Harpo es más que un nombre elegido al azar. Es un perro que pertenece a mi vida. No voy a entrar en tópicos como que algunos perros son mejores que las personas. Mejor, algunas personas educan mejor a sus perros que otras a sus hijos. No me erijo en representante ilustre de la educación de Harpo. Pero sí quiero romper una lanza en favor de aquéllos que tenemos perro y somos conscientes de que vivir en sociedad implica adquirir una actitud cívica.
Hace muchos años, cuando no existían dispensadores de bolsas para la recogida de excrementos caninos, no había ni un solo momento del día que no me acompañara en mi bolso más de una bolsita para tal efecto. He llegado a pasear hace años por mi barrio, temerosa de las inquisitivas miradas de quienes no sólo no son amantes de los perros (lo que respeto profundamente) y te insultan sino que además consideran que quien los tiene es "un ser tremendamente irrespetuoso con el medio". En ocasiones he sentido la sensación de mostrar mi bolso, abrirlo y dejar fisgar y olisquear a esas miradas insistentes, similares a algunas cajeras cuando sales del supermercado. Pero mi dignidad les ha prohibido transgredir mi intimidad. A ambas.
Valga como ejemplo y sirva de reflexión, lo que aconteció en un parque recientemente inaugurado en mi barrio, en la calle Asturias de Alicante. Harpo y yo lo cruzamos diariamente y no hay un instante que nuestras miradas caninas no queden atónitas ante el indescriptible panorama paisajístico. Restos de latas de refrescos, colillas, papeles, botellas, envoltorios y un sinfín de restos. Harpo da saltitos y esquiva la ingente cantidad de obstáculos que bloquea sus pasos. Y se acuerda, posiblemente de la pandilla de jóvenes que alteran el plan original del parque, sin solicitar proyectos de modificación al Ayuntamiento.
Atravesamos el parque de nuevo y en una palmera Harpo me mira solicitando autorización para realidad una de sus necesidades fisiológicas. Con mi consentimiento, preparo bolsa, aflojo correa y le permito. Un grito desgarrador me increpa. Nos insulta. No doy crédito.
Recuerdo desde muy pequeña la existencia de papeleras en las calles. No es novedoso. Hace unos años hay dispensadores de bolsas para la recogida de excrementos caninos en todos los parques. Un minuto sería suficiente para la reflexión. ¿A quién hay que increpar? Gracias
Escrito por Silvia Cristina Aznar en El País