeros de tareas. La segunda es la necesidad del hombre de campo de compartir sólo con su familia sus pocas horas de descanso después de soportar condiciones arduas de trabajo. El perro no participa de esta situación sino que debe buscar su propio reparo, seguramente en compañía de sus congéneres ya que la gran mayoría de las veces son más de dos los perros presentes en un campo.
Sin embargo, resulta evidente que estas condiciones de vida son muy distintas a las que se encuentra sometido un perro que vive en la ciudad, aislado en el patio de una casa. En el campo el perro está permanentemente realizando una actividad junto al ser humano o simplemente tiene la libertad de acompañarlo en sus tareas. Esto le permite distraerse y realizar ejercicio físico, posibilidad que no tiene el perro de ciudad. Además, si cumple con dos condiciones: no entrar en la casa y no matar a los terneros, las ovejas ni las gallinas del lugar, tiene una total libertad de acción. El perro que vive aislado en la ciudad, por el contrario, tiene totalmente restringidas sus libertades ya que para salir de su encierro depende de la decisión de su propietario. Finalmente, el perro de campo suele vivir en compañía de otros congéneres, en cambio el perro de ciudad que vive en el fondo de la casa está condenado a la soledad.
Por todas estas razones la calidad de vida de un perro de campo que no entra en la casa de su dueño es muy superior a la de un perro de ciudad sometido a la misma condición.
Otra de las causas que motiva la actitud de aislamiento de los propietarios para con sus perros radica en que muchas personas temen que los animales les contagien alguna enfermedad. Si bien esto es posible, ya que existen zoonosis es decir, enfermedades que son transmisibles de los animales al ser humano, los avances logrados por la medicina veterinaria en lo que respecta a la prevención y el tratamiento de este tipo de enfermedades han eliminado casi por completo estos riesgos.
Una vez que las personas que viven en la ciudad toman conciencia de que la calidad de vida de un perro que vive en una casa en condiciones de aislamiento no es buena y de que el contacto con el animal no entraña riesgo alguno para su salud, suelen cambiar el tipo de interacción que mantenían. Sin embargo, a pesar de estos conocimientos, hay quienes continúan con la misma actitud, sosteniendo que al fin y al cabo "un perro es sólo un perro".
Si bien uno podría pensar que sólo pocas personas creen que el perro es un objeto, esto no es así. Como ejemplo basta con recordar que en la Argentina, desde el punto de vista jurídico, el perro es considerado una cosa que no tiene derechos, aunque en los últimos años esta realidad está cambiando ya que algunos jueces emitieron fallos que contemplaron la humanidad elemental hacia el ser vivo.
Extracto del libro "Nuestro perro"
Autor: M.V. Claudio Gerzovich Lis
Es
habitual observar que muchos perros están condenados por sus dueños a
vivir confinados en una terraza, en un patio o en el fondo de la casa, e
incluso en casos extremos a vivir permanentemente atados a una cadena.
Si bien esta conducta es totalmente cuestionable y además incorrecta,
antes de juzgarla es importante conocer en profundidad las causas que la
generan.
En las áreas urbanas, la actitud de aislamiento a la
que muchos dueños someten a sus perros se debe a un fenómeno cultural
basado en la interacción que la gente de campo tiene con estos animales.
Por regla general, los perros que viven en las zonas rurales no tienen
permitido ingresar en la casa de sus dueños.
Esto posiblemente
responda a dos razones. La primera es que para estos propietarios los
animales en general no son considerados parte de la familia, sino sólo
colaboradores o compañeros de tareas. La segunda es la necesidad del
hombre de campo de compartir sólo con su familia sus pocas horas de
descanso después de soportar condiciones arduas de trabajo. El perro no
participa de esta situación sino que debe buscar su propio reparo,
seguramente en compañía de sus congéneres ya que la gran mayoría de las
veces son más de dos los perros presentes en un campo.
Sin
embargo, resulta evidente que estas condiciones de vida son muy
distintas a las que se encuentra sometido un perro que vive en la
ciudad, aislado en el patio de una casa. En el campo el perro está
permanentemente realizando una actividad junto al ser humano o
simplemente tiene la libertad de acompañarlo en sus tareas. Esto le
permite distraerse y realizar ejercicio físico, posibilidad que no tiene
el perro de ciudad. Además, si cumple con dos condiciones: no entrar en
la casa y no matar a los terneros, las ovejas ni las gallinas del
lugar, tiene una total libertad de acción. El perro que vive aislado en
la ciudad, por el contrario, tiene totalmente restringidas sus
libertades ya que para salir de su encierro depende de la decisión de su
propietario. Finalmente, el perro de campo suele vivir en compañía de
otros congéneres, en cambio el perro de ciudad que vive en el fondo de
la casa está condenado a la soledad.
Por todas estas razones la
calidad de vida de un perro de campo que no entra en la casa de su dueño
es muy superior a la de un perro de ciudad sometido a la misma
condición.
Otra de las causas que motiva la actitud de
aislamiento de los propietarios para con sus perros radica en que muchas
personas temen que los animales les contagien alguna enfermedad. Si
bien esto es posible, ya que existen zoonosis es decir, enfermedades que
son transmisibles de los animales al ser humano, los avances logrados
por la medicina veterinaria en lo que respecta a la prevención y el
tratamiento de este tipo de enfermedades han eliminado casi por completo
estos riesgos.
Una vez que las personas que viven en la ciudad
toman conciencia de que la calidad de vida de un perro que vive en una
casa en condiciones de aislamiento no es buena y de que el contacto con
el animal no entraña riesgo alguno para su salud, suelen cambiar el tipo
de interacción que mantenían. Sin embargo, a pesar de estos
conocimientos, hay quienes continúan con la misma actitud, sosteniendo
que al fin y al cabo "un perro es sólo un perro".
Si bien uno
podría pensar que sólo pocas personas creen que el perro es un objeto,
esto no es así. Como ejemplo basta con recordar que en la Argentina,
desde el punto de vista jurídico, el perro es considerado una cosa que
no tiene derechos, aunque en los últimos años esta realidad está
cambiando ya que algunos jueces emitieron fallos que contemplaron la
humanidad elemental hacia el ser vivo.
Extracto del libro "Nuestro perro"
Autor: M.V. Claudio Gerzovich Lis
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