3. Que esté dispuesto a sacrificar muchas horas para lograrlo.
4. Que sea paciente, tranquilo y contumaz.
5. Que conozca que sólo puede enseñar modales quien los tiene.
Si las respuestas a todo lo anterior son afirmativas, pasaremos al punto siguiente. Ante todo, preste al perro toda la atención que merece. De nada vale ser un excelente conductor si el estado del automóvil no es óptimo. Hay que vigilar la salud del animal, su comportamiento y si la puesta a punto de sus sentidos es la mejor. Pero téngase en cuenta que siendo los humanos diligentes o perezosos, distraídos o atentos, juguetones o, serios, y tantas cosas más, en los perros ocurre exactamente lo mismo.
No hay dos que sean iguales, ni siquiera de la misma raza o camada. Los compradores avisados lo saben, y también los criadores. Usted debe, por tanto, hacer coincidir el tipo de enseñanza y el sistema con el temperamento del can. Un ejemplo: no se puede tratar con igual rudeza a un animal agresivo que a otro que no lo sea.
Tras realizar lo tratado hay que gastar mucho tiempo en conseguir un acoplamiento imprescindible y lo más completo que se pueda entre perro y amo. De esta afinidad dependerá el resultado del trabajo.
Se ha cuestionado muchas veces si el perro es un ser inteligente. Desde luego no lo es si utilizamos como patrón para medirlo nuestra propia capacidad, pero no cabe duda de que un animal que convive con nosotros está muy cerca de saber cuáles son nuestras debilidades y que intentará por todos los medios a su alcance lograr sus propósitos. Esto, que parece cuestión nimia, no lo es tanto si consideramos la posibilidad de que tras unas cuantas sesiones de enseñanza podemos encontrarnos convertidos en servidores de nuestro alumno, y él, con muchas menos trabas mentales, sí será inmisericorde en su trato.
Desconfíe sistemáticamente de quienes intentan darle recetas magistrales para enseñar a los perros lo que debe ser". No es por otra cosa por lo que debe considerarlas con recelo, sino porque no las hay. Cada caso es una particularidad bien diferente y depende de todo -hasta del entorno- el que una lección sea agradable, que pueda ser recordada como un juego del que participan usted y el animal y al que dedican parte de su tiempo libre con pleno consentimiento y alegría.
No se irrite; no valdría de nada. Intente razonar hasta encontrar las causas por las que una determinada enseñanza no va todo lo bien que sena deseable y aplique las consecuencias de su reflexión a la actuación futura. No discursee; las largas parrafadas el perro no las entiende y, en consecuencia, no saca de ellas conclusiones.